domingo, 25 de septiembre de 2011

120. La muerta enamorada

Cuenta Luis Alberto de Cuenca, encargado del prólogo, la traducción y la edición de La muerta enamorada (Rey Lear, 2011), que estando en Murcia, “una de las ciudades donde me encuentro más a gusto de toda España”, descubrió en una librería de viejo de la ciudad huertana, una meritoria traducción al español de la obra de Théophile Gautier antes mencionada. La versión contenida en este librito, publicado en 1941 por Ediciones Pal-las Bartrés y de cuyo misterioso traductor sólo nos ha llegado la noticia de sus iniciales (J.R.B), causó honda impresión en el poeta madrileño, que decidió rescatar la obra, remendando ciertos aspectos del texto “pues en algunas ocasiones dependía en exceso del francés, sin trasladar adecuadamente la sintaxis original a la de la lengua castellana”.
Hay varias razones que hacen recomendable la lectura de este libro. En primer lugar, asistimos este año al bicentenario del nacimiento de Théophile Gautier. Aunque soy contrario al credo de las efemérides, por lo que tienen de oportunismo editorial, debo reconocer la contribución de aquéllas en la recuperación de figuras literarias peligrosamente abocadas al ostracismo. Además, en el caso que nos ocupa, tenemos el aval de la voluntad bienintencionada de Luis Alberto de Cuenca, cuya amorosa dedicación a la literatura le exime de cualquier sospecha al respecto. Y esta es la segunda razón para leer la obra: una edición a cargo del traductor del Cantar de Valtario, Premio Nacional de Traducción en 1987, es garantía de rigor filológico y primor estilístico.
Un tercer motivo es el tema de la novela. Inundados como estamos de historias de vampiros, La muerta enamorada, publicada por Gautier en 1836, a 61 años todavía del Drácula de Bram Stoker, es una hermosa retrospección a los orígenes del género. En ella encontramos ya gran parte de los motivos que definirán la literatura vampírica actual y, como apunta L.A. de Cuenca en el prólogo, con Gautier se observa la “importancia decisiva que tuvo su obra en la germinación y desarrollo de las letras fantásticas europeas”. Es verdad que se podrá aducir que el libro, con el paso del tiempo, adolece de cierta ingenuidad; que las transiciones argumentales son rápidas e inverosímiles; o que la historia está despojada de terror subyugante. Pero es que hay que ver las cosas en su contexto: la candidez y la ausencia de terror, a la manera en que hoy lo conocemos, participan en realidad de esa languidez decadentista que tan bien comulga con el carácter del vampiro canónico y que, de por sí, ya es inquietante. En cuanto a las transiciones, la obra fue publicada a la manera folletinesca en la prensa parisina en 2 entregas y la naturaleza de este molde no permite una elaboración muy granada en lo argumental.   
El libro es, ante todo, una de esas perlas literarias, engastadas en el marbete parnasiano del “arte por el arte”, concepción que la tradición atribuye precisamente a Gautier desde aquel poemario auroral titulado Esmaltes y camafeos, de 1852. Quizás esa tendencia estetizante no haya sido más necesaria en ningún otro tiempo como lo es en el que vivimos hoy, donde lo feo, lo vulgar y lo mediocre se erigen como estiletes del mal gusto. Gran herejía, tal vez, para los defensores del arte comprometido, y más en los tiempos que corren. Pero “arte por el arte”, precisamente también, por los tiempos que corren. En realidad, el debate es baladí y seguramente haya que defender una mezcla de ambas ideas. Pero es que a uno, escéptico y aburrido de las grandes mentiras de la vida política y social, le dan ganas de lanzarse rendido y agónico en los brazos de una bella Clarimonde.
Théophile Gautier (1812-1872)

3 comentarios:

Javier Angosto dijo...

Precisamente por lo que tú mismo apuntas en relación a que vivimos en "un timepo donde lo feo, lo vulgar y lo mediocre se erigen como estiletes del mal gusto", ¿no es, en ultimo término, el llamadao "arte por el arte" un arte comprometido? Te lo estoy preguntando a ti, pero, en realidad, quienes debieran contestar son los que atacan al "arte por el arte".

Tisbe dijo...

No conocía esta novela. Espero poder leerla pronto y comentarla contigo.
Por otra parte, estoy de acuero con Javier y contigo en cuanto al arte por el arte. Escribir por y para el arte constituye en sí un compromiso que, si bien no es social, lo es estético. Creo que ambos compromisos son necesarios y no tienen por qué ser opuestos o incompatibles.

Píramo dijo...

Javier y Tisbe, buenas reflexiones. El compromiso con la belleza puede ser muy útil, aunque haya quien vea en esta afirmación una paradoja

Agradezco a Luis Alberto de Cuenca las generosas palabras que me dedicó mediante correo particular. Aunque el sentido de la humildad creo tenerlo entre mis valores, me disculparán ustedes este puntito de vanidad de dar noticia de ese correo.