domingo, 17 de julio de 2011

109. Primeras lecturas


Existe una ley no escrita que promulga la práctica del insomnio durante las noches de verano. Y el espíritu, ese gran trasnochador de silencios que son certezas y de penumbras que son luz diáfana, se complace en la obediencia del edicto estival. Prolongamos así la íntima concupiscencia de nuestra relación con los libros o con la escritura o, por qué no, con la parrilla televisiva de la madrugada, a cuya sombra se amparan los programas imposibles del día, como pobres desharrapados que mendigasen un rincón a la vergonzante tropelía del famoseo y del encefalograma cero.
Como “Nostromo”, el espacio literario de TVE2, que descubrí hace poco. La otra noche hablaban de las primeras lecturas y varios escritores consagrados recordaban aquellas obras que habían constituido el acicate para el encuentro con la gran literatura. Jorge Volpi asignaba ese alumbramiento a Edgar Allan Poe; Antonio Gamoneda a La Celestina; Javier Cercas a Unamuno; Ana Mª Matute a Faulkner…
Pero antes de todo eso, en el albor de la capacidad lectora, está el balbuceo de las primeras letras, el encuentro oracular que inocula la primera dosis. Cuando me preguntan por mis primeras lecturas, yo no recuerdo a los grandes clásicos, sino a un manual del parvulario o de 1º de EGB, titulado Tris Tras. Yo ya sabía leer y mis padres, tan previsores, compraron el libro durante el verano, antes de la llegada de septiembre, de modo que lo leí antes de empezar el curso escolar en mis ya prematuras noches de insomnio estival. Recuerdo que el libro misceláneo contenía enormes ilustraciones y una frasecita en el margen inferior que resumía el dibujo. Una de esas estampas, que es la que daba título al libro, era la de una viejecita que cruzaba la calle, “tris, tras, tris, tras” y era atropellada por un coche. Pero no pasaba nada: la viejecita se levantaba, sacudía el polvo de su falda y continuaba su camino, como si nada, “tris, tras, tris, tras”. Cualquier psicopedagogo de los que se estilan hoy, pondría la voz en el cielo. Pero aquí estoy, traumatizadísimo por mi primera experiencia lectora, y con una obsesión atroz por atropellar ancianitas que cruzan los pasos de cebra. Otras páginas simplemente describían escenas cotidianas como el camión de la basura, recogiendo los contenedores o algún poemita. Con el tiempo, extravié aquel manual. Cambiaría muchos de los libros de mis estantes por aquel Tris tras de mi bautismo lector, incluso algunos premios Nadal. Pero me temo que es irrecuperable ya. Luego llegaron los peregrinajes de la mano de mi madre a la librería de mi barrio para elegir algún libro de la colección de “El Barco de Vapor” o de “El Duende Verde”, de entre los que me ofrecían aquellos anaqueles giratorios, planetas de letras que orbitaban alrededor de mis ojos luminosos de ingenuidad.
Cuando evoco aquel verano de mi primer encuentro con la magia de las palabras, pienso que hay que saber gestionar el ocio durante las vacaciones y que la lectura es una de las actividades innegociables. Ayudar a leer a nuestros hijos, además de ser un regalo impagable para ellos, establece un vínculo de complicidad, un momento de paz compartido al calor de las palabras, un remanso donde encontrarnos con ellos y darle una tregua a las obligaciones cotidianas, aquellas con las que tanto tiempo precioso se pierde, igual que se pierde en las horas muertas del tedio. Sin olvidar también que la lectura es un ejercicio privado (por eso las lecturas alternativas de carácter oral son tan ineficaces en las aulas) y que el encuentro con el libro es personal e intransferible, aunque para ello el niño tenga que robarle horas al sueño en las noches sin reloj de ese verano único de su infancia. Y de la nuestra.

A mi padre, por abrirme el cofre de los libros y por enseñarme a amar la palabra hermosa y bien dicha.

