La
nueva propuesta del dramaturgo y director Ernesto Caballero es una interesante
reflexión sobre la relación que existe entre el dominio de la lengua y su
encaje en la sociedad. Sustentada en mimbres cómicos, La gramática nos
presenta la “tragedia” de una limpiadora de la RAE que, tras ser golpeada en la
cabeza por varios manuales de gramática mientras “limpiaba, fijaba y daba
esplendor”, desarrolla un insólito don: se convierte en una experta en todas
las disciplinas lingüísticas. Abrumada por el impacto que su nueva capacidad
está generando en su vida –ha perdido su trabajo, sus amistades le han dado de
lado y su propia familia no la reconoce ya–, pues una ira correctora se ha
enseñoreado de su ser –los anacolutos y los errores ortográficos, fonéticos o
de concordancia la enervan profundamente–, decide someterse a un proceso de
desprogramación lingüística guiada por un neurocientífico que la devolverá a su
estado original. Durante el tratamiento, será sometida a pruebas que la harán
enfrentarse a esos errores que son inadmisibles para ella a la vez que revivirá
momentos de su vida en los que ella misma cometía dichas incorrecciones.
Resulta especialmente interesante el proceso mediante el cual el doctor borra
de su memoria el caudal de lecturas de autores clásicos.
La protagonista sufre una lucha interior entre
la incapacidad para controlar su afán perfeccionador (dirá de ella misma que es
una máquina correctora antropomórfica) y su anhelo de volver a su antiguo ser,
aquel que desconocía la normativa y que era más feliz porque no tenía la
capacidad ni el vocabulario para poder analizar y verbalizar sus pensamientos y
preocupaciones, lo que abre otra veta temática: la ignorancia como felicidad,
tal y como la planteó en su día el poeta Thomas Gray. Desde su transformación,
tiene que soportar que la llamen pedante, elitista y otras etiquetas que
refuerzan su expulsión del ámbito social. En la alternancia entre estos
episodios de defensa a ultranza del uso impoluto de la lengua y otros en los
que comete errores sin filtro, se halla la vis cómica de la obra, pero también
la veta crítica que brilla en la excelente interpretación de María Adánez,
quien señala sin tapujos a los culpables de la degradación que sufre nuestra
lengua.
El
argumento de La gramática es el reverso del Pigmalión de Bernard
Shaw, pues el neurocientífico, interpretado por José Troncoso, busca la
involución de la protagonista, devolverla casi a un estado primitivo del uso de
la lengua para encajar de nuevo en una sociedad que, lejos de valorar la
corrección idiomática, la considera una anomalía en las relaciones
interpersonales. Para formar parte del entramado social, es la mediocridad
lingüística la llave de acceso.
Con
una puesta en escena sencilla, sin apenas ornamentos, salvo unas bombillas que
cuelgan del techo y de una tarima con el objeto simbólico de jugar con el
apagón de la luz de la Ilustración, La gramática constituye un grito
ahogado ante la delicada situación de desamparo que sufre nuestra lengua por
parte de los hablantes, pero también por parte de las instituciones y de los
medios de comunicación y, por extensión, es una crítica al desprestigio del
conocimiento, a la pusilanimidad mental ante cualquier reto intelectual y a la
cultura de la mediocridad (valga el oxímoron), que empobrece nuestra sociedad
de analfabetos funcionales.
1 comentario:
👍👏👏👏👏
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