domingo, 12 de agosto de 2012

170. La delicadeza

Los escritores deberían prestar más atención a los inicios de sus novelas. Una frase desafortunada; un estilo demasiado pretencioso; una familiaridad excesiva con el lector, como si éste fuera el amigote con quien el autor soliese tomar unas cañas en el bar; una introducción innecesariamente prolija o con la que el lector es incapaz de ponerse de una vez en situación; el protagonismo desmedido del autor, por encima, incluso, de la historia que quiere contarnos y que raya en el exhibicionismo; una presentación atrevida, camuflada de falso vanguardismo; o, simplemente, un error gramatical en las primeras líneas. Todo eso puede acabar con la paciencia del lector y dar al traste con el libro antes de tiempo. Ante el enorme caudal literario que abruma al lector de nuestros días, éste se ve obligado a ser selectivo y exige que su tiempo de lectura le sea amable y fructífero porque, de lo contrario, hay otro libro esperando en el estante. El ritual de la lectura es sagrado y no damos margen a los profanadores.
Algo así me sucedió a mí con La delicadeza, de David Foenkinos. Un inicio infinitamente apastelado irritó mi amor propio de lector y cerré el libro en la quinta página. Luego vi la película porque el libro traía en el interior una entrada de la adaptación cinematográfica, una de esas raras iniciativas de las que se debiera tomar nota. La película me gustó e intuí, por esa máxima que es ya una aceptación tácita, que el libro estaría mejor. Y así fue como la película, en un ejercicio sin precedentes en mi bagaje lector, le dio la oportunidad al libro. Retomé la novela y la acabé del tirón en una sola noche.
El título del libro hace honor a la prosa de su autor. Cada frase es una caricia sincera, llena de autenticidad, y lo que es más importante, de honestidad literaria. La novela, que es un homenaje a los invisibles en el amor y una apología de la sencillez, hilvana la historia de un amor imposible con un inusual sentido de la mesura sentimental, sabiendo acercarse al lector con el tacto y el equilibrio adecuados para evitar resultar frío o excesivamente empalagoso. Con el mismo equilibrio, Foenkinos salpica de un humor fino su relato, sólo cuando es necesario. Llaman la atención las interrupciones de la narración a través de unos brevísimos capítulos que sirven de sutil anticipación a los acontecimientos o como meras treguas, simpáticos anticlímax, que esbozan una sonrisa en el lector. En el “debe” de la novela quizá se halle la situación equívoca a través de la cual Nathalie conoce a Markus. Aunque la acción irracional de Nathalie podría justificarse mediante argumentos psicológicos, es obvio que el autor no se ha esforzado lo suficiente para idear una situación que, a fin de cuentas, es clave para la novela. Da la sensación de que ha tenido prisa en empezar el nudo de su historia y no ha cuidado el origen de la misma. Para algunos podría resultar, incluso, inverosímil.
Respecto a la adaptación cinematográfica, resulta satisfactoria, aunque siendo Foenkinos el codirector de la misma, parece extraño que no haya incorporado a la película algunas escenas de la novela, perfectamente acoplables al molde fílmico. A su vez, la película incorpora escenas nuevas que no aparecen en el libro, algunas de las cuales tratan de hacer hincapié en el rechazo social que genera la relación entre Nathalie y Markus. De la película destacan las transiciones escénicas, al más puro estilo teatral, algo que no puede extrañarnos dada la vinculación de Foenkinos con el arte dramático.
En definitiva, La delicadeza es una lectura agradable, optimista, de aquellas que dejan buen sabor de boca, y que demuestra que la vida está llena de oportunidades y de casualidades. Sin estas últimas yo no habría leído el libro y hoy éste dormiría olvidado con un pliegue en su página 5, en la anodina vida de los estantes de los libros malos. Pero Nathalie se atrevió a besar a Markus.


3 comentarios:

Érie Bernal dijo...

Me resulta curioso que una película te lleve a leer el libro cuando normalmente tienden a machacar la obra literaria y más conociendo tu amor por los libros. En mi caso hay pocos libros que haya dejado en la estantería por tener un mal principio. Hasta hace unos años me leía de principio a fin el libro escogido para la lectura fuera o no un bodrio. Creo que lo hacía por orgullo de lectora!! Todo cambió desde que en mi camino se cruzó "La historiadora". Es el primer libro que no he podido acabarme y fue el primero que me abrió los ojos: ¿Para qué perder mi tiempo con un mal libro si hay muchos otros esperándome?. Me ha gustado la entrada.

Mari Carmen Pidal dijo...

Ya estoy deseando leérmelo

Píramo dijo...

Erie, hay tantos libros, que hay que saber seleccionar y si la selección no satisface, dejarlo.

Mari, ya nos contarás.