martes, 1 de octubre de 2013

223. La invención del amor


 
José Ovejero ha ganado el Premio Alfaguara de Novela con su obra La invención del amor. El libro, que no pasará a los anales literarios, ostenta, sin embargo, tres virtudes que conviene ponderar: la originalidad, el estilo literario y las interesantes digresiones que jalonan el hilo argumental.

La originalidad estriba, sobre todo, en la trama de la novela y en la desconcertante caracterización de su principal protagonista. Samuel, un cuarentón que está de vueltas de todo, recibe una llamada telefónica por error donde se le comunica que Clara ha muerto. A pesar de no conocer a ninguna Clara, decide ir al entierro, donde descubre que la persona con que se le ha confundido era el amante de la difunta. A partir de ese momento, Samuel decide asumir su nueva identidad hasta llegar a inventarse los detalles de su relación con Clara en las confidencias que mantendrá con Carina, la hermana de la fallecida, de quien acabará enamorándose. Esta ficción le conducirá a situaciones que rozarán el surrealismo, como la del encuentro con el verdadero Samuel, tocayo del protagonista.

Más allá del enrevesado argumento, que en realidad entronca con toda esa tradición de la comedia de enredo de nuestros siglos áureos, aunque tamizada aquí por un tono de amargura, lo que resulta verdaderamente llamativa es la relación que el lector mantiene con el protagonista. Generalmente, el lector suele identificarse con el héroe de la novela, incluso cuando no se dan las condiciones de una empatía completa con él. Aceptamos sus decisiones, deseamos justificarlas para seguir acompañándole en la trama y somos condescendientes y solidarios con su comportamiento porque nos interesa continuar con la historia. Con Samuel, sin embargo, la sensación es perturbadora. A la familiaridad inherente que, conforme se pasan las páginas, nos vincula a todo protagonista literario, se le une aquí una suerte de reserva que establece límites en nuestra percepción del héroe y marca una distancia inusual con el personaje. Samuel está a medio camino entre la víctima y el psicópata, y el lector, que no se fía, tiende a mirar de soslayo algunas situaciones que afean su percepción, como cuando Samuel roba la foto de Clara que preside el féretro y se la lleva a casa.

Aparte de esto, el libro cuenta también con un estilo ágil, elegante en ocasiones, y del que se infiere cierta cadencia amarga, desazonadora, desesperanzada, que cuadra muy bien con el marco urbano decadente y al que contribuye la utilización de esa ironía de media sonrisa detrás de la que se esconden los fracasos vitales. Son interesantes las digresiones que aportan puntos de vista desmitificadores, algo iconoclastas o políticamente incorrectos pero perfectamente asumibles, comprensibles y justificables.

Lo que naufraga en la novela es el desenlace. El final abierto, que normalmente es una invitación al lector a completar el relato y que genera interesantes debates en los clubes de lectura, aquí parece más bien un recurso socorrido que el autor utiliza porque no sabe cómo terminar la historia. Da la sensación de que el autor se hubiera metido en el mismo callejón sin salida que su personaje; como si Ovejero hubiera empezado la novela sin un plan prefijado y se hubiera dejado conducir por esa inercia mágica en la que el personaje manda y sorprende al propio escritor con avatares no previstos. Pero con la particularidad de que, esta vez, nadie, ni el personaje ni el escritor, supo ser convincente en el remate.

Finalmente, la novela es un canto a la imaginación, a cuyo amparo acudimos cuando la vida real se vuelve demasiado insufrible y anodina.

7 comentarios:

Hutch dijo...

Creo que esta vez no están suficientemente argumentadas las valoraciones de la obra: ¿originalidad, pero entronque con la tradición?; ¿esas tres grandes virtudes (originalidad, estilo y digresiones) no son suficientes para avalar una obra?; la desconfianza hacia el personaje es una percepción muy subjetiva en esta entrada y no debería hacerse extensible al resto de lectores, además, hay mucha buena literatura cuajada de héroes desconcertantes y distanciadores (Raskólnikov, Alekséi Ivánovich, Kris Kelvin...); en cuanto al final, me parece que el disgusto acumulado en la lectura -por lo que deduzco de la entrada- es el que contamina dicha apreciación, no más, pues ese desenlace era uno de los pocos viables y ya se venía fraguando mucho antes. Saludos y encantado de poder discutir, divergir en este caso, sobre buena literatura.

Píramo dijo...

