El tema de la II Guerra Mundial está
siendo una fuente inagotable de material novelesco y cinematográfico que corre
el peligro de hastiar al lector y/o espectador. Por ello, cuando cayó en mis
manos Suite francesa me mostré un poco reacia a embarcarme en su
lectura. Gran error habría cometido no leyendo esta historia que desde el
principio atrapa al lector. Primero, porque tiene calidad literaria. Sus líneas
rezuman una elegancia estilística que produce goce estético. Segundo, porque
carece del maniqueísmo que, muy justificadamente, podría tener una escritora
judía que sufrió la persecución nazi.
Irène
Némirovsky concibió su novela como una gran obra que tendría cinco partes,
tomando como modelo la Quinta sinfonía de Beethoven. Inició su redacción
en 1942, mas no pudo acabarla puesto que fue asesinada en agosto de ese mismo
año. El libro, publicado póstumamente gracias al amoroso trabajo de sus hijas,
consta de dos partes. La primera, Tempestad en junio, presenta una serie
de cuadros sobre la ocupación de París por parte de los alemanes. Es una
narración coral en la que la escritora nos presenta a distintos personajes que
luchan por sobrevivir a un asedio que nunca creyeron factible. De la mano de
Nèmirovsky conocemos los pueblos invadidos, las rutas que tomaron los franceses
en busca de auxilio, el hambre, la muerte, la traición, los robos, las
mentiras, los atascos… Especialmente
interesante es el tema de la degradación
del ser humano. Ante una tragedia de tales magnitudes, emerge lo peor de los
hombres, los sentimientos y las acciones más atroces tienen cabida en cualquier
condición social, incluso en los burgueses acomodados que, al principio del
éxodo, hacen gala de su generosidad para con los demás pero que, cuando toman
conciencia de la gravedad del asunto, no dudan en pisar al más débil para
sobrevivir. Todos estos personajes muestran una actitud egoísta, algunos
sobreviven a la huida pero mueren de una forma casi cómica, como si una
justicia poética condenara la superficialidad que ha imperado en sus vidas. Se
salva el matrimonio Michaud, una pareja honrada y solidaria que busca
desesperadamente a su hijo Jean-Marie, que luchaba en el frente.
La
segunda parte, Dolce, relata la ocupación nazi de un pueblo francés,
cómo sus habitantes se adaptan a la presencia alemana en sus calles y en sus
casas. Unos personajes intentarán ganarse la simpatía de sus nuevos vecinos
para seguir disfrutando de su posición social y otros aguantarán con rabia y
dolor esta nueva situación. Destaca Lucile, una joven casada sin amor con un
hombre que ha caído prisionero de los alemanes, que vive con su suegra. Ambas
mujeres se ven obligadas a alojar a Bruno von Falk, un soldado que entabla una
amistad con la chica que rozará el amor. Las tribulaciones que surgen en la
mente de Lucile son muy interesantes, puesto que se debate entre el sentimiento
puro que le despierta un hombre joven con el que comparte inquietudes y
aficiones, y el amor a su patria. Francia ha sido invadida por unos degenerados
y ella es capaz de sentir amor por uno de sus enemigos. Asimismo, conocemos el
lado más humano del soldado, sus sentimientos, la añoranza de su familia, el
desarraigo constante en el que vive… mas por encima de todo ello, domina el
compromiso con su país.
En
definitiva, Suite francesa se presenta como un magnífico retrato de la
ocupación nazi de Francia, un país
abúlico que se resignó, en general, a la invasión. Este argumento cobra más
valor si tenemos en cuenta que la autora estaba viviendo in situ la
situación que describe y que sabía a ciencia cierta que ella sería una de las
víctimas de dicho horror. De nuevo, el arte se presenta como el mejor asidero
para el alma atormentada de escritores como Irène Némirovsky que, en lugar de
huir optaron por refugiarse en la patria de las letras, donde gozarán
eternamente del reconocimiento que merecen.