lunes, 23 de enero de 2012

137. Los habitantes de la casa deshabitada

Un proyectil en forma de bomba de risa llegó el pasado fin de semana al Teatro Principal de Alicante. Se trata de la representación de Los habitantes de la casa deshabitada, obra que su autor, Enrique Jardiel Poncela, bautizó junto a Madre (el drama padre) y Es peligroso asomarse al exterior como “Tres proyectiles del 42”, por ser estrenadas en el Teatro de la Comedia de Madrid en ese año tan bélico y por ser concebidas como disparos contra el teatro tradicional que defendía buena parte de la crítica, ese teatro ñoño e insulso que tanto disgustaba a nuestro dramaturgo.
El nombre de Jardiel Poncela aparece indisociablemente unido al teatro del absurdo. De hecho, fue un revolucionario dentro del teatro humorístico,  pues en sus obras planteaba  nuevas posibilidades cómicas que no eran entendidas por todos o que, incluso, podían dañar las sensibilidades más refinadas. Hastiado del teatro “asqueroso”, como él lo llamaba, se erige como defensor de lo novedoso, de un teatro que represente conflictos diferentes de los que los espectadores pudieran tener cuando regresan a sus casas y a la cotidianeidad de su vidas, y acuña el término “teatro antiasqueroso” para referirse a su producción, un teatro cuya valía artística es superior a la del teatro convencional: “¿Pues no estaría más de acuerdo con la propia esencia del Teatro que lo que en el escenario sucediese no fuera lo vulgar y lo que les ha ocurrido a todos, sino lo extraordinario, lo imposible, lo que a ninguno le ha ocurrido ni podrá ocurrirle nunca?”
Esta intención de presentar al público lo imposible aparece en Los habitantes de la casa deshabitada, obra en la que asistimos a las aventuras que viven en una extraña mansión Raimundo y su chófer Gregorio tras estropearse el coche en el que viajaban. Los personajes acuden con la intención de desentrañar el misterio que rodea a esta casa en la que se encienden las luces misteriosamente, se escucha música de piano y se oyen gritos. Allí descubren que la mansión no está tan deshabitada como parecía, pues por ella desfilan fantasmas, esqueletos, hombres sin cabeza y otros seres extraños. La trama se complica con dos secuestros y una banda de falsificadores.
La elección de los actores que interpretan a estos personajes ha sido muy acertada, pues no hay ninguno que desentone. Destacan las actuaciones de Pepe Viyuela, espléndido chófer miedoso, y Paloma Paso Jardiel, que encarna a Rodriga, una chica un tanto cortita que aparece casi al final de la obra para complicar aún más la acción, pues se presenta como espectadora de lo que ella considera un juego teatral. En este sentido, se puede hablar del teatro dentro del teatro, pues se da un ingenioso juego de superposiciones. Así, hay personajes que fingen ser otros, como Melanio y Jacinto (por tanto, interpretan a la vez su propio papel y el de otros); Rodriga, como hemos apuntado, cree que todos están representando una farsa; y, finalmente el público real completa esta especie de "Matrioska teatral" típicamente jardialesca. Merece ser mencionado también el decorado. La ambientación de la casa está muy lograda, al igual que el coche en el que viajan los protagonistas de esta disparatada historia, que es un ejemplo de esa introducción, tan del gusto de Jardiel, de incorporar a la escena elementos propios de la modernidad (pensemos que hablamos del año 1942).
Esta obra pertenece a las denominadas “comedias sin corazón” que se caracterizan por estar “construidas bajo disciplinas artísticas exasperadamente cómicas [...] [en cuyas] entrañas no fluye ninguna corriente sentimental que fertilice su estructura, ni se hallan apoyadas en ningún cimiento psicológico, pasional, metafísico o filosófico que las preste su solidez y justificación vitales”. Jardiel Poncela señala esta característica como el único defecto de su obra, mas defiende a capa y espada que su mayor virtud es la inverosimilitud fantástica que rezuma en ella. Una fórmula que debió gustar, y mucho, al público de su época a tenor de las más de 400 representaciones que tuvo en su primer año de vida –según el autor-. En Alicante parece que pervive el público jardielista, así lo corroboraron los aplausos que sonaron con fuerza al finalizar el espectáculo y el hecho de que Jardiel repita en el Teatro Principal en menos de dos años.. Y es que nada tiene de malo buscar la distracción simple y pura en el teatro, la carcajada que nos haga olvidar estos otros momentos “bélicos” que estamos viviendo. Como afirmaba Jardiel Poncela: “La Humanidad ronca. Pero el artista está en la obligación de hacerla soñar. O no es artista”. Soñemos, pues, con el teatro para despertar con fuerza de la realidad que, ésta sí, roza ya lo inverosímil.

*Las citas han sido extraidas del prólogo de esta comedia que el mismo Jardiel Poncela escribió. 

3 comentarios:

Píramo dijo...

Cuánta razón tienes, Tisbe, al dudar sobre qué es más inverosímil, si las obras de Jardiel o la realidad que nos está tocando vivir. Sospecho que Jardiel podría montar un buen argumento con los sucesos de los tiempos que vivimos, aunque entonces ya no podría cumplir la máxima de contar algo distinto de lo que el público se encuentra al llegar a casa. La obra me gustó bastante. No la había leído y eché de menos algo más de ese juego de palabras tan jardialesco. Ignoro si fue una licencia del director o es que en el mismo texto, Jardiel no proyectó esta vez esa veta suya del ingenio léxico. Quizás eso me lo puedas aclarar tú, que sí has leído el texto íntegro. La obra me recordó bastante a "Eloísa está debajo de un almendro", sobre todo el juego de equívocos y el teatro dentro del teatro, incluso utilizando algunos recursos muy parecidos en ambas obras. Del humor me llamó la atención el carácter ingenuo del mismo. Enseguida evoqué a los espectadores de la época, imaginándolos como nos los muestran en esos documentales en blanco y negro donde todos se desplazan, se mueven y gestualizan como si hubiéramos presionado el botón de "Forward" de nuestros vídeos. Ingenuos en su forma algo infantil de hallar humor en algunas escenas de "casa de los horrores" e ingenuidad también en ese primer contacto con el maquinismo, tan novedoso a principios de siglo y que hoy nos produce cierta ternura. Lastimosamente no todos participaban de esa ingenuidad. Una guerra se cernía sobre Europa y España atravesaba una dura posguerra. Pero me gusta imaginar el Teatro de la Comedia de Madrid de aquel 1942 como un búnker contra la barbarie y las penalidades diarias.
Qué bien traídas las citas del prólogo de Jardiel, Tisbe. Muy interesantes. Muy buena reseña.

E. Martí dijo...

Geniales, la entrada y el comentario de Píramo... No dejamos de aprender con vosotros, amigos
Un abrazo

Tisbe dijo...

Píramo, considero que el director del montaje ha sido bastante fiel al texto. Coincido contigo en tus apreciaciones sobre la ingenuidad del humor de la pieza. Muchas gracias por tus palabras. Un beso.

Esmeralda, me alegra que sigas visitando nuestra bitácora. Tus aportaciones son siempre recibidas con mucho cariño. Muchas gracias. Un abrazo.