lunes, 18 de mayo de 2020

486. 'Cielo y Chanca'



El barrio almeriense de La Chanca constituye uno de esos espacios míticos capaces de espolear el alma de los artistas, tan permeables a las sugestiones que los paisajes singulares y sus ocultos arcanos, solo visibles a su sensibilidad avezada y acechante de la belleza, ejercen sobre su creatividad. La Chanca, humilde barrio donde se quintaesencian las culturas acrisoladas en la copela de sus calles estrechas, marineras, afeudaladas bajo el señorío secular de la Alcazaba, con sus cuevas y casas cúbicas que ya enamorasen en su día a Juan Goytisolo en uno de sus libros de viajes, La Chanca, decimos, solo espera la mirada atenta del poeta para expiar su miseria en la dignificación siempre redentora de los versos.

No nos extraña, pues, que el poeta José Antonio Santano, haya puesto al servicio de esa manumisión de La Chanca respecto del yugo de su precariedad, los versos de uno de sus últimos libros (con Santano y su portentosa fecundidad las reseñas de sus obras siempre se quedan antiguas)  titulado Cielo y Chanca y publicado por la editorial Alhulia.
La primera parte del libro, «Blanco silencio», la conforman 25 cuartetas que aspiran a una esencialidad prístina que depura las palabras hasta hacer palpables la blancura y el silencio que da título a la sección. Diríase que sus versos, en su despojamiento de lo accesorio, son rayos de sol que en la implacable siesta andaluza reverberan desde las paredes encaladas de las casas de La Chanca hasta envolvernos también a nosotros en una luz sacrificial que nos fagocita hasta confundirnos con su totalidad cegadora, trallazos de luz que son espasmos gozosos en la claridad.  De estos breves poemas destaca el uso de asociaciones sintagmáticas nominales que generan nuevas unidades léxicas como «magia silencio», la «rutina cansancio» de las campanas, «luz laberinto», «gruta secreto», etcétera.
La segunda parte del poemario, titulado significativamente «Silencio roto», como si Santano quisiera despertarnos de la autocomplacencia de la primera parte,  lo constituyen ya poemas más extensos donde La Chanca se despereza y sus tipos humanos y sus paisajes cobran vida y contorno. Para ello, en numerosas ocasiones, Santano se vale de lo que otros han dicho sobre el barrio: Goytisolo (de ahí el significativo título «Señas de identidad» del primer poema), pero también artistas plásticos como los pintores Jesús de Perceval o Cantón Checa o fotógrafos. Entonces Santano reformula la mirada de aquellos con la hermosa écfrasis de su juicio poético y ese eclecticismo artístico parece trasunto de la multiculturalidad abigarrada del libro, con menciones al gitanismo y al origen árabe del barrio, heredero aún hoy de su historia en la morfología de sus calles y casas y en sus gentes. Hay poemas donde esa comunicación entre el pasado árabe de La Chanca y el barrio actual parece desafiar los vórtices del tiempo.
La tercera sección, «Ciudad marina», se llena de nostalgia y parece remansarse en la reflexión metafísica, volviendo al silencio de la primera parte en un ejercicio de circularidad que da unidad al poemario. La «Adenda» final es una preciosa coda que homenajea los hogares de los amigos, allí donde el poeta siempre puede volver para encontrar la paz al abrigo de la amistad.
En los últimos tiempos, Santano ha publicado también Maraparaíso (Diputación de Córdoba) y Tierra madre (Alhulia, Premio José Antonio Ochaíta de Guadalajara), que habrá también que leer parar que él también nos aloje en su casa donde el amor «solea el zaguán de regreso a los besos».


1 comentario:

Mila dijo...

Perfecto. Cre que en el último párrafo hay un error tipográfico, sobra una r (para, en vez de parar)