lunes, 7 de enero de 2013

189. La Colección Austral



El año que acabamos de despedir ha dejado una de las efemérides más entrañables de la cultura editorial hispánica: los 75 años de la Colección Austral, de Espasa-Calpe. Heredera de la alemana Albatross (1931) y de la inglesa Penguin (1935), la española Espasa-Calpe siguió la estela de estas editoriales, pioneras en la edición de libros de bolsillo, y fundó en 1937 la Colección Austral en Argentina donde, aprovechando el auge económico del país y el gran número de intelectuales españoles allí exiliados, había instalado una filial en 1928, dirigida por Gonzalo Losada. La colección se inauguró, como digo, en 1937, con una edición de La rebelión de las masas, de Ortega y Gasset, a la que siguieron 30 libros más aquel mismo año. Para la selección de aquellos primeros títulos, Losada recibió el asesoramiento del poeta y crítico Guillermo de Torre, a la sazón cuñado de Jorge Luis Borges. El inconfundible diseño de la colección corrió a cargo de Attilio Rossi, un milanés afincado entonces en Buenos Aires desde 1935, que ideó una cubierta de fondo blanco sobre la que iba impreso el texto de color marrón, y una sobrecubierta con el familiar fondo tramado, cuyo color identificaba el género literario correspondiente. Se da la curiosa circunstancia de que este Attilio Rossi, responsable de inocular en el imaginario sentimental de varias generaciones de lectores el diseño de marras, ha permanecido en el anonimato hasta hace casi 4 años, cuando la revista Insula, en un maravilloso monográfico dedicado a la Colección Austral desveló su identidad. El diseño se completó con el reconocidísimo logotipo de la constelación de Capricornio, aunque parece que en un primer momento Rossi había optado por la imagen de un oso polar, poco después descartada por recomendación del propio Borges, tras observar que este animal no habitaba la Antártida. Tanto el logotipo como el nombre de la colección dan buena cuenta de su cuna argentina.

Para aquellos lectores que, como yo, nacieron en los albores de los 80 y que, por lo tanto, sitúan el inicio de su madurez lectora bien entrada la década de los 90, la Colección Austral no puede tener el mismo significado que para las generaciones que nos precedieron. Los treintañeros hemos crecido en medio de una gran diversificación editorial que ya no convertía en imprescindibles las viejas ediciones de Austral. En cambio, para nuestros padres y abuelos, esta colección, surgida en tiempos de carestía y difícil acceso a la cultura, debió suponer un maravilloso salvoconducto para llegar a la literatura con mayúsculas, la de los grandes clásicos hispánicos y universales. Unos precios asequibles y una magnífica selección hicieron el resto. Es fácil comprender, pues, el agradecimiento y el sentimiento de deuda que todos aquellos lectores profesan a la colección. Y aunque a los de mi quinta, Austral, la vieja Austral, nos quede algo lejos, sentimos hacia ella el respeto que se siente por las cosas venerables. Uno nace y Austral ya estaba ahí, como algo necesario, incuestionable. Cuando llega alguna feria del libro antiguo o se acude a una librería de viejo, los tomos de Austral siguen recordándonos su épica historia de supervivencia. Sus portadas ya agujereadas y su papel quebradizo, dan cuenta de un tiempo de dificultades donde la cultura supo, una vez más, erigirse sobre las penurias cotidianas. Casi siempre, las cosas grandes se hallan en las cosas más humildes. Y así, como dice Andrés Trapiello, refiriéndose a la Colección Austral, vemos “en su papel pajizo y sus fatigadas y confusas tipografías el misterio más hondo de la literatura y la poesía, puesto que podía nacer fulgurante de un lugar tan modesto”.

Edición facsimilar del primer título editado por Austral en 1937.

7 comentarios:

Javier Angosto dijo...

Por su asequible precio, durante años la Colección Austral ha dado calor y color a las estanterías de muchos hogares de España y de Hispanoamérica.
En cuanto a su discutido diseño, a mí me parece que estaba muy bien. La prueba es que desde que lo cambiaron a mediados de los 70, no han vuelto a dar con la tecla a pesar de los sucesivos intentos. Es más: la última remodelación ha significado, prácticamente, volver a sus orígenes. Por otro lado, es verdad que el papel era malo y que, normalmente, como los libros no estaban cosidos, se rompían al leerlos. Y no es menos cierto que en algunos casos la letra era microscópica. Pero, aun con todo, creo que el balance es más que positivo.
Y finalmente, ¿qué sería de los devotos de Azorín sin la entrañable Colección Austral...? Y quien dice Azorín, dice Menéndez Pidal, Valle-Inclán o tantos otros.

Tisbe dijo...

Las ferias de libro antiguo no serían lo mismo sin poder rebuscar entre varios ejemplares de la Colección Austral. Sus libros son clásicos para los amantes de la literatura.

Pilar Blanco dijo...

Yo empecé a leer, como quien dice, con ellos. Mi padre, como lector curioso, tenía de todo, a Ortega o la Pardo Bazán, el humor de Julio Camba o a Menéndez Pidal. Y ya de estudiante en perpetuo estado de ruina ¿qué comprar?, pues Austral, Bruguera, Salvat, Losada... los libros desencuadernados y cutres de los setenta, cuando tú, tierno Píramo, aún no pisabas este mundo cruel...

Antonio Tello dijo...

En 1968, lo recuerdo porque fue el año en que nació mi primogénita, me empeñé para comprar toda la colección hasta entonces. Ahí leí un libro revelador para mí, la "Poética", de Hegel.
Como a causa del destierro, mi biblioteca argentina fue saqueada y destruida, durante años busqué algunos de sus libros más queridos. La "Poética" lo hallé una mañana lluviosa entre unos libros tirados junto a un contenedor.

Celso Hoyo dijo...

Magnífico, como siempre. Pocas entidades culturales merecen un reconocimiento tan apasionado como la Colección Austral. El significado de la palabra cultura y la emoción de su hallazgo, para quienes sobrepasamos hace tiempo los cuarenta, hallaron entre las páginas de esos libros uno de sus más fecundos, preclaros, certeros y avispados manantiales. Querido Píramo, me has emocionado.

E. Martí dijo...

Cuántas horas pasando las páginas amarillas de los libros de la colección Austral... Cuántos recuerdos, trabajos escolares, buenos ratos a su amparo...
Un placer volver por aquí.
Un abrazo cordial

Píramo dijo...

JAVIER, efectivamente, yo descubrí a Pidal a través de Austral. Es uno de los mayores tesoros que la Colección me ha dado y sólo por eso le tengo un cariño muy especial.

TISBE, qué bonitos paseos a tu lado en las ferias del libro antiguo. Y sí, Austral siempre de testigo.

PILAR, esas lecturas que han sido aurorales para ti y para tantos otros al calor de Austral y de esas otras editoriales de perfil barato, son mucho más gratas que las que se puedan leer en encuadernaciones de lujo precisamente porque fueron las primeras. Y yo, tierno Píramo, que no pisaba entonces este mundo cruel, sigo comprándolas hoy. Por algo será.

ANTONIO, qué entrañable anécdota. Gracias por compartirla. Ya ves que los libros nunca se destruyen. Renacen y lo hacen con la grandeza de lo eterno, aunque sean empapados por la lluvia al lado de un contenedor.

CELSO, toda la razón. Celebro haberte traído a la memoria ese tesoro modesto que es Austral. Y, sin embargo, tan grande.

ESMERALDA, y nosotros encantados de que vuelvas. Ya vi que presentaste en Gijón a Ramón García Mateos. Sería para ti un orgullo. Felicidades.