domingo, 7 de julio de 2013

214. Escribir un libro


 
 
De todos es conocido aquel dicho que nos recuerda las tres cosas que debemos hacer antes de morir: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro. La sentencia, atribuida por algunos al poeta cubano José Martí, entronca en realidad con la tradición islámica y, aunque trivializada como simple aforismo, su significado es de más hondo calado. Plantar un árbol está relacionado con la caridad: se planta un árbol para que su sombra pueda guarecer a otros y para que su fruto sirva de provecho a los demás; los hijos cuidan de nosotros en la vejez y nos perpetúan; finalmente, el libro es nuestra contribución al conocimiento. A priori, los dos primeros objetivos son los más asequibles. Escribir un libro, en cambio, debería de antojarse algo más complicado. Pero no parece ser así.
 
Y es que hoy todo dios escribe libros, desde el literato más exquisito hasta el famosillo de medio pelo que firma “libros” en las ferias y centros comerciales. A Almudena Grandes esto le molesta y ha escrito en su columna de El País Semanal, un artículo titulado “Elogio de la literatura” que ha ofendido a la Campos y a la Milá. En realidad, la polémica responde al fenómeno del intrusismo profesional. Un garrulo de cualquier programa inmundo puede, de repente, hacer de periodista o de ¡contertulio! (jamás esta palabra se había degradado tanto); los futbolistas hacen de modelos en los anuncios; los ramoncines de políticos visionarios; los toreros de cantantes; y ahora cualquiera puede publicar “su libro”. Recuerdo uno de los programas de Las noches blancas, presentado por Sánchez Dragó, que el escritor utilizó para promocionar su último libro, diseñando incluso él mismo las preguntas que debían hacérsele (me parece que lo entrevistó su hija Ayanta). Aquello parecía un acto intolerable de vanidad pero Sánchez Dragó se adelantó a la perplejidad del televidente diciendo que era conveniente recordar que él no es presentador de televisión sino escritor. Más allá de la travesura televisiva, lo cierto es que no le faltaba razón.

Para mí, el problema no estriba tanto en que se escriban libros, sino en la utilización de la propia palabra “libro”. El vocablo “libro”, más allá de su existencia física como producto manufacturado y consumible, sigue estando revestido de una venerabilidad que hace difícil aceptar que cosas como las que escribe Mercedes Milá, sean dignas de llamarse propiamente “libros”. Creo que todo se solucionaría si, en lugar de emplear el término “libro”, se acudiera humildemente al género.  Bastaría con que se dijera que Fulanito presentará sus memorias; o que Menganita firmará ejemplares de la recopilación de anécdotas de su programa de televisión; o que Zutano ha escrito unos consejos para mejorar el talento. Pero, por favor, no enarbolen la palabra “libro” con esa autocomplacencia del ignorante. Todos pueden escribir versos pero eso no convierte a cualquiera en poeta.

Se le reprochaba a Almudena Grandes, que gracias al dinero que recaudan las editoriales al vender las obras que ella despreciaba, se podían también publicar los libros de los grandes escritores. No sé qué hay de cierto en ello pero lo que sí sé es que sería deseable que el fenómeno fuera precisamente su reverso, es decir, que la venta de los grandes libros, de la literatura de verdad, fuera la que permitiera que se colaran en el mercado editorial esas otras obras menores, algunas de las cuales sonrojan al buen gusto desde el mismo título. Y si la triste realidad es que tiene más tirón algo titulado Lo que me sale del bolo que las novelas en las que “los autores se dejan la vida en lo que escriben”, entonces mejor no plantemos árboles ni tengamos hijos. Porque la escuálida fronda que les ofreceremos, no podrá guarecerles de tanta ignorancia.

8 comentarios:

Javier Angosto dijo...

Quizá la solución sería la que apuntas al final del tercer párrafo. Mientras tanto, habrá que recordar aquello de "zapatero, a tus zapatos...".

Anónimo dijo...

Excelente reflexión, se ha relajado demasiado el concepto de "libro", y esos pretendidos bestsellers producto de la farándula no ayudan nada a mantener la dignidad de la profesión de autor, siempre tan denostada. Estaría genial que se llamen a las cosas por su nombre y, como bien dices, las "recopilaciones de anécdotas" y "memorias" sean conocidas como tales. Pero está la cosa complicada, decir "mi libro" siempre ha contribuido a hinchar los egos.

Enric Vera dijo...

Un artículo muy bien logrado. Te aseguro que nunca caeré en esa trampa.

Pilar Blanco dijo...

Muy de acuerdo en todo salvo en eso de que cualquiera puede publicar libros. A algunos nos resulta casi imposible conseguirlo. Seremos más torpes. O más escritores, no sé. Pero algo hacemos mal.

Segismundo Fernández Tizón dijo...

Un artículo muy interesante y, por supuesto, muy recomendable. Estoy muy de acuerdo con todo el texto. Lástima que hoy puedan hablar de "mi libro" ciertos personajillos que luego no saben ni siquiera hablar con un mínimo de respeto por el lenguaje.

Tisbe dijo...

Es una pena ver cómo hay personas que publican libros de una calidad ínfima mientras otras, más preparadas, no lo consiguen porque no tienen "padrino".

Píramo dijo...

Javier, al refranero pocas veces le falta razón.

Sgolaya, bienvenido al blog y gracias por tu comentario. Celebro que comulguemos en esto, sobre todo si, como veo, te dedicas al mundo editorial.

Enric, gracias. Ya sé que no caerás en la trampa. Suerte con tus proyectos literarios. Y tesón. Mucho tesón.

Pilar, conozco casos en los que el editor le ha dicho al escritor que no publica su libro porque es demasiado bueno y el público no lo entendería. Así de triste.

Segismundo, gracias y bienvenido al blog. La verdad es que determinados personajes pierden todo su crédito literario al

Tisbe, cierto. Aunque también es genial llegar sin padrino. Se eliminan las susceptibilidades. Y es un orgullo.

Pilar Blanco dijo...

Así es. Hablarle en necio para darle gusto.