lunes, 13 de abril de 2020

481. El humor en los tiempos de cólera



Coincidiendo con el 75 aniversario de la incorporación de Wenceslao Fernández Flórez a la Real Academia de la Lengua, he estado leyendo estos días su correspondiente discurso de ingreso, que el escritor gallego tituló «El humor en la literatura española». Aunque la preparación del discurso se llevó a cabo en la primavera de 1936, no fue hasta el 14 de mayo de 1945 cuando pudo leerlo ante sus recientes adláteres académicos. La Guerra Civil, claro, había dejado en barbecho el tradicional ritual. Fernández Flórez confiesa que llegó a quemar los apuntes sobre los que había trabajado, temeroso de «los peligros revolucionarios». Y uno se pregunta qué naturaleza subversiva o más bien reaccionaria tendrían aquellos papeles para dar con ellos en la chimenea de su casa.
Entre los pensamientos del flamante académico hay una reivindicación del humor, género siempre menospreciado por el oficialismo literario de turno. F. Flórez lo compara con la casita de caramelo del cuento. Unos se acercarán a la casita, la lamerán y se marcharán sin averiguar quién vive ahí; otros, además, querrán conocer a su inquilino y, al hallar al ogro dentro, le reprenderán por haber construido una casa de caramelo; aquellos se habrán interesado solamente de forma superficial, una vez que el sabor de la casa les ha satisfecho un capricho y les ha hecho pasar un buen rato; los otros le afearán al ogro que, siendo él un personaje tan importante, se haya entretenido en construir una casa de caramelo. En resumen, están los que piensan que el humor es un ejercicio simpático sin más y los que lo menosprecian por no ocuparse de las cosas serias. Y, sin embargo, como dice F. Flórez, el humor podrá no ser solemne, pero desde luego es algo muy serio. El autor de El bosque animado lo define como «la sonrisa de una desilusión». No es, pues, la carcajada desaforada, que el escritor compara con las cosquillas: «Las cosquillas pueden obligarnos también a retorcernos en carcajadas estentóreas, y, sin embargo, cuando cesa el estímulo, no se ha enriquecido nuestro espíritu con un pensamiento ni con una emoción. Tal ocurre con el chiste».
La sonrisa de una desilusión. Porque el literato es, ante todo, un hombre descontento: «El día en que el mundo sea tan perfecto que exista conformidad entre los deseos y los sucesos, nadie leerá novelas y, desde luego, nadie las escribirá. Una novela es el escape de una angustia por la válvula de la fantasía». Y ante el descontento, la ira y el lamento, hijas del instinto, se enseñorean en las diferentes manifestaciones literarias, muchas de ellas excelsas. Pero hay un tercer elemento que trasciende el instinto para situarse en el ámbito de la inteligencia. «Ni el insulto, ni la súplica, ni la execración, ni los suspiros tienen una fuerza semejante»: el humor, que no es la sátira cruel ni la burla. El humor, según F. Flórez «es siempre un poco bondadoso, siempre un poco paternal. Sin acritud, porque comprende. Sin crueldad, porque uno de sus componentes es la ternura. Y si no es tierno ni es comprensivo, no es humor». Y sigue: «El humor tiene la elegancia de no gritar nunca, y también la de no prorrumpir en ayes. Pone siempre un velo ante su dolor. Miráis sus ojos, y están húmedos, pero mientras, sonríen sus labios».
No es baladí pensar que Wenceslao Fernández Flórez pronunciara estas palabras después de haber salido de una guerra, una experiencia que debió de resituar los límites de su concepto del humor:
«Ignoramos qué nos traerá la literatura posterior a la guerra –dice– pero si en ella sobrevive el humorismo diremos que se ha salvado algo muy importante de la ternura humana, entre tantos odios y tantas espantosas violencias». Setenta y cinco años después, también nosotros deberemos plantearnos qué hacemos con nuestro humor cuando sobrevivamos a la pandemia. Si lo usamos para herir o si, en su necesaria mueca de acíbar, lo derramamos sobre la humanidad con la bondad que defendía don Wenceslao, ahora que más falta nos hace para restañar la hemorragia de las vidas que se fueron.
Busto de Wencesleo Fernández Flórez en la Praza do Humor (La Coruña)


1 comentario:

José Antonio López Rastoll dijo...

Quien bien te quiere, te hará reír (antes, durante y después de la pandemia). Buen artículo.

Un saludo.