lunes, 2 de octubre de 2017

378. 'Clima mediterráneo'



Clima mediterráneo (Visor) es el título del nuevo poemario de Luis Bagué, libro con que el autor ampurdanés ha obtenido el Premio Tiflos de Poesía en su trigésima edición. Qué reconfortante resulta toparse con un libro de poemas que responde, por fin, a un plan preestablecido, a un proyecto unitario en el fondo y en la forma, lejos de aquellas obras heterogéneas e inconexas que se limitan a juntar poemas sin más afán que el de la mera colección acumulativa.
Clima mediterráneo se divide en 4 secciones. La primera, titulada “Mediterráneos”, es la desazonadora estampa de nuestro mar, crisol y cuna de civilizaciones pero también “puerta giratoria” que ha sido testigo de la expulsión morisca y judía, del abuso colonizador en América o de la vergonzante tragedia de los inmigrantes. En sus playas de Niza moría Garcilaso y en el castillo de Bellver dormitaba Jovellanos, soñando la quimera de un Mediterráneo ilustrado que ha devenido en un vertedero, “alquitrán en las plumas, pecas en las escamas, / un tatuaje de henna / en el caparazón”, que es también vertedero moral.
La segunda parte, “Hecho en España”, es un catálogo de productos patrios, tamizados en el cedazo de la amarga ironía del poeta, que degrada los símbolos clásicos al detritus de la posmodernidad. Así, en la serie “España real”, Bagué realiza la acerada écfrasis de tres cuadros: Las meninas, La familia de Carlos IV y La familia de Juan Carlos I. En “Don Quijote 2.0.” se coteja la España de Alonso Quijano con ésta nuestra donde los molinos son ahora parques eólicos, la meseta castellana es carnaza para el especulador,  la fantasía de Clavileño una compañía aérea y del escrutinio del cura y del barbero sólo se salvan la Biblia y la Constitución. El toro de Osborne, otro “pecio de la cacharrería posmoderna”, merece también su oda y, siguiendo con los toros, en “El rapto de Europa”, el poeta reformula el mito clásico para trazar una historia del viejo continente a través de la metáfora de la vaca, hasta llegar a las vacas flacas de la crisis económica y el rescate bancario actuales, remedado secuestro de los dueños del nuevo Olimpo capitalista. Termina la sección con la serie “Dieta mediterránea”, cuyo bodegón poético nos recuerda que somos “carne mística y caducidad”; y con “Patrimonio nacional”, donde se parodia las restauraciones falaces de lugares históricos para el turismo-zombi de cámara al cuello, helado y camisas floreadas. En “VPO”, el poeta se lamenta del fracaso de los pisos de protección oficial, derribados por la crisis y por los intereses especuladores.
La tercera sección, “Alta velocidad”, está compuesta por 23 haikus impuros, algunos de los cuales glosan el magnífico cuadro de Darío de Regoyos, Viernes santo en Castilla, un ingenioso catálogo de píldoras poéticas entre la sentencia y el divertimento.
Finalmente, “Zona residencial” es la sección más intimista y metafísica del poemario y, sin embargo, su material poetizable se abastece de la más estricta cotidianeidad. Así, el acto de reciclar o el de barrer adquieren categorías casi ontológicas, porque en la vida, “siempre estás en la vía purgativa”. En “Ciberespacios”, la irónica reformulación del tópico virgiliano del locus amoenus, acaba siendo trasunto de la soledad a que nos abocan las redes sociales. En ese mundo globalizado e impersonal, el poeta aspira a “una proporción hospitalaria / Busco la magnitud de lo habitable”.

Clima mediterráneo es un libro inteligente, trufado de guiños culturalistas que enriquecen el conjunto y halagan al lector. El lenguaje deconstruye sorpresivamente los significantes y los reformula brillantemente. Su gran mérito estriba en la simbiosis anómala de lo clásico y lo posmoderno en una suerte de collage imposible pero  desoladoramente sugestivo. 

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