viernes, 24 de marzo de 2017

355. Tramp, Tromp, Trump



Doy gracias al destino por no haberme convertido en politólogo o contertulio de televisión. De esta manera he evitado tener que dibujar con la boca esos escorzos imposibles que algunos adoptan para pronunciar el apellido del nuevo presidente de los Estados Unidos. Porque desde que Donald Trump irrumpió en la palestra informativa, no hay experto en política que no haya intentado adaptarse a la fonética yanqui para nombrarlo. Y ahí es de ver el denodado esfuerzo de nuestros ilustrados debatientes para producir la dicción perfecta de un auténtico nativo de la América profunda. Alguien les ha debido de decir que la “u” de “Trump” se pronuncia a medio camino entre la “a” y la “o”, y claro, acostumbrados aquí a decirle al pan pan y al vino vino, eso de que una “u” no sea una “u”  o de que existan vocales hermafroditas o con transtornos bipolares de personalidad, pues como que no. De tal manera que uno ya no sabe si el insigne tertuliano con ínfulas de políglota está pronunciando el apellido del presidente o se está comiendo un bocadillo de panceta (para él bacon). Para colmo de males, alguien les ha debido de decir, también, que la pronunciación oclusiva de la “t” de “Trump” es algo más intensa que la nuestra, así que el sufrido cámara de televisión está todo el día limpiando el objetivo de los perdigonazos del bocadillo de panceta que el aspirante a Hemingway esputa cada vez que demuestra su intachable dominio del inglés.
No es reprochable que alguien intente pronunciar correctamente el inglés, aunque yo soy más de la cofradía de Manolete. Lo que resulta sonrojante es cuando se percibe en ese intento, más que la noble intención de pulir la fonética, la ridícula impostura de quien desea  exhibir una formación o un falso bagaje de persona de mundo. No pasa nada si uno pronuncia “Trump”, como “Tramp”, sin más aditivo. Miguel de Unamuno hasta aceptaría que se pronunciara a la castellana, tal como se escribe. Es ya clásica aquella anécdota que gustaba recordar al escritor vasco según la cual, durante una conferencia sobre Shakesperare, el autor de Niebla pronunció el apellido del inmortal dramaturgo siguiendo la literalidad española. Algún oyente engreído le corrigió la pronunciación y, acto seguido, Unamuno continuó su conferencia íntegramente en inglés. La anécdota demuestra que un uso relajado de la fonética no implica necesariamente una mala formación académica. Hay quien, en esta suerte de competición para ver quién es más licenciado en Oxford, comete errores de ultracorrección. Yo pensaba que un partido de fútbol lo integraban 22 jugadores pero si hacemos caso a los locutores deportivos salen muchos más. Luego uno descubre que es que al jugador extranjero de turno, lo ha llamado de cinco formas diferentes; al jugador canario de Las Palmas, Jesé, ya nadie le pronuncia la “j”, y es sustituida por la  pronunciación inglesa, de tal manera que ahora lo han rebautizado como “Yesé”. Y una antigua conocida mía, paseando por el centro comercial, no entendía por qué no hallaba productos del hogar en una sección de una tienda presidida por el cartel “Home”. Había confundido el vocablo inglés con el catalán (“Hombre”).
Si tenemos estos lapsus con nuestro propio idioma, ya se pueden poner en marcha todos los planes plurilingües que se quieran en las escuelas. No se nos da bien el inglés, es un hecho. Y tampoco queremos aprender, no nos engañemos. ¿Qué salas de cine españolas se llenan para ver las películas en versión original como ocurre en gran parte de Europa? Podremos pronunciar “Trump” con todo aparato de exquisiteces fonéticas. Pero al final, a Clint Eastwood sólo lo reconocemos si es con la voz de Constantino Romero.

2 comentarios:

Tisbe dijo...

¡Cuánta razón tienes!

Javier Angosto dijo...

Tengo un hueco en mi horario y estoy solo en el aula. Menos mal: así me he podido reír bien a gusto sin que me tomen por loco. Gracias, Píramo, por alegrarme la mañana.