lunes, 12 de febrero de 2024

639. Glosar la vida

 


El poeta Ramón Bascuñana ha obtenido con su último libro (Anotaciones a pie de página, Editorial Pre-Textos), el Premio Juan Gil-Albert de Poesía en el marco de los XL Premios Ciutat de València. El poemario ratifica uno de las grandes temas recurrentes que jalonan la larga y laureada trayectoria literaria del poeta alicantino: la reflexión sobre la propia creación poética y su inextricable imbricación con la vida. La estructura unimembre del libro parte en cada poema de la cita de un autor, que da lugar a la propia reformulación poética. Aunque las glosas de poemas ajenos no es algo nuevo, sí me pareció interesante la disposición visual de los versos que, como el título del propio libro indica, aparecen a pie de página, como si de un paratexto se tratase. Y, en todo caso, el libro se convierte también en una preciosa antología.

El tema de la poesía es el más prolífico del libro. Ésta se erige en el refugio donde el poeta halla su propia purificación, a la manera de la catarsis griega o como «legítima defensa /contra la realidad que nos rodea». Otras veces se la asocia al misterio, que subyace en el «fondo abisal de un naufragio» personal y que me pareció emparentar con aquel poema de Aurora Luque titulado «Obra viva, obra muerta». Pero Bascuñana no olvida que la poesía, además, lleva asociada una condición comunitaria, pues la soledad del poeta «incluye a las otras». En ocasiones, al poeta le sobreviene la perplejidad, de raigambre nihilista, de no reconocerse en sus propios versos, como si fuera otro el que los hubiera escrito, pues el espejo «duplica la nada de ser nadie». Hay poemas que reflexionan sobre la utilidad de la poesía, debatiéndose entre lo absurdo del ejercicio de la escritura «para que [al final] nada quede de nosotros» y la necesidad de «esgrimir la palabra» contra el silencio que «protege a los mediocres», pues la explicitación de la herida es un acto valiente, ya que aquella muchas veces es indigna; el cuerpo, entonces, «somatiza la poesía». El libro incluye también algún poema divertido (dicho con todas las reservas, pues su trasunto metafísico trasciende la mera anécdota), que diferencia a los poetas que tienen gato de los que tienen perro. Pero el bloque más numeroso lo conforman los versos que hablan de la imposibilidad del poema, entroncando con la ya clásica preocupación becqueriana. Así, el poema es siempre un «fruto tumefacto», mera intuición de la belleza, donde el silencio puede dar mejor cuenta de él, a salvo de las «impurezas del lenguaje», de la «falacia de ritmo y armonía», hogar levantado con «materiales pobres y deleznables»; la verdad reside, entonces, en el propio acto de escribir, en quien escribe y habita el poema, pues «el poema no nos salva» y «tiende a la derrota».

Otros motivos completan la obra, también muy propios del autor, como son el paso del tiempo y la vida como fracaso y hastío. Así, el presente es un destierro del pasado y la infancia adquiere ecos manriqueños cuando el poeta lamenta el error contumaz de «alejarnos del niño y la inocencia / correr hacia la playa sin salida», que recuerda a aquel «correr a rienda suelta sin parar» de Manrique, mientras la muerte prepara su celada. Transita por los poemas, además, un spleen baudeleriano, minado por el fracaso y el miedo («el motor del mundo es el miedo») que convierte el poema en una mera inercia de la vida, certificación de «la abulia de los días».

Pocos poetas como Bascuñana habrán escrito tanto sobre el propio ejercicio de la escritura. Casi se podría realizar una tesis doctoral con sus apreciaciones. ¿Y de qué extrañarnos? ¿No es la poesía, una glosa de la vida? Bascuñana vive y muere en sus poemas. Y si le sirve de algo a su alma atribulada, yo sí creo, como dice en uno de sus versos, que acabará permaneciendo en el poema.

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