Hacía tiempo que no visitaba
la literatura de Luis Leante. Uno se pregunta por las absurdas razones que nos
apartan durante años de los lugares que una vez nos hicieron felices. La
inescrutabilidad de los itinerarios lectores y todo eso. Y ha sido volver a sus
páginas, y reconocer aquellas viejas sensaciones de la narratividad clásica, el
magisterio de la evocación y del ritmo envolvente al servicio de algo tan
esencial como contar historias: tan sencillo y tan difícil a la vez. Ahora que
la novela aspira al hibridismo (pero siempre lo ha hecho) y a la
experimentación (pero nadie puede innovar ya después de Joyce), yo reivindico,
con Luis Leante, la novela-novela de toda la vida.
Ya las primeras palabras de Interpretación de la mentira (M.A.R.
Editor) consiguen eso que los pedantes llamamos una buena captatio: «Todas las muertes son absurdas, pero algunas lo son más
que otras». La reformulación del famoso inicio de Anna Karenina no es baladí, pues la novela de Leante es, entre
otras cosas, una exploración profunda de las relaciones familiares –aquí
fundamentalmente infelices–, de sus secretos, sus miserias, sus mezquindades y
sus apariencias, tanto en el seno del clan de los Lezcano, una familia de porte
aristocrático venida a menos, como en el del protagonista innominado que toma
la voz narrativa, de origen humilde y cuya relación paterno-filial está llena
de interesantes aristas. Entre los primeros, pronto destaca Celso D’Atri,
apellido que no solo remite al esqueje que supone su presencia en la familia
Lezcano, sino también al concepto de «otredad» inserto en la raíz del apellido
italiano, que tanta importancia tendrá para el recurso metaliterario con que
nos sorprenderá Leante al final del libro, relacionado con el tópico cervantino
del manuscrito encontrado, y que no podemos desvelar aquí.
Celso y el protagonista se
conocerán en el pueblo donde veranea la familia de aquel, Hondares, topónimo
trasunto de la región de Murcia –tal vez de su Caravaca natal– a la manera en
que Muñoz Molina usa el de Mágina para referirse a Úbeda-Jaén. No es el único
guiño autobiográfico que se puede rastrear en la novela: Ediciones 28, el lugar
donde publica Celso su libro, parece remitir a Libros 28, la librería de San Vicente
del Raspeig a la que el escritor estuvo vinculado estrechamente hasta su
desaparición. Celso, que aspira a ser escritor, deslumbra con su inteligencia y
maneras a nuestro protagonista que, inoculado también del virus de la
escritura, tratará de imitarlo, al principio, en vano. El transcurso de la
novela abarca aproximadamente algo más de 40 años, a través de los cuales
asistimos al deterioro de Celso y al éxito literario de su otrora amigo de la
infancia, además de desvelarnos los entresijos de la muerte con la que se
inicia la novela. El primer éxito de Celso lo convierte pronto en un juguete
roto y olvidado, incapaz de repetir la popularidad que le granjeó su primer
libro en el siempre inestable e impostado mundo literario (no pasa
desapercibida la alusión velada a la fanfarria del Premio Planeta). El
sorprendente final nos hace reflexionar sobre la utilización espuria de la
literatura para canalizar a través de ella los ajustes de cuentas de la vida
personal, pero también de la posibilidad de redimirse en la ficción (o en la
autoficción) creando un mundo alternativo donde poder salvarse. El resultado es
una fascinante artefacto caleidoscópico donde la verdad, la mentira y las voces
narrativas se acaban entreverando en la siempre dramática lucha por la
identidad.
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