lunes, 21 de julio de 2025

697. Nadar en el Estigia

 


Frente a las ideas que tienden a edulcorar el período de la vejez adornándolo con tópicos como los de la sobrevenida serenidad, el sedimento sapiencial o la asunción estoica de las inexorables reglas de la vida, Luis Antonio de Villena desmitifica en su último poemario (Miserable vejez, Visor) todo ese argumentario optimista para ofrecernos sin patetismos pero también sin cortapisas una visión rencorosa de la senectud, con su deterioro, sus limitaciones, sus renuncias, su soledad y su nostalgia.

El libro recuerda inevitablemente, tanto por su estilo como por su tono, a los poemas y actitud de Jaime Gil de Biedma, tal vez el más fervoroso defensor de la juventud. No en vano, Luis Antonio de Villena abre sus versos con una cita del poeta barcelonés y le dedica luego uno de los poemas más hermosos que contiene el poemario. He aquí, precisamente, uno de los motivos recurrentes del libro: el homenaje y despedida de algunas de las personas con las que De Villena ha caminado por la vida, escritos con la zozobra de quien, perito en obituarios, ya se siente sólo un superviviente. Además del citado Gil de Biedma, se incluyen otras figuras reconocidas como la del poeta Julio Aumente, aunque abundan, sobre todo, personas menos célebres, vinculadas a su círculo familiar o personal, como la costurera Jeannette Raguet, su abuela María, y otros menos fácilmente rastreables como Víctor Dolgurov. Otras veces, se realizan sugestivos retratos de personajes históricos, como Proust o Leonardo da Vinci, evocados ya en su vejez. Junto al recuerdo de estas estampas panegíricas, también se recuerdan espacios sentimentales que el tiempo ha ido modificando, como en el poema que rememora el viejo Chamartín, tan distintos de los espacios de hoy, como los hospitales, que  «cobija[n] la innata mendicidad de la vida».

Como no podía ser de otra manera, la reflexión sobre el paso del tiempo está presente a lo largo de todo el libro. Su enfoque no difiere de los tópicos clásicos usados por los poetas latinos, muy reconocibles, pero su filiación no se limita solo al fondo de su mensaje sino, también, a esa llaneza expresiva imbricada en lo cotidiano, que tanto me recordó, por ejemplo, a Catulo. Los estragos del tiempo, se manifiestan, sobre todo, en los achaques físicos y en la ruina de los cuerpos, descritos con delicadeza y piedad, no exentas de dolor metafísico. Ello se percibe en los versos que se dedica a sí mismo, pero también en los dirigidos a personas anónimas que en su labor de observador ocioso, son rescatados en su libro. Es el caso de los bellos poemas dedicados al matrimonio de ancianos o a esos viejos solitarios flotando en la vida como pecios de la edad. Otras veces, sin embargo, admira su dignidad, como en el poema donde describe a un anciano nadador.

No obstante, en la mayor parte de los poemas, la vejez aparece confrontada con la juventud. El contraste acentúa aún más el complejo de sentirse viejo, la indiferencia, por ejemplo, que la presencia del poeta suscita en los bachilleres que salen del instituto y que pasan junto a él convirtiéndolo en invisible, pero también el espectáculo de los cuerpos brunos y elásticos y la consolación nostálgica en la admiración de su milagro. En otros poemas critica, aunque entiende, la soberbia de los jóvenes, que creen eterna su condición, y lo hace desde la atalaya de quien conoce en carne propia, otrora igual que la de ese muchacho arrogante, su propia decadencia. También critica la falacia de los gimnasios y su promesa de elixir.

Con un estilo diáfano, deudor como es De Villena de la llamada «poesía de la experiencia», y con una tímida veta culturalista, Miserable vejez es un ejercicio de elegancia que huye con acierto del victimismo al que su tema invitaba peligrosamente y, en su lugar, sus versos bracean con la misma admirable dignidad del anciano nadador.

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