sábado, 16 de abril de 2011

95. Soria literaria

Homenaje a Antonio Machado en Soria, frente a la ermita de San Saturio, con motivo de su nombramiento como hijo adoptivo de la ciudad (5 de octubre de 1932)
Nada más entrar a Soria, un cartel me recuerda que te fuiste a morir a una ciudad extranjera. Está este letrero en el margen de la carretera, en una cuneta. Y se me antoja un túmulo funerario que representase a todas las cunetas de nuestra guerra civil. ¡Qué triste paradoja! Dos ciudades que se ignoraban, Soria y Colliure, hermanadas por la muerte de un poeta, mientras aquellas otras que debieran estarlo con más razón, se mataban a tiros.
El viajero contempla desde el coche el epitafio que ratifica tu ausencia y gira lentamente la cabeza para retenerlo mientras el coche avanza. Cuando queda atrás, baja la mirada hacia el libro que sujeta entre sus manos (ahora con una extraña tensión en los dedos), lo aprieta contra sí, suspira y calla.
Dijiste a los sorianos, “conmigo vais, mi corazón os lleva” y cuando el tuyo dejó de latir, el de la ciudad palpitó tu verso y tu figura en cada rincón. ¡Ah, si la vieras! Han dejado el aula donde enseñabas francés casi como tú la dejaste. Si uno cierra los ojos, puede escuchar el coro de voces blancas recitando las conjugaciones entre la grave y triste de la tuya. Quizás era  una tarde soriana, parda y fría, y te punzaba la “monotonía de la lluvia en los cristales”. La pensión en que te hospedaste y donde conociste a Leonor es ahora una patatería. Pero en la Plaza Mayor, permanece la iglesia de Santa María donde te casaste, y han puesto allí una silla vacía, detrás de la cual, Leonor, de pie, coloca las manos sobre los hombros del turista que quiera ocuparla y hacerse una fotografía. Hay un algo de profanación en todo ello ¿Lo recuerdas? Es el retrato de tu boda. Sentado en la silla y sintiendo la presencia petrificada de Leonor a mis espaldas, miro el reloj de la Audiencia, aquel cuya campana daba en tus versos la una, y pienso que las manecillas son un bigote irónico que riera, impasible a vuestra tragedia, las horas que ya no vivís. Pero vivís. En el Casino Numantino de la Calle del Collado se te oye debatir con razonados argumentos, a veces acalorándote en el fragor de la tertulia, sacudiéndote la ceniza que el cigarro ha dejado en el acostumbrado desaliño de tu traje; se te ve pasear por el camino que va desde San Polo a San Saturio, “donde traza el Duero su curva de ballesta en torno a Soria”, entre el mismo canto eterno de sus aguas que arrullan mi peregrinaje o entre el mismo sonido de las hojas secas que crujen  bajo mis pies. Y los árboles del camino siguen conservando “en sus cortezas grabadas iniciales que son nombres de enamorados, cifras que son fechas”. Son estos troncos un herido poema visual que sufre gozoso el cincel agudo del amor para perpetuarte. Y sigue en pie tu olmo centenario “hendido por el rayo y en su mitad podrido”, a cuyo tallo verdecido le cantaste con la esperanza de encontrar “otro milagro de la primavera” que nunca llegó para Leonor. Y sobrecoge verte todavía, porque te veo, Antonio, pese al reloj de la Audiencia, empujando el carrito de tu esposa, ya muy enferma, hasta la ermita del Mirón, para que ella respirara el aire puro de aquella atalaya de Soria y tomase su baño de sol. 
Me he acercado a la tumba de Leonor, en el cementerio del Espino. He dejado allí unos versos tuyos. El aire me ha traído notas del piano del Casino; debe de estar tocándolo Gerardo Diego; en otros momentos el viento silba entre las oquedades de los nichos; yo sé que me lo manda Bécquer desde el monte de las Ánimas; después trae un canto lejano y monótono de mujer; seguro que procede del cercano Burgo de Osma, donde Menéndez Pidal y su esposa desenterraron los romances de su largo sueño latente; allí nació Dionisio Ridruejo al que también siento, el falangista que te llorase. Todos están aquí, frente a la tumba de tu otro pedazo, acompañándome en el final de mi viaje. En la colina, la columna numantina se yergue majestuosa tras el cielo plomizo, testigo del tiempo. Ella seguirá allí mañana y nos sucederá. Porque lo nuestro, Antonio, porque lo nuestro es pasar.


ÁLBUM DEL VIAJE



Soria y Colliure hermanadas






Mesa de profesor de Antonio Machado
Pupitres del aula de Antonio Machado
Leonor y "Machado"









El retrato real de la boda












Camino entre San Polo y San Saturio, con "la curva de ballesta" del Duero








Ermita de San Saturio

"En sus cortezas grabadas iniciales..."







Ermita del Mirón







El reloj de la Audiencia







El olmo seco


La tumba de Leonor

5 comentarios:

Xavi dijo...

Querido Fernando: ¡Magnífico! Rezuma tanto conocimiento y amor por la literatura y la poesía.... Un abrazo. Xavi

Tisbe dijo...

Simplemente precioso. Cuántos recuerdos me han venido a la mente al leer tu texto. Sin duda, Soria es un buen destino para esta Semana Santa para todos aquéllos que disfrutan con los versos de Machado.

María José Quiles dijo...

Me ha encantado, Fernando. Has hecho que recuerde el viaje que hicimos hace unos meses... Leyendo los lugares que citas de la ciudad de Soria parecía que estuviera allí, de nuevo, con vosotros y con Machado.

Javier Angosto dijo...

Entrañable artículo, Píramo. Y también me han gustado mucho las fotos.

Píramo dijo...

Muchas gracias, XAVI. ¿Te conozco? Tengo varias amistades con tu nombre. En cualquier caso, celebro que te haya gustado el artículo. Espero verte por aquí más veces. Un abrazo.

TISBE. Yo también he recordado nuestro viaje con mucho cariño. Vendrán otros y serán igual de bonitos si vienes tú.

MªJOSÉ: Gracias. Me alegro de que hayas recordado aquel viaje que, conforme pasa el tiempo, va tomando un color ocre en nuestra memoria. El ocre de la idealización, tan necesaria.

JAVIER: Gracias. Nada que ya no conozcas pero supongo que está bien viajar con el recuerdo a la ciudad de Leonor.