domingo, 12 de julio de 2009

12. El sexto sentido de Ramon Llull

Entre el complejo sistema filosófico que construyó Ramon Llull, destaca el affatus, incluido en su obra Liber de sexto sensu o Liber de affatu (1294). La versión en lengua vulgar se conoce como Lo sisèn seny lo qual apellam efatus. Como el propio título del libro indica, el affatus vendría a completar los cinco sentidos tradicionales del ser humano con un nuevo y sexto sentido, situado, según Llull, en la lengua y vinculado a la expresión lingüística, siguiendo esa peculiar tendencia fisiológica medieval de asociar ciertos órganos del cuerpo a los procesos mentales abstractos. El affatus representa el sentido que nomina a los objetos del mundo externo. El sujeto "escucha" al affatus, que le impone un signficante, aquél interpreta este significante surgido del mismo seno semántico de la Lengua y mediante la voz le da forma definitiva. La voz es el medio que vincula lo interior con lo exterior. En este proceso, que he simplificado aquí mucho, se percibe una necesidad eminentemente comunicativa. Como dice David Vidal Castell en su tesis titulada Alteritat i presència, el affatus es lanzar la voz al otro [...] es la voz en tanto que instinto de comunicabilidad que busca al otro (traducido del catalán). Esa alteridad, ese pensar en el otro, cobra primacía en Ramon Llull; no en vano, el affatus será la vía de comunicación para llegar al Otro, con mayúsculas (Dios). El éxito del acto comunicativo y el objeto de la comuniación (el otro) es lo importante para el mallorquín. Decía Enric Sòria, especialista en Ramon Llull, además de poeta y profesor en la Facultad de Comunicación de Blanquerna, que si por Ramon Llull fuera, todo el mundo debería hablar latín y todos así se entenderían.

Más de 700 años después, hemos pasado de los seis sentidos lulianos a los cinco que ya conocíamos pero atrofiados por el despotismo lingüístico de los nacionalismos. Éstos tienen poca vista, peor tacto, mal gusto, están completamente sordos y el olfato sólo les sirve para aspirar el olor de su propia podredumbre. Del affatus, por supuesto, ni rastro. Porque el nacionalismo lingüístico ha subordinado el acto comunicativo (el más intrínsecamente ligado al lenguaje) a la imposición política de su idioma. Eso ha dado lugar a infinidad de absurdos. Así, contemplamos incrédulos como TV3, la televisión autonómica catalana, es capaz durante una tertulia, a la que asiste como invitado un castellanohablante, de utilizar el catalán como lengua vehicular del debate, mientras al invitado se le traduce, a través del famoso pinganillo, todos los pormenores del mismo, incluso cuando él mismo es preguntado. ¿No sería más comunicativo utilizar el idioma que todos conocen (también la audiencia) para agilizar el programa? Los hombres del tiempo de TVE, dicen que lloverá en A Coruña y Girona, por tener una deferencia con las comunidades con lengua propia. Pero nunca dicen el tiempo que hará en London. El hombre del tiempo de TV3 será coherente, al menos, con su idioma y no se le pasará por alto decir Saragossa, Cadis, La Corunya o Xixó. Pero TVE tiene que ser más papista que el Papa. Con el agravante de que hay topónimos como Alicante, al que nunca llaman Alacant. A Barcelona tampoco la llaman nunca Bar/s/elona. Todo un despropósito de incoherencia lingüística. RENFE, al anunciar las paradas que se van sucediendo durante el viaje o cualquier otra cuestión, en Cataluña y la Comunidad Valenciana primero lo hacen en castellano y luego en catalán. ¿A quién le sirve ya la segunda información? Todo el mundo sabe cuál es la próxima parada desde la locución en castellano. El acto comunicativo no importa ahí, sólo, una vez más, la deferencia con el otro idioma. Sería más lógico si la primera locución fuera en catalán. Más absurdos. El Píramo que os escribe ha tenido que examinarse del Nivell mitjà de valenciano por si algún día acaba con sus huesos trabajando al lado de Tisbe. Pero Píramo ya tiene el Nivell C de catalán, que es el equivalente al Mitjà valenciano. Por no hablar de los 30 años (toda mi vida) que resido en Cataluña. ¡Hasta he sido maestro de Educación Primaria impartiendo las clases en catalán (como es preceptivo aquí)! Pero claro, al nacionalista valenciano de turno se le ocurre decir que el valenciano no es catalán. Claro, es como si el andaluz, por aspirar la "s" final, abrir más las vocales átonas o elidir la consonante en las formas de participio, fuera otro idioma, en lugar de un dialecto del castellano. ¿Acaso no me entendería perfectamente un valenciano hablándole yo en catalán? No importa. El nacionalismo no valora la comunicación. Y como no valora la comunicación, el catedrático universitario más eminente de la disciplina que sea, tendrá vetada su incorporación a las universidades catalanas, porque de su disciplina podrá ser el próximo premio Nobel pero ¡ah! no sabe catalán. El alumno perderá la ocasión de estar en contacto con un genio de su materia pero recibirá el enorme honor patriótico de escuchar a su profesor en catalán. La calidad de la clase, ¿qué importa eso? Artículo aparte (que llegará) merecería la nueva Ley de Educación de Cataluña (LEC) que arrinconará al castellano en las aulas, aunque esto ya se venía haciendo antes de la ley.

