lunes, 20 de octubre de 2025

704. El otro Machu Lanú

 


Con su última novela, Javier Sachez ha logrado sumar a su extensa lista de reconocimientos su condición de finalista del Premio Sed de Mal en su quinta convocatoria. El galardón, organizado por los escritores José Luis Muñoz y José Vaccaro fue concedido en aquella ocasión a Francisco Javier Sánchez Jiménez, por su novela A fuego lento. 

Cándidas bestias,  publicado por Octubre Negro Ediciones, narra el desasosiego de las gentes de una aldea extremeña de topónimo ficticio, Cártulo, probablemente circunscrita al área geográfica de Las Hurdes, ante los misteriosos ataques que sistemáticamente están sufriendo las niñas del lugar. El modus operandi del agresor es siempre el mismo: aunque las deja con vida, arranca de sus bocas infantiles una pieza dental. Ante la inoperancia de la Guardia Civil, retratada aquí con tintes paródicos, será la hija de don Miguel, un potentado que vive en una casa indiana en la parte privilegiada del pueblo, quien tome la iniciativa de llevar a cabo su propia investigación. Más allá de los pormenores de sus pesquisas, que a mi parecer se antojan algo erráticas y reiterativas, lo que despierta el verdadero interés de la novela es la radiografía del comportamiento social. Así, en la desesperada búsqueda de un culpable, los prejuicios de los lugareños irán señalando a cualquier incauto sobre el que se cierna un mínimo indicio, y la irracionalidad de los juicios paralelos, los linchamientos –reales o reputacionales– y los rencores de clase (que llegarán a inculpar al propio don Miguel) se irán alternando a lo largo de la narración con el doble propósito de crear incertidumbre en el lector, pero también con el de analizar la naturaleza visceral de la conducta humana cuando se la despoja de la cordura mesurada o se somete a la iracundia colectiva.

Otra de las críticas que Sachez apunta desde una postura ilustrada es la denuncia de la superstición. Entre los autóctonos cala la idea de que el responsable de las atrocidades sea el Machu Lanú, personaje del bestiario mitológico extremeño, emparentado con el demonio, mitad humano, mitad macho cabrío, que suele habitar Las Hurdes Altas. Al final, los sucesos responden, como siempre, a una lógica corriente, aunque no por ello exenta de su terrible casuística, que le servirá al autor para lanzar una nueva denuncia, que por no destripar el argumento de la novela evitaremos explicitar aquí.

Son también interesantes las descripciones que contrastan la vida de los dos barrios de Cártulo (el rico Barrio Alto y el misérrimo Barrio Bajo), con sus diferencias sociales y modos de vida, y también con la marginación subsiguiente de este último, cuyos problemas con el agresor de las niñas solo se atiende cuando la amenaza se extiende al barrio acomodado: una lección de geopolítica a pequeña escala que da para reflexionar sobre las desigualdades y los intereses de nuestro mundo ensimismado, alienado e insolidario.

Destacan asimismo las semblanzas de los personajes, trazadas con mucho oficio, especialmente la de la memorable Eduvigis La Maga, cuyo parentesco con su antecedente celestinesco resulta patente. La misma sugestión que adquieren las descripciones que sitúan, al principio de cada capítulo, los espacios narrativos, pintados con notable vocación estilística y eficaz pintoresquismo.

En definitiva, Cándidas bestias es un libro que no olvida su primer compromiso con el entretenimiento pero, que aprovecha esa vertiente lúdica, para deslizar subliminalmente toda una serie de cuestiones de índole social que enriquecen y dan empaque al resultado final.

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