sábado, 1 de agosto de 2009

13. Federico García Lorca y Granada

Granada, 18 de julio de 2009. Dos jóvenes viajeros se apresuran a salir de su hotel en busca de la parada del autobús que les conducirá a Fuente Vaqueros, un pequeño pueblo en el que nació el insigne poeta y dramaturgo Federico García Lorca. Consiguen llegar a tiempo y suben al vehículo no sin cierta ilusión dibujada en sus ojerosos rostros. A través de las ventanillas, ambos contemplan los paisajes de la vega granadina que tan presentes están en la producción literaria del escritor. Poco después, posan sus pies en la citada localidad y ya en la entrada del pueblo hallan la primera prueba del amor que sienten los lugareños por su más ilustre vecino: una estatua del poeta con el rostro apoyado en una de sus manos y las piernas cruzadas. Comienza su particular ruta lorquiana. Expectantes, los viajeros avanzan por el paseo principal de Fuente Vaqueros y encuentran el lugar en el que Federico abrió por primera vez sus ojos al mundo el 5 de junio de 1898. Se trata de una casa de dos plantas con paredes de color blanco inmaculado y con un pequeño balcón adornado con geranios de colores que contribuyen a reforzar la imagen de hogar andaluz por excelencia en el que se respira fragancia a cal y paz. Los visitantes se sonríen y no dudan en seguir al peculiar cicerone de la casa. Franquear el umbral de la puerta supone para ellos iniciar un viaje en el tiempo ambientado por la cálida melodía de la guitarra de Paco de Lucía. Ambos recorren silenciosos las estancias de la casa tratando así de impregnarse del espíritu lorquiano que allí se respira. Contemplan fotos familiares entre las que destaca una en la que un Lorca de no más de cinco años aparece rodeado de chiquillas en edad escolar. Les resulta entrañable poder ver imágenes del dramaturgo en su más tierna infancia e incluso imaginarlo, gracias al mobiliario que se conserva, llorando en la cama en la que nació; durmiendo al compás del dulce traqueteo de una pequeña cuna de barrotes blancos o dando sus primeros pasos en unas peculiares andaderas de madera ante las que los visitantes esbozan una sonrisa, pues son capaces de visualizar a ese niño chico de cara redonda que fue Federico deslizándose por las diferentes estancias de la casa en tan peculiar artilugio.

No falta el patio, corazón del hogar acotado en un extremo por un pozo y por el otro, por una pequeña estatua de bronce del poeta. El antiguo granero se ha convertido en una sala de exposiciones que alberga documentos y fotografías importantes. Otra de las estancias, en la parte superior, está dedicada a la dramaturgia de Lorca. Preside dicho lugar un enorme cartel de la Barraca, el grupo universitario de teatro que codirigió el autor y que realizó la encomiable labor de acercar el teatro clásico a los lugares más recónditos de España. A los viajeros les resulta curioso ver cuartillas de papel manuscritas por Federico en las que hace anotaciones sobre las virtudes o defectos de los actores o aclaraciones sobre las representaciones. El broche final de la visita es poder ver imágenes de televisión en las que aparece Lorca inmerso en su actividad teatral. Son las únicas que se conservan, de ahí el valor documental de las mismas.

Los visitantes abandonan la casa con la impresión de que el poeta tuvo una infancia feliz en el seno de una familia acomodada y con inquietudes culturales que, sin duda, heredaría el primogéntio de la familia.