8 comentarios:

E. Martí dijo...

Saboreo, a través de tu post, el amor a las primeras lecturas. Y recuerdo las mías, sacadas de aquella vieja librería, de la vieja escuelita de un pueblo castellano. Eran libros con páginas amarillas, con olor a humedad...No recuerdo ningún título en especial, pero sí que me viene a la memoria aquella Odisea, adaptada para niños, con ilustraciones de Ulises, Penélope, el temible Polifemo ... abriéndome las puertas a la aventura a través de los libros. Recuerdo, igualmente, regalos de mi abuelo (mi gran maestro de las letras, cuya figura en el sillón leyendo siempre, ha sido un modelo para imitar): Corazón, Quo Vadis, tebeos que me traía cada vez que se desplazaba a Salamanca, la serie de cuentos de la colección Heidi...
Aún conservo muchas de aquellas piezas, que adoro con veneración, porque gracias a su seducción, he pasado y paso, los momentos más satisfactorios de la vida.
Feliz verano. Abrazos

Javier Angosto dijo...

¡Qué ternura en tus palabras! Desde luego, si encuentro por alguna librería de viejo ese "Tris, tras", no te preocupes que te lo compraré sin falta. Y qué hermoso, por cierto, también el comentario que escribe E.Martí.

Anónimo dijo...

Mis inicios como lector son deudores de la colección Bruguera (nunca podremos agradecer las puertas que nos abrió aquella colección miscelánea, de libros adaptados, con página de cómic cada dos páginas de texto), tanto de los clásicos (Dumas, Salgari, Verne, Melville, Defoe, Swift, Dickens...) como de las colecciones nacidas al amor de la TV: Bonanza, Rin-tin-tin, Tarzán... También los libros maravillosos de Guillermo Brown. Los de Enid Blyton (los cinco y los siete secretos). También las denostadas novelitas del oeste, aquellas que podían cambiarse en los quioscos, que caían como moscas: con doce o trece años podía leerme dos en una tarde. Y los Tebeos, siempre tebeos, uno detrás de otro, en trueque constante con los amigos; el propio TBO o similares, mas también las aventuras de El Jabato o El capitán Trueno, las clásicas Hazañas Bélicas... Ay, como decía Manolo Vázquez Monytalbán, somos lo que comemos... y lo que leímos.
Me gusta que tu cuaderno, Fernando, se convierta en un lugar de encuentro entre amigos. Un fuerte abrazo para Javier y un beso para Esmeralda.
RAMÓN GARCÍA MATEOS

Tisbe dijo...

Yo recuerdo con mucho cariño la cartilla con la que aprendí a leer: MICHO, un gatito muy simpático. Después, vinieron muchos títulos como PATATITA, de la colección blanca de El Barco de Vapor o las aventuras de Los cinco, por citar algunos. Lo importante es que conservo la gran mayoría y me gusta que sea así pues esos libros son pequeños tesoros en los que me reencuentro con la niña que fui.

Núria de Santiago dijo...

La estantería de mi habitación tenía la cuatricomía blanca, azul, naranja y roja de las colecciones del Barco de vapor y las mellizas de Enyd Blyton...

Javier Angosto dijo...

Ramón: un fuerte abrazo para ti también. Te mandé hace tiempo un mensaje a tu dirección de internet, pero para mí que no debía de tener correcto el "ábrete, Sésamo", y el mensaje se quedó perdido vete tú a saber dónde.
Perdona, Píramo, que me valga de tu blog para enviar este saludo personal. Ya ves que tu blog no sólo nos pone en contacto con buenas lecturas sino también con viejos amigos.

Mari Carmen dijo...

Yo también recuerdo mi primera lectura, al igual que Bea, fue Micho. Y luego en 1º de EGB el gran libro de Borja, de tapas amarillas y ositos marrones.

Píramo dijo...

Gracias a todos por compartir la nostalgia de vuestras lecturas primeras que, como bien dicen Ramón, nos han convertido en lo que somos: enfermos, sin ánimo de cura, de literatura.

Javier, he encontrado en una página de coleccionista mi añorado Tris-Tras y ya lo he encargado. Muchas gracias igualmente por tu contribución al rescate de la nostalgia. Por cierto, nada de pedir perdón por saludar a los viejos amigos. Ya sabes que este blog tan tuyo como nuestro. Y para mí es un orgullo que sirva para reencontrar amistades.