Ramon Llull hubiera deseado evitar la Torre de Babel con una única lengua, el latín. En ese deseo se destila una preocupación prioritaria por la comunicación sin barreras. No pido yo tanto, que todas las lenguas con sus particularidades son bellas. Pero sí recuperaría, con Ramon Llull, el affatus, aquel su sexto sentido. Y el sentido común.

miércoles, 1 de julio de 2009

11. El médico a palos, de Molière

El pasado viernes acudí a la representación de la conocida farsa de Molière El médico a palos en el Teatro Castelar de Elda. Como es sabido, la obra pone en escena las andanzas de un leñador, Sganarelle, caracterizado por su holgazanería. Su esposa, cansada de su comportamiento, le recrimina su escasa disposición para el trabajo a lo que él responde azotándola con una caña. Martina, indignada, urde un plan para vengarse de su esposo, quien constantemente alardea de saber latín. Casualmente, Martina se encuentra con un alguacil y un criado que andan por aquellos parajes en busca de un doctor. Ella no duda en recomendarles al mejor médico de toda la comarca que no es otro sino Sganarelle. Para que su venganza sea perfecta, Martina desvela a los desconocidos que dicho doctor es un hombre humilde, en apariencia ignorante, que únicamente confesará su sabiduría tras recibir golpes con un palo. La vendetta, por tanto, está en marcha. Seguidamente, los dos hombres encuentran a Sganarelle quien, tras propinarle una buena tunda de palos, accede a acudir a casa de un noble para sanar la extraña enfermedad de su hija: ha enmudecido repentinamente y no acierta más que a emitir gritos y sonidos guturales. Tras esta patología se esconde un motivo amoroso, pues la joven Lucinda finge su mudez para evitar el casamiento que su padre había concertado.
A partir de este momento, se sucede toda una serie de acontecimientos hilarantes que desembocan en un desenlace feliz en el que no falta la crítica social, pues se acaba descubriendo que todos los personajes-no sólo el médico- fingen en alguna medida. Así, el anciano padre de Lucinda finge desear el bien de su hija cuando en realidad se mueve por el interés económico, Jacqueline es una simple criada con conocimientos de algunos remedios caseros mas aparenta ser enfermera, la joven Lucinda simula su mudez, el alguacil presume de ser la mano derecha del rey de Francia cuando no es más que un simple recadero y Sganarelle que, si bien por miedo a ser apaleado, finge ser un médico que cura a base de latinajos con los que parece un brujo aficionado pronunciando su primer sortilegio, no duda y aprovecha la confusión para recaudar dinero.
En conclusión, el dramaturgo francés supo plasmar ya en el siglo XVII un mundo lleno de apariencia, caracterizado por la falsedad y la hipocresía. Un cuadro social este, que bien podría trasladarse a la actualidad. Aquí radica, sin duda, el rasgo esencial que convierte una obra de teatro en una pieza clásica pues gracias a la atemporalidad de su temática adquiere una vigencia universal. ¿Acaso no vemos constantemente a personas sin escrúpulos que fingen ser médicos y que trabajan en clínicas clandestinas sin temor a jugar con la vida de los enfermos, con traición y alevosía -éstos bien merecerían ser apaleados-; padres que conciertan los matrimonios de sus hijas en función del capital económico del pretendiente y eruditos a la violeta que pueblan los medios de comunicación?
Por otra parte, no dudo de que el público del Teatro Real de París de 1666 disfrutara con las repeticiones humorísticas de la obra que, quizás, para el respetable más purista del siglo XXI puedan resultar algo pesadas, pero lo cierto es que para un auditorio entregado y tan participativo como lo era el del siglo XVII supondrían un aliciente más que condujo a la farsa al éxito, pues en la corte de Luis XIV hubo cincuenta y dos representaciones. Imagino un teatro rebosante de un público jubiloso y bullicioso que ante la petición de vino por parte del médico no dudaría en responder al unísono: "Es por el polvo del camino". Este tipo de detalles que me permiten fabular cómo sería la representación son los que valoro en la puesta en escena de este tipo de piezas. Como ya comenté en otro artículo, en materia de teatro del Siglo de Oro soy clásica y por ello aplaudo también el vestuario que lucía el elenco de actores pues está inspirado en ilustraciones de la época. Como curiosidad destaco que el traje de médico es una réplica exacta del que lució el propio Molière en el estreno de la obra. A ello se unía un decorado acertado y una iluminación correcta.
En definiva, recomiendo a los aficionados y/o apasionados del teatro clásico acudir a esta representación pues considero que su director, Francisco Negro, ha logrado realizar una adaptación del original siendo fiel al espíritu de su creador. Ha conseguido equilibrar la balanza para ofrecer al espectador de nuestro siglo una pieza con un mensaje cargado de actualidad pues en tiempos como los que corren, es urgente reflexionar sobre la hipocresía y las falsas apariencias que reinan en nuestro mundo.