Es casi mediodía y hace un sol de justicia, mas estos peculiares peregrinos se dirigen a la Huerta de San Vicente, en Granada, una lujosa casa de campo que el padre de Federico regaló a su esposa, doña Vicenta. En ella pasó la familia los veranos desde 1926 hasta 1936 y no es de extrañar que dedicaran su tiempo de asueto a descansar en tan hermoso paraje -actualmente se ha construido un parque alrededor - rodeado de una rica vegetación. La clavera de la casa conduce a los visitantes por las diferentes estancias en las que todo es original. Les resulta, por ello, sencillo imaginar a la familia sentada en el sillón rojo del salón o en la cocina dispuestos a disfrutar de unas ricas viandas preparadas en un hornillo de los más modernos de la época. Las paredes están pobladas de dibujos. Destaca uno en el que aparece Lorca dialogando con Mariana Pineda, protagonista de su homónima obra. Los visitantes continúan pasando su curiosa mirada por las paredes pues no quieren perder ningún detalle. Ambos reparan en el título de Bachiller de Federico con la calificación de "aprobado", una nota que contrasta totalmente con el "sobresaliente" del certificado de su madre. Y es que Lorca como estudiante fue algo irregular, hecho que no le impidió adquirir y desarrollar unas inquietudes culturales de gran magnitud.
El recorrido les conduce a la sala del piano, instrumento que el poeta tocaba hábilmente, una aptitud heredada de sus abuelos. Es un majestuoso piano de cola en el que tan buenos momentos pasó Lorca y tan malos, puesto que debajo de él se escondía junto a su hermana y Angelina, la niñera, cuando la ciudad era bombardeada. En esos momentos no dudaba en verbalizar el miedo que inundaba todo su ser. Otra joya de la casa son los decorados que el dramaturgo y su hermana Isabel pintaron para una representación de títeres que organizaron en la Huerta y en la que contaron con el acompañamiento musical de Manuel de Falla al piano. Todo un lujo de actividad cuya estela se mantiene hoy viva ya que en este lugar se organizan variados eventos culturales.
La visita finaliza en el rincón más emblemático de la casa: la alcoba privada de Lorca. En ella se encuentran su cama y el escritorio en el que engendró el grueso de su producción literaria. Es una robusta mesa de madera con cajones en los laterales, elegante, en la que bien quisieran poder escribir unas líneas los visitantes para sentir, de algún modo, el genio creador del poeta. No sorprende que este mueble se halle en la Huerta, pues tal y como reconocía Lorca era en esta casa donde disfrutaba del sosiego necesario para escribir: "Luego todo el verano lo pasaremos juntos, pues tengo que trabajar mucho y es ahí, en mi Huerta de San Vicente, donde escribo mi teatro más tranquilo".
El peregrinaje lorquiano de los misteriosos viajeros está llegando a su ocaso. Pero aún queda una visita imprescindible: el barranco de Víznar, espacio en el que descansan los restos de Federico, junto a otras miles de personas, tras ser brutalmente asesinado en la madrugada del 17 al 18 de agosto de 1936. A priori bien pudiera parecer que los visitantes desean dar un apacible paseo por la sierra situada entre Alfacar y Víznar, mas el sendero de piedra que siguen les conduce al citado barranco, un lugar rodeado de enhiestos pinos en el que reina el silencio y la tranquilidad. Los nervios se adueñan del estómago de los jóvenes, pues saben que se adentran en un cementerio en el que hace años se imponían el grito y la agonía. Quizá ellos estén recorriendo el camino que muchísimas personas, entre ellas Federico, se vieron obligadas a hacer. Un último "paseo" cuyo fin era la muerte. Les impresiona ver el barranco, dominado por una gran cruz formada por piedras y flores que recuerdan a los asesinados. Al fondo, un monolito de piedra en el que se lee el famoso lema: "Lorca eran todos". Ciertamente así es, pues detrás de cada fusilado había una historia personal, una vida que se vio sesgada por fanatismos absurdos. Un absurdo que acabó con la vida del mejor dramaturgo del siglo XX a la voz de "café, mucho café" para Lorca. Los viajeros se miran silenciosos, no necesitan hablar para saber que, en su mente, ambos están rememorando el horror sufrido por el poeta y ello les produce congoja. Un nudo en la garganta se apodera de ellos, Píramo toma la mano de Tisbe y se alejan del lugar despacio, con paso lento y tranquilo mientras, en voz baja, unos versos se escapan de sus labios: "La luna vino a la fragua / con su polisón de nardos. El niño la mira, mira. / El niño la está mirando."

4 comentarios:

Capitán dijo...

Dudo que ninguna guía describa como esta entrada lo que se puede encntrar en la visita a los orígenes de Lorca.

Os confieso que este tipo de visitas no me gustan demasiado, me parecen algo fetichistas, pero seguro que nadie podría describirlas mejor.

Un saludo

Javier Angosto dijo...

Como siempre, un artículo muy bien escrito. Cómo se nota la calidez de un texto cuando se escribe con el corazón.
Ayer leí, por cierto,en EL PAÍS que parece ser junto con Lorca, además del maestro y de los dos banderilleros, hubo otra persona más fusilada. Creo recordar que ponía que se lo llevaron desde su casa directamente al barranco de Víznar y que por eso hasta ahora no había quedado constancia escrita. Ya os digo, en EL PAÍS de ayer venía la información.

Mari dijo...

El otro día hablábamos de que las personas siempre vivirán mientras alguien las recuerde. Sin lugar a duda, gracias a Lorca muchas personas siguen en la memoria colectiva de todos esperando la Justicia.

Píramo dijo...

El verdadero riesgo de la Literatura es convertir en fetiche al libro. Es la vía más rápida para crear un arte aislado, limitado a los manuales, alienado de la vida. Detrás del libro siempre hay una persona que escribe. Tras los versos del poeta está el hombre. Ese fue el objetivo de nuestro viaje, conocer al hombre. Tu artículo, Tisbe, está escrito con la ternura de quien siente la Literatura como algo íntimamente suyo y, a la vez, es capaz de hacerla presente para compartirla con los que también la amamos. Lorca, el poeta, sigue escribiendo versos nuevos cuando alguien le recuerda como tú lo haces. Lorca, el hombre, no murió esa terrible noche de Víznar cuando alguien como tú lo devuelve al mundo.