lunes, 20 de marzo de 2023

601. Peritos en tempestades

 


Aunque muy conocido en el mundo filológico por el grupo de Sintaxis que desde el año 2015 administra en Facebook (y que cuenta ya con casi veinte mil seguidores), conviene recordar que Alfonso Ruiz de Aguirre es un escritor de larga y fructífera carrera literaria jalonada por numerosos reconocimientos. Su último libro, Recoge tempestades (La Discreta), incluye trece relatos que, como se señala muy acertadamente en la solapilla, coquetean con el realismo sucio americano, el tremendismo español o la literatura fantástica de Borges.

La primera sección del libro, titulada «Apalaches», recoge cuatro relatos ambientados en Norteamérica, cuyos personajes, inmigrantes españoles en su mayoría, desnortados e invisibles, tratan de afirmarse desesperadamente en un territorio hostil donde son ninguneados y en el que corren el riesgo de difuminar los límites de su propia identidad. «Yo necesitaba que alguien me mirara para sentir que seguía siendo, a pesar de todo, una persona», dice la protagonista del primer relato, una mujer que enloquece tras perder a su bebé. Y el niño del tercer relato, huérfano de madre y cuyo padre se emborracha todas las noches, se agarra a las piernas de éste cuando su progenitor se derrumba en el sofá y allí se queda dormido concentrándose en soñar lo mismo que el padre, unos sueños en los que éste no bebe y no lo deja solo en casa. Los relatos de esta primera parte le sirven al autor, además, para denunciar la mentira del «sueño americano» y la situación de la comunidad hispana en EEUU, donde no se sabe distinguir a un español de un mexicano y donde la xenofobia está a la orden del día, como ocurre en el cuento que cierra la sección, en el que un hombre que acude a un club de streptease por primera vez, acaba metido en una trifulca por su condición de español. También se critica una forma de nacionalismo distorsionado: «a los americanos les encanta volver a escribir su historia para imaginarse que todo sucedió como a ellos les gustaría». Meritorias son también las escenas costumbristas de Nueva Orleans, que contrastan con la desolación tras el paso del Katrina del segundo relato.

La segunda parte, titulada «Carabanchel y otros arrabales» insiste en el desamparo de sus personajes. En el relato «Un día inolvidable», un niño del castizo barrio madrileño se niega a obedecer a su padrastro, que quiere trasladar a toda la familia a Morgantown (o a Morgantonio, como la llama el protagonista). El uso del registro infantil, enternecedor por su ingenuidad y muy divertido, le sirve al autor para trazar una parodia del estilo de vida americano y el desarraigo que supone la emigración para un niño. En el relato titulado «Lluvia», un hombre que quiere invertir su escaso dinero en la autopublicación de su novela se da de bruces con la realidad: «Yo hubiera preferido editar mi libro, pero tengo que reconocer que las ventanas aíslan muy bien del ruido y del frío». Es un relato sobre los sueños frustrados y la tiranía de la cotidianidad. Por eso concluye su protagonista: «En la vida, si uno sueña, lo mejor es que sea con algo parecido a lo de los demás […]. Si uno no pacta con sus sueños, sus sueños se lo comen crudo». En «Hazme gemir», una mujer con aires de tragedia lorquiana y obsesionada con tener un nuevo hijo intenta quedarse embarazada de otro hombre al no conseguirlo con su marido. El relato parece parodiar un concepto equivocado sobre la maternidad y bucea en el asunto de las dobles vidas y los secretos ocultos dentro del seno familiar. Completa la sección un cruda estampa que aborda un atentado de ETA.

El libro se cierra con la sección «En otro tiempo, en otro lugar» que incluye dos relatos belicistas, ambientados uno durante la Guerra Civil española y el otro en la guerra de Marruecos, y un precioso relato sobre un embalsamador egipcio en tiempos de los faraones, que es una reflexión sobre el opiáceo de la fe religiosa. Mención aparte merecen los dos microrrelatos que flirtean con el surrealismo y lo paranormal.

Los relatos, imbricados entre sí a través del recurso galdosiano de reutilizar personajes, y con el uso de la autorreferencialidad, como aquella que juega con el título del libro, otorgan una unidad al conjunto, completada por el recuerdo de estos personajes desvalidos que Ruiz Aguirre redime al cobijarlos en el siempre seguro hospicio de la literatura.

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