viernes, 19 de junio de 2009

10. El nuevo mester: el blog de Diego Catalán

Una habitación de paredes blancas listadas en su parte superior por una sobria cenefa de madera; en la pared del fondo, una puerta de dos jambas, cerrada a cal y canto y que debe dar acceso a un balcón; flanqueándola por la izquierda, una librería baja de tres cuerpos: en el central, móvil, rebosan los libros dispuestos sin orden aparente; los cuerpos superior e inferior esconden sus secretos tras sendas puertas a llave; quizás algunos legajos importantes que no puedan quedar a la vista de cualquiera, aunque esto es ponerse romántico. Coronando el mueble, más papeles y un cuadro que representa una figura masculina, de corte clásico, en disposición de leer. A la derecha del balcón, un archivador; a éste lo corona una imagen femenina que se antoja alguna donna angelicatta, pero, desde esta ventanita del tiempo, no lo puedo asegurar. Frente al balcón, una mesa de estudio, repleta de documentos y un flexo; sus patas salomónicas que, apurando la metáfora mobiliaria, podrían dar buena cuenta de su sabio dueño, descansan sobre el suelo de madera. Todo en la estancia invita al estudio y al recogimiento: la luz mate, la austeridad ornamental, enemiga de la distracción, la acogedora madera oscura. En el centro, el suelo está ya cubierto por una alfombra; sobre ella, una mesa más humilde que la anterior con una antigua máquina de escribir. Un niño de apenas dos años, rubio, de pelo lacio y arremolinado, se encarama a la misma desde la silla en que le han sentado. Le asiste en su empeño la eterna curiosidad infantil y un cojín dispuesto en la base del asiento. De pie, un hombre de traje y corbata, con barba venerable, promimente, incipientemente canosa, observa las operaciones mecanográficas del pequeño y hasta parece que le orienta sobre la posición que deben adoptar los dedos sobre el teclado: "el dedo meñique para la letra Q", parece decirle. En el rostro del hombre se percibe la ternura que transmiten las cosas sencillas. Este hombre es don Ramón Menéndez Pidal. Y estamos en su casa. El retoño es Diego Catalán, su nieto.
Bien se ve que el nieto seguirá los pasos del abuelo. Y así ha sido. El empeño de Menéndez Pidal por crear la compilación "definitiva" del Romancero, sus estudios inigualables sobre la historia de nuestro idioma o la atención a las crónicas medievales como fuente para desenterrar los cantares de gesta perdidos, han sido perpetuados por Diego Catalán mediante numerosos trabajos de campo o ediciones preciosas sobre la materia. Títulos significativos son el Romancero panhispánico, que él mismo coordinó, o la Historia de la lengua española, publicada en 2005 y que es la culminación de la labor de reconstrucción llevada a cabo durante décadas por su abuelo. Por no hablar de los cariñosísimos homenajes que ha dedicado a Don Ramón con cada cuidada reedición de sus obras, pienso ahora en La leyenda de los infantes de Lara, el primer libro del ilustre gallego.
Diego Catalán murió el 9 de abril de 2008 en Madrid, alejado del corsé academicista, individualizado como científico tras el parapeto de su propio método, asistido siempre por la mejor escuela que pudo tener como referente, la de su abuelo. Sin embargo, Diego Catalán parece seguir entre nosotros. Y no es éste el tópico al uso que se utiliza para hacer presente, a través de su obra, a un autor desaparecido. No, no. Es que Diego Catalán tiene un blog. El seguidor de un blog suele pasarse por la bitácora de vez en cuando para ver si hay algún artículo nuevo colgado. Porque detrás de un blog, siempre hay alguien que escribe. Y ahí está Diego Catalán, que con regularidad, desde marzo de 2009, nos va regalando un artículo sobre su última obra: La épica española. Nueva documentación y nueva evaluación, que aún no he leído pero que se antoja apasionante. Este libro, editado por el Instituto Universitario Menéndez Pidal, cuesta unos 72 €. Pero Diego Catalán quiso que estuviera al alcance de todos desde su blog, al igual que ha hecho con el Romancero de la Cuesta del Zarzal o el Arte poética del Romancero Oral. Resulta conmovedor pensar que alguien que pasó su vida queriendo darle al pueblo lo que era del pueblo, su patrimonio poético, el Romancero, ofrezca ahora su obra al mundo a través de esos otros juglares, también anónimos, ese grupo de ciudadanos partidarios de la cultura libre, sin canon, ni canonjías, ni derechos de autor, que trabajan sin ánimo de lucro, secundando este proyecto iniciado por Diego Catalán. Bello, bellísimo este nuevo mester.