Querido Angelus:
Gracias por tu comentario. Pocas cosas hay que me agraden más que el debate literario con personas de criterio.
En primer lugar, los conceptos de tradición literaria y originalidad no son necesariamente antagónicos. Yo soy de los que piensan que todo está inventado ya en literatura. La originalidad estriba muchas veces en el modo en que se reformula dicha tradición. En nuestra comedia áurea, el enredo era el medio que justificaba el fin de los personajes, es decir, estos se movían por algún interés. En el libro que nos ocupa, el enredo existe pero el protagonista lo urde simplemente como una válvula de escape al tedio de su vida anodina, que es una actitud muy posmoderna y poco, diríamos, "clásica". Yo creo que arrastras todavía aquella percepción errónea del concepto de "originalidad" de raigambre romántica.
Dices que las tres virtudes que yo aprecio en el libro deberían de ser suficientes para avalar su calidad. No entiendo por qué. En una obra pueden hallarse aspectos meritorios y otros que no lo sean tanto y eso puede convertir el resultado en insatisfactorio, sin que ello obligue a hablar de una novela mala, que es exactamente la conclusión de mi reseña: el libro tiene su mérito pero no me parece satisfactorio completamente. Eso es algo que le ocurre al 80% de las novelas que se publican (estadística intuitiva). Cuando la satisfacción es absoluta, seguramente estamos hablando de obras mayores que, obviamente, son una minoría. Ésta, desde luego, no tiene ese privilegio.
Respecto a tu comentario sobre el personaje, yo también podría ofrecerte una lista de protagonistas perturbadores; el hecho de que existan antecedentes literarios no veo por qué debe restarle interés a Samuel y, por eso mismo, llamo la atención de este aspecto en mi reseña. Que el lector pueda sentir una especie de desasosiego o vacilación ante el protagonista principal, me parece que tiene un interés porque se aparta de esa comunión casi tácita que la novela tradicional ha establecido entre el lector y su héroe. Yo no juzgo moralmente las andanzas de Samuel pero sí me descoloca y eso me lo hace atractivo. Y como creo que eso puede ocurrirle a otros lectores, utilizo esa generalización que tú me reprochas. En último término, lo cierto es que soy yo quien hace la reseña y que, obviamente, eso lleva implícita su carga de subjetividad. De lo contrario, me dedicaría a copiar las reseñas de las contraportadas de los libros que leo.
Para terminar, dices que deduces un disgusto acumulado por mi parte durante la lectura. Pues deduces mal. A mí el libro no me ha reportado ningún disgusto acumulado y, por lo tanto, no es esa la premisa de la que debes partir para justificar mi disgusto (esta vez sí) por la solución del final abierto. A mí el final abierto me parece un recurso facilón que sirve para ocultar el verdadero problema del autor: que no halla camino alguno para rematar la obra. Creo, sinceramente, que este final abierto desmerece mucho a los finales abiertos de otras novelas, donde su uso sí tiene un calado especial. Aquí el final se precipita sin justificación. Dices que el final abierto se va fraguando mucho antes. Pues espero que me des las claves de lectura, según las cuales, una determinada trama argumental incluye, por su propia naturaleza, la predeterminación de un final abierto. Es la primera vez que leo tal consideración. Un saludo cordial. Nos vemos en los blogs.

Hutch dijo...

Nada que objetar a tu refutación de mis dos primeros interrogantes denunciadores de ausencia de argumentación propia, pero sí a los dos siguientes:
1- En cuanto al protagonista, de tu párrafo se deduce un distanciamiento negativo hacia el personaje ("reserva", "distancia inusual", "el lector, que no se fía, tiende a mirar de soslayo algunas situaciones que afean su percepción") que yo he intentado rebatir infructosamente con ejemplos, pues parece que no eran necesarios ya que tu empatía con el personaje funciona, aunque no haya sido expresada con total claridad en la entrada.
2- No he hablado de final abierto en mi comentario, sino sólo de final, porque no lo considero como tal. Samuel va a contarle a una Carina entregada de antemano su historia verdadera, ¿alguien duda de que es el inicio de una nueva vida más auténtica para el protagonista y el inicio de una relación que colma a dos solitarios? Yo no.
Saludos siempre.

Píramo dijo...

Yo sí creo que hay final abierto porque el libro termina anunciando la confesión de Samuel. No sabemos cómo reaccionará Carina cuando sepa la verdad. Por cierto, ¿tú cómo crees que se lo va a tomar Carina? Te veo muy optimista porque dices que la confesión colmará las vidas solitarias de ambos. Pero yo no estoy tan seguro de que Carina se tome a bien todo el engaño y acepte a Samuel. Carina ostenta cierta altivez y parece tener un concepto alto de sí misma. También parece ser una persona con algunas muescas en el alma. No sé si toleraría el juego al que le ha sometido Samuel. ¿Tú qué opinas?

Hutch dijo...

Creo que ya he respondido a esa pregunta en mi comentario anterior. Como final redentor califican algunos el desenlace de la novela, y no me disgusta.

Tisbe dijo...

Coincido contigo, Píramo, en el final abierto. No deja de ser un recurso fácil para que cada lector deje volar su imaginación y construya un final a su medida. Ahora bien, ¿sería verosímil que Carina perdonase la gran mentira de Samuel? Me inclino a pensar que no.

Hutch dijo...

Que no lo creas, Tisbe, no implica que no sea verosímil. Son dos conceptos distintos. Negar su verosimilitud es poner en cuestión la capacidad del escritor para provocar esa idea en el lector o dudar de la aptitud receptora de éste.