lunes, 28 de julio de 2025

698. El Madrid que fue en el Madrid que es

 


Solo una enamorada de Madrid podía escribir el libro que nos ocupa. Paseos singulares por Madrid. Centro y aledaños es, ante todo, una hermosa oda a Madrid, una obra en la que Concha D’Olhaberriague nos invita a mirar con otros ojos, los del paseante sosegado que degusta con calma, una ciudad por todos casi conocida. El adverbio casi no es aquí baladí, puesto que la autora propone un itinerario alternativo que trasciende la mera tipicidad de las guías turísticas al uso.

La obra cuenta con un excelente prólogo de Gonzalo Hidalgo Bayal y con una introducción de la propia escritora en la que explica el germen de este libro, fruto de su experiencia en la ciudad en la que vive y que recorre con deleite en sus habituales paseos; de modo que esta obra es «el fruto de una razón vital». Y es que Concha D’Olhaberriague, además de crítica literaria, profesora y gran estudiosa de autores como Unamuno, es una flâneur con afán de conocer y descubrir no únicamente lo que hay en Madrid sino lo que hubo, por lo que en su obra se establece un armónico diálogo entre el pasado y el presente de la ciudad.

Con una prosa muy elegante, la autora nos regala una obra en la que se combinan a la perfección la documentación exhaustiva, las reflexiones filológicas, las leyendas y curiosidades, la etimología de topónimos y los tecnicismos arquitectónicos y paisajísticos explicados siempre con rigor y claridad. Todo ello con un eje vertebrador que recorre el libro: la presencia del arte en general y de la literatura en particular. El capítulo estrella en este sentido es el dedicado al Barrio de las Letras cuya fascinante lectura sumerge al lector en unas calles por las que aún resuenan los pasos de grandes literatos, historiadores, pintores, actores… De la mano de la autora visitamos de otra manera teatros, cafés, iglesias y otros edificios destacados de la zona. El verbo visitar cobra todo su sentido, puesto que Concha D’Olhaberriague tiene la capacidad de que el lector sienta que está haciendo un recorrido corpóreo por los lugares que se describen, su fraseo guía nuestros ojos, orienta nuestros pasos de tal modo que sentimos que estamos allí, no solo leemos, sino que viajamos. La estela artística destaca también en el capítulo dedicado al Madrid de Goya. El viaje espacio-temporal que propone la autora nos lleva al origen de la ciudad en el Barrio de los Austrias, con la sugerencia de pasearlo cuando cae la noche, y a buscar los vestigios de la ciudad murada. Asistimos también a la fiesta inaugural del Palacio del Buen Retiro hasta su conversión en el famoso parque, con una explicación detalladísima de los diferentes edificios que lo componen, de los usos que tenían y que tienen y de poetas y narradores que se relacionan con este pulmón de Madrid. Asimismo, propone una ruta franciscana en la que los lectores, ciegos mendicantes, recuperamos la vista ungiéndonos con el aceite sanador de las sabias palabras de la autora cuando explica, por ejemplo, iglesias como la Capilla del Cristo de los Dolores. La mirada de la escritora no sigue un criterio centrista, sino que abre su campo de atención también a lo lejano en capítulos como el dedicado a Carabanchel, con sus excelentes descripciones de las quintas señoriales de recreo del siglo XIX y su mezcla de barrio castizo y vanguardista; o como el dedicado a iglesias periféricas. El paseo se detiene también en jardines semiocultos, remansos de paz, en un capítulo muy sugestivo y estimulante, pues el lector camina por florestas de estilos variados cuyas fragancias a olivos, rosas, lirios, alhelíes, naranjos… dotan al capítulo de una atmósfera envolvente y casi onírica. Para completar la visión espacial de la ciudad, el lector visita diferentes miradores desde los que otear Madrid para comprender desde las alturas cómo la historia y el paso del tiempo han acabado configurando la fisonomía de una ciudad apasionante. No faltan reflexiones en las que se muestra la preocupación de la autora por fenómenos como la turistificación o el deterioro de algunas zonas.

Les aseguro que tras la lectura de esta obra, tras estos paseos, no acabarán agotados sino que desearán volver a transitar estos lugares con el afán del viajero que siente la necesidad no solo de ver, sino de comprender, de tener una experiencia reflexiva e inmersiva al recorrer las rutas propuestas. Y para ello, no se me ocurre mejor cicerone que el amor matritense de Concha D’Olhaberriague.

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