lunes, 24 de junio de 2024

655. Ni diente ni león: un canto a la fragilidad

 


Imaginen un tranquilo pueblo, con una suave colina por la que serpentea un río, un paisaje cubierto por dientes de león, esas delicadas flores capaces de crecer entre la maleza. Imaginen a dos personas caminando por este paraje, conversando y escuchando el lejano sonido de una campana. Esta estampa, a priori idílica, es la que sirve de marco para la novela póstuma de Yasunari Kawabata, Dientes de león, publicada recientemente en España, en la que el autor nipón indaga sobre los límites de la cordura y la locura y sobre otros muchos misterios de la vida. El lector pronto descubre que el paseo de esos dos personajes no obedece a un acto recreativo sino que supone la dolorosa separación de ambos de Ineko, una joven afectada por la “ceguera del cuerpo”, una extraña enfermedad que le impide ver en determinados momentos a personas y objetos queridos. Su madre y Kuno, su novio, han acompañado a Ineko al centro psiquiátrico donde se someterá a una terapia. La madre y Kuno dialogan a su salida del hospital mientras sus pasos los encaminan a una encrucijada de dudas, de ideas enfrentadas, de remordimientos y de reproches, pero también de comprensión.

 En la trama, que se desarrolla en un solo día, sin capítulos, destaca el tema de la culpa. Kuno no perdona a la madre haber internado a Ineko (“¿qué sabrán los médicos de los dolores del alma?”) y no permitir, por tanto, su matrimonio, pues él confía en el poder salvífico del amor. La madre, por su parte, culpa a Kuno de ser el desencadenante de la enfermedad de su hija. La conversación va fluyendo entre reproches, justificaciones y reflexiones que ahondan aun más en esa culpa que atenaza a ambos personajes, pues se acaban autoinoculando una responsabilidad que justifique la dolencia de Ineko, en un ejercicio de peligrosa introspección ya que “rebuscar en el pasado el origen de su culpa es algo que no tiene fin”. Esta búsqueda va ligada a la remembranza de hechos traumáticos en la vida de Ineko, como lo fue presenciar la muerte de su padre, y de su vida en pareja con Kuno, la cual permite a ambos personajes conocer mejor a quien es el centro de sus desvelos. Esta rememoración plantea, además, interesantes reflexiones sobre la actitud ante la muerte de un ser querido, el fatalismo, el destino, el amor, la crianza de los hijos y, por supuesto, la locura (“todos vivimos conteniendo al loco que llevamos dentro”) y el peso de nuestras decisiones sobre los demás. La conversación adquiere también un efecto catártico en la madre y Kuno, pues realizan un ejercicio de sinceridad y de desnudez sentimental mientras caminan “con el destino de su hija sobre sus hombros”.

Kawabata invita al lector a leer entre líneas y a trasladar los interrogantes que plantean los personajes a su propia realidad. La novela, publicada originariamente por entregas e inacabada, escrita con la característica delicadeza del autor, deja un regusto amargo ante la incertidumbre de qué sucederá con Ineko, que es, a la postre, la gran protagonista, a pesar de que no aparece en la obra directamente. Recreada y perfilada por las palabras de Kuno y de su madre, se hace presente mediante el tañido de la campana que hay en el sanatorio, pues la toca mientras ellos se marchan. Su sonido se convierte en símbolo de la visibilidad que los internos merecen, pues estos también forman parte del pueblo y, por extensión, de la sociedad. Cada toque de campana es un grito metálico para reivindicar que ellos están ahí, que no deben ser recluidos y olvidados, “transmiten así su existencia” mediante “un eco que viene de las profundidades de su corazón” para recordarnos que la frontera entre la locura y la cordura es muy frágil, como un campo lleno de dientes de león que, con un leve soplo de viento, se desintegran. No lo olvidemos.

 

lunes, 17 de junio de 2024

654. Gaudeamus!

 



Ignoro si se hace en algún otro instituto más, pero, en el IES Jorge Juan de Alicante, cada año despedimos a nuestros graduados cantando de pie el Gaudeamus igitur. El hedonismo de su letra lo acerca más a determinados poemas de los Carmina Burana que a una canción propiamente académica, aunque no olvidemos que la estipe goliarda, a la sazón la creadora de este género poético, la constituían no pocas veces estudiantes universitarios. En el Jorge Juan eliminamos algunas estrofas, quizás por no alargar la ceremonia más de lo debido o, tal vez, porque, en su ardor epicúreo, al autor del Gaudeamus se le colaron algunas estrofas inapropiadas, como aquella que elogia a «las vírgenes, fáciles [y] hermosas». De todos modos, a tenor del lamentable estado en que se hallan las Humanidades por mor del enésimo e incompetente ministro de Educación, nadie entre los asistentes en la sala de actos comprendería los libidinosos versos, salvo (tal vez) el profesor de Latín.

El Gaudeamus igitur, originalmente De brevitate vitae, parece remontarse al siglo XIII, aunque el manuscrito original incluía otra versión musical distinta a la actual. A finales del siglo XVIII y tras una traducción del texto latino al alemán, queda fijada la letra definitiva y se adopta la pegadiza melodía que hoy conocemos. Johannes Brahms la incluyó en su «Obertura académica», que celebraba la concesión del doctorado honoris causa concedido por la Universidad de Breslavia (Polonia). La canción nos invita a gozar de la juventud, recordándonos la fugacidad del tiempo y los achaques de la vejez, al mismo tiempo que nos remite a todos aquellos que nos han precedido y a quienes hoy solo podemos hallar en el cielo o en el infierno. Por el texto desfilan los consabidos tópicos literarios: carpe diem, tempus fugit, memento mori, ubi sunt?, entre otros. Le sigue luego una loa a los profesores, a los estudiantes y a la patria y, como contrapunto, un dicterio contra la tristeza, el diablo y los que se burlan de los alumnos (que debe de ser el primer alegato antibullying de la Historia). Concluye con una celebración de la camaradería académica unida bajo el seno de la universalidad del conocimiento.

Quizás haya a quien le parezca este ritual una cosa rancia y casposa o una copia desvaída de la tradición anglosajona, tan solemne en sus ceremoniales académicos. Y quizás haya quien piense, también, que estas cosas solo pueden suceder entre las vetustas paredes de un instituto decano como el Jorge Juan, con sus 175 años de historia. Pero a veces el boato es necesario. Si algo he comprendido durante mis casi 20 años de trayectoria docente, es que el alumno encuentra en el instituto una casa a la que acogerse cuando todo ahí fuera anda mal. No es proselitismo; es sentido comunitario. Entonar juntos el Gaudeamus igitur es también una forma de gritar nuestro sentido de la pertenencia, tan necesaria para sabernos menos solos en el mundo. Estas dos últimas semana se han graduado mis alumnos de 4.º de la ESO y de 2.º de Bachillerato. Viéndolos cantar el himno estudiantil, también yo sentí que ellos eran mi casa.


A Luis Eloy Martín Mata, que ha comandado con arrojo, humanidad y compañerismo la dirección del IES Jorge Juan de Alicante entre los años 2007-2008 y 2016-2024. ¡Gaudeamus compañero!

lunes, 10 de junio de 2024

653. "Abre tu rosa en mi carne..."

 


Hay en el último trabajo del dramaturgo Javier Ballesteros un afán por querer contar demasiadas cosas a la vez, lo que, desgraciadamente, da como resultado un cúmulo de asuntos, todos ellos de gran interés, que no acaban, sin embargo, de superar su condición de mero esbozo. A veces, menos es más, y hubiera bastado con menguar la ambiciosa empresa para desarrollar con más profundidad una selección de los temas, cuya naturaleza trascedente exigía, tal vez, mayor detenimiento.

Con todo, la pieza reúne algunas virtudes que conviene señalar, sobre todo en lo formal. La reformulación paródica de la tragedia griega, con su coro y su oráculo, es una divertida transmutación que, pese a su ejecución irónica, mantiene su función original, la de glosar el trasunto de la obra y la conciencia de los personajes. La flauta de fondo, tocada por  Isabel Arranz, contribuye a la atmósfera telúrica. También resulta jovial el uso de los ripios a través de un lenguaje cotidiano y muy poco poético que deconstruye, caricaturizándolo, el estilo solemne del género trágico. En medio, no obstante, se cuela alguna hermosa imagen de ascendencia lorquiana, sobre todo cuando se aborda el tema de la maternidad.  Y he aquí la materia central de la obra: una serie de mujeres internadas en un balneario con el objeto de solucionar su infertilidad, y que entronca con la tradición literaria de la maternidad frustrada que ya abordaran Lorca en Yerma o Unamuno en La tía Tula, por nombrar solo algunos títulos con los que la obra parece estar emparentada. Pero aquí el contrapunto estriba en una crítica acerada respecto a esa obsesión: mujeres que cifran su feminidad en la condición de convertirse en madres, asumiendo el rol que la sociedad les impone con esa idea falaz de la mujer incompleta, como si las mujeres no pudieran sentirse realizadas a través de la infinidad de alicientes que su vida práctica, intelectual y espiritual les ofrece más allá de la maternidad. También se deja amarga constancia de los cambios que acaecen en la vida de estas mujeres una vez han sido madres, la planicie de su horizonte vital (antes rico, frondoso, escarpado y estimulante) en pro de un principio igualmente capcioso como es el de la entrega altruista y desinteresada que las mujeres no-madres, consideradas egoístas al anteponer su propia libertad, jamás podrían entender, y arrogándose con ello una autoridad moral del todo intransigente e hipócrita.

La obra aborda también otros temas, como el aborto o la eutanasia, este último  encarnado en el personaje de Fernanda, cuyo papel desempeña muy notablemente la actriz María Jaimez (la cucaracha del título, enferma de cáncer), y que deviene en la antítesis perfecta para poner en la palestra la vieja dicotomía entre Eros y Tánatos. Hay también, en el personaje de Federico, director del balneario interpretado por el propio Ballesteros, la alusión al ansia de perdurabilidad del ser humano, resuelto con un final inesperado que conviene no desvelar por si alguien tuviera aún la oportunidad de asistir al teatro a disfrutar del montaje.

En definitiva, Cucaracha con paisaje de fondo es una pieza incómoda y valiente, que se atreve a poner el centro del debate la incuestionabilidad de la maternidad, aunque evita pontificar desde las tablas gracias a su formato fresco y cómico que pone freno a la catarsis categórica de la tragedia que en realidad es.

lunes, 3 de junio de 2024

652. Romper la crátera

 


El último libro de Nelo Curti se aparta de los parámetros habituales de los poemarios al uso gracias a un ensamblaje inteligente que de como resultado una obra de ascendencia dramatúrgica, perfectamente representable sobre unas tablas.

Efectivamente, Penélope de la Habana, parece estar emparentado con la labor performativa que el multidisciplinar artista uruguayo lleva a cabo desde hace tiempo a través de su espectáculo Afterpoesía. La deuda de este libro con ese concepto escenográfico se aprecia, por ejemplo, en el hibridismo genérico o en la incorporación de las nuevas tecnologías, que rompen «la cuarta pared» y permite la interacción con el «público-lector». Así, el último poema del libro es un código QR que nos remite a través de los dispositivos móviles a la coda necesaria del poemario. También contribuyen a ese guion la canción popular de los elefantes, intercalada entre los poemas, cuyo crescendo es proporcional a la vida rutinaria y gris de Penélope, la «protagonista» del libro; o la mutilación progresiva de un parlamento de Telémaco en la Odisea, donde Nelo Curti parece quebrar la crátera griega de la tradición para quedarse sólo con aquellos fragmentos que, otra vez unidos, alumbrarán ingeniosamente a la nueva Penélope del siglo XXI. La admirable distribución de todos esos elementos es la que confiere, junto al «argumento» de los poemas, su carácter casi escénico.

Penélope de la Habana, ganadora del Premio de Poesía David González de la editorial Páramo, es una deconstrucción del mito odiseico en relación a Penélope. Como la heroína homérica, Penélope también espera algo de la vida, pero sus días se deslizan monótonos y precarios. El desamor, el descreimiento de todo, la falta de fe en el otro y una existencia sin alicientes jalonan la supervivencia de esta Penélope de la gran urbe, aunque ella constituya más bien una isla que nunca es Ítaca porque es incapaz de encontrarse a sí misma, de «regresarse». Se barruntan en los poemas los trabajos de nuestra protagonista, de menos lustre que los trabajos de Hércules, porque ella no es Hércules como tampoco es la leona, epíteto épico que cierto hembrismo mal entendido otorga al empoderamiento femenino y que ella rechaza apelando a su derecho a sentirse frágil. Pero tampoco es la cantidad de clichés y roles que desde siempre, generación tras generación, se ha ido imponiendo a las mujeres: la tela de araña que soporta a los elefantes, otra vez como metáfora. Penélope es solo Penélope que espera mientras trabaja como camarera, como limpiadora, aunque el mundo siga igual de sucio. Las vicisitudes de Penélope permiten una visión crítica de nuestra sociedad: las tiranías de nuestro tiempo (trabajo, religión, familia, éxito, felicidad, patria); la hipocresía; el patriarcado (representado en esa estatua ecuestre de la plaza que señala el horizonte, bajo cuya sombra juegan unas niñas que, al crecer, también se sentirán zafiamente señaladas); la miseria oculta de las ciudades y la tragedia de los noticiarios. Y Penélope espera. Pero ya no tiene la necesidad de tejer y destejer su vestido de novia, prototipo de fidelidad, hasta la vuelta de Ulises –Circe mediante, no lo olvidemos–: ella misma es capaz de matar a los pretendientes a golpe de dedo índice en Tinder.

El poema QR final, casi una reformulación digital de la Pitia o de los oráculos griegos, trae la coda necesaria: la carta de Ulises. Porque los hombres son, también, víctimas de lo que les hicieron creer que eran, de su posición en el mundo, y necesitamos, por responsabilidad, achicar el agua acumulada de las cóncavas naves que naufragaron de sí mismas.

Huyendo de paternalismos y de la demagogia facilona de determinados mantras, Nelo Curti nunca pontifica, solo constata desde un profundo humanismo, la necesidad de hacer añicos la crátera donde se bebe, desde hace demasiado tiempo, un vino, que de tan añejo, sabe ya a rancio.