viernes, 5 de junio de 2009

9. El manuscrito de piedra

Hace unos meses leí El manuscrito de piedra de Luis García Jambrina, profesor de Literatura Española en la Universidad de Salamanca.
Las primeras páginas de la novela plantean una trama que remite a la archiconocida obra de Umberto Eco, El nombre de la rosa, puesto que la acción gira en torno al misterioso asesinato de un catedrático de Teología. Se trata, por tanto, a priori, de una novela que viene a engrosar las interminables listas de obras de este tipo que con una ambientación histórica más o menos correcta versan sobre el esclarecimiento de algún enigma relacionado, normalmente, con asuntos eclesiásticos.
Ahora bien, el valor de esta novela reside en la maestría con que su autor ha sido capaz de imprimir personalidad a una temática tan manida en nuestros días.
El primer acierto es la elección del espacio, pues a lo largo de 300 páginas se nos ofrece una preciosa descripción de la ciudad de Salamanca. Así, el lector tiene el privilegio de recorrer de la mano de Jambrina algunos de los lugares más emblemáticos de la ciudad: el convento de San Esteban, la famosa Universidad, la Catedral, la Plaza Mayor, el Cielo de Salamanca, el Puente Romano que atraviesa el río Tormes, sin olvidarse de la famosa Cueva de Salamanca que tanta tradición literaria ha generado a su alrededor y un largo etcétera de rincones importantes que son descritos con una plasticidad digna del mejor pintor.
Por otra parte, se recrea perfectamente el ambiente estudiantil de la ciudad dorada que plasma a la perfección el dicho: quod natura non dat salmantica non praestat, en un momento de tanta agitación y cambios como fue el final del siglo XV. De hecho, el protagonista principal es un estudiante de Leyes conocido por todos: Fernando de Rojas. He aquí otro de los aspectos que confieren a la obra un valor añadido ya que aparece un personaje histórico real como personaje de ficción que se entremezclará, a su vez, con otros, como Celestina, a los que él mismo dio vida literaria. De modo que se plantea un curioso juego literario con respecto a los protagonistas que más peso tendrán en la trama descrita. Cualquier lector algo avezado sabrá captar los guiños y la intertextualidad que Jambrina nos lanza en diferentes momentos de la acción.
Asimismo, resulta interesante la plasmación que se hace de la vida relajada y nocturna que había en la ciudad. No olvidemos que Salamanca fue la primera urbe española en la que, de algún modo, se "legalizaron" los burdeles - bajo supervisión eclesiástica, por supuesto- por petición del infante don Juan a sus padres, los Reyes Católicos; y precisamente, de este lugar es originaria la archiconocida expresión: "irse de picos pardos", en alusión a la vestimenta que las meretrices habían de llevar en época de Semana Santa para ser reconocidas como tales.
Pues bien, García Jambrina logra armonizar el ambiente estudiantil, eclesiástico y prostibulario
mezclándolo con la situación de los judíos conversos, el Humanismo, la pasión... Consigue crear, pues, un todo unitario capaz de entretener al lector.
No obstante, más allá del argumento en sí guardo un grato recuerdo de esta novela por la cantidad de imágenes que se agolparon en mi cabeza durante su lectura. Considero que leerla puede resultar una experiencia gratificante para quien, como yo, admire esta ciudad que fue cuna de las letras y de la sabiduría y que actualmente sigue conservando esa magia especial e inexplicable que hace que quien pasee por sus calles caiga rendido a sus encantos.

lunes, 18 de mayo de 2009

8. Mario Benedetti

Cuando el mundo pierde a un poeta pierde al hombre pero gana al Poeta. El carácter mitificador de la muerte sustituye al hombre que escribe con su máquina de escribir o que lleva en su maleta unas cuartillas con versos; o que asiste a un certamen para hablar de literatura; sustituye las investiduras honoris causa y los premios literarios. Y en su lugar queda el Poeta asido a sus palabras, blincando su espíritu sobre los versos, esparcido el hombre en las páginas de sus libros. Si uno lee un texto de este poeta trascendido a Poeta, las palabras ya no son aquellas con olor todavía a tinta de este mundo cuyo sentido aún puedo conocer leyendo alguna entrevista en un periódico o, si tengo esa suerte, preguntándole directamente. Las palabras del Poeta son ya un arcano, elevadas a categoría de misterio sólo con el tránsito de su creador. Pero es que quien se nos ha ido hoy ha sido Benedetti. Y a Benedetti no le hubiera gustado elevarse hasta esas esferas tan lejanas. Hubiera preferido seguir estando entre las gentes, enseñándonos el amor, la amistad, la solidaridad y el goce de vivir como siempre hizo: con un lenguaje cercano, llano, cariñoso, de amistosa complicidad. Muy mortal. A Benedetti le hubiera gustado oírse recitar entre los oficinistas, las cajeras, los mecánicos de coches, los vendedores, los taquígrafos; entre el tarareo de una canción de Serrat en un concierto o de Daniel Viglietti desde un viejo transistor colocado en la ventana de cualquier modesta casa de Paso de los Toros. Lo otro quede para los exiliados. Benedetti es un "desexiliado" de la muerte. Prime, pues, su alegría:

Defender la alegría como un derecho
defenderla de dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas
del azar,
y también de la alegría

lunes, 11 de mayo de 2009

7. Dos menos (y eran los únicos)

El pasado viernes 8 de mayo llegó al Teatro Principal de Alicante la obra Dos menos, dirigida por Óscar Martínez y protagonizada por José Sacristán y Héctor Alterio. En principio, la obra reunía todos los ingredientes para satisfacer al público alicantino. Por un lado, la historia dramática de dos enfermos terminales, compañeros en la habitación del hospital que, ante la noticia de su inminente fallecimiento, deciden fugarse para vivir intensamente los últimos días de vida, en una especie de viaje iniciático. Lo atractivo del motivo temático venía avalado por el éxito de taquilla de la película Ahora o nunca, con Jack Nicholson y