Ahora son las 12.30h de la
tarde y afuera luce el sol. Pero, tal vez, hace unas ocho horas, pongamos a las
4.20h de la madrugada, una persona aquejada de una profunda soledad, rota,
vulnerable y por eso mismo, manipulable, conversa con algún iluminado del
Internet profundo, que invita a nuestro personaje a resarcirse de su miseria
vital abrazando un nuevo credo a través de un juego mortífero. Los principios
de esa nueva religión son, a priori, atractivos, sustentados en un corpus
teórico bien cimentado. Se trata de romper con el mundo, de acercarse a la
acreencia, porque el mundo es un lugar hostil e injusto y casi todo es mentira
y el ruido de la sociedad no permite alcanzar la esencia ni la verdad ni
escucharnos a nosotros mismos, del mismo modo en que las ballenas se
desorientan en el mar debido al ruido de los motores de los barcos y a la perturbación
de los sónares. Así que rompamos con el mundo para una nueva e íntima
refundación. Perdamos el miedo, porque el mundo nos quiere asustados; nuestro
miedo, alimenta muchas bocas, es abono para muchos intereses espurios. Y
nuestro personaje acepta el juego. El juego de la ballena azul. Cincuenta
pruebas, una por día, hasta el fatal desenlace.
En realidad, en el libro de
Raúl, estas cincuenta pruebas del juego de la ballena azul, ideado por el
adolescente ruso Philipp Budeikin en 2013, no son un objetivo en sí mismas sino
más bien un pretexto que el autor utiliza para estructurar su libro y para
denunciar aquello que realmente le interesa, especialmente los bulos y las
consecuencias de su tiranía. Para ello se vale a veces de lo que yo he querido
llamar los «prescriptores letales», personas, muchas de ellas con un buen
bagaje cultural, que encienden una mecha cuya repercusión acaba produciendo los
mayores estragos. Así, por ejemplo, si Léo Taxil se permite la broma de
demonizar la masonería, la broma ya no lo es tanto cuando Franco recoge el
testigo, aun a sabiendas del desmentido de Taxil. Si los Protocolos de los sabios de Sion, obra publicada en 1902 para justificar
los progromos que sufrían los judíos en la Rusia zarista, era en realidad,
falsa, no lo fue para Hitler, que la legitimó para sus intereses, ni tampoco lo
fue para los 6 millones de judíos muertos durante el Holocausto; si a Wataru
Tsurumi le da por escribir El completo
manual del suicidio en 1993, los suicidas que su lectura provocó no eran
solamente un libro. Si el líder David Lane propaga sus eslóganes supremacistas
apelando a la necesidad de preservar la supervivencia de la amenazada raza
blanca, las víctimas a manos de Brenton Tarrent o de Breivik no son eslóganes. Porque
en todos estos casos, los muertos –dice Raúl Quinto– estos sí, son muy reales.
Otro tanto sucede con las
leyendas que circulan por Internet. Si en la Deep Web se asegura que en los sótanos de las pizzerías violan y
devoran niños, a qué extrañarse que un tal Edgar Maddison (quizás una de esas
personas rotas y solas de las que hablábamos antes) entre, rifle en ristre, en
una pizzería de Washington y se líe a tiros. O si se asegura que poderes
fácticos ocultos están planificando secretamente un nuevo orden de control
mundial a través de las vacunas, el 5G, la mezcla de razas y la difusión de la
agenda homosexual, que nadie se extrañe luego (o sí) de los repuntes de los
movimientos anticientíficos, xenófobos y homófobos. Podríamos poner más
ejemplos, pero tampoco es cuestión de destripar la obra.
El libro de Raúl es un
catálogo de las mayores atrocidades producidas en nuestro mundo merced a la
lacra de la desinformación, algunas de ellas descritas con espeluznante
crudeza. Pero también, como si de un nuevo Benito Jerónimo Feijoo se tratase,
Raúl, que es digno heredero del pensamiento ilustrado, trata de desterrar con
su denuncia la superstición y el esoterismo en nombre de los cuales (religión,
brujería) tantas barbaridades y actos escabrosos se han llevado a cabo.
Finalmente, el libro nos
coloca ante el espejo de nosotros mismos y de nuestra animalidad sádica y
egoísta. Raúl menciona ejemplos como la asistencia en masa a la última
ejecución con guillotina en 1939 en Versalles; o el caso del verdugo Nicomedes
Méndez, que al jubilarse creó El Palacio de las Ejecuciones para mostrar ante
un público ávido de morbo, los detalles de sus instrumentos de tortura; o el
éxito de las películas de Traces of Death,
que reproducen secuencias de muertes reales; o las prácticas turísticas de una
sociedad adocenada e insensible a los lugares donde se habían producido actos
macabros para conseguir luego el like en
las redes sociales. Una frivolidad, pensemos quizás. Pero Brenton Tarrent
también retransmitió en directo en Facebook desde su cámara Gopro su masacre en
una mezquita neozelandesa.
La ballena azul
es un libro perturbador e incómodo, como lo son siempre los libros que
trascienden. El arte es una mentira y por eso mismo es verdad, dice en algún
lugar Raúl Quinto. O «el arte debería romper los ojos y escribir unos nuevos».
Con un estilo oracular, de fraseo corto y ritmo contundente, casi alucinado,
como los vídeos sicodélicos que proponen en el juego de Budeikin, Raúl Quinto
consigue escribir en nosotros esos nuevos ojos de la cita de marras. Contiene,
además, el libro, el irrenunciable valor ético y estético que del autor
cartagenero conocemos. Entretanto, esta noche, a las 4.20h de la madrugada,
nuestro personaje insomne volverá a apostarse ante la pantalla de su ordenador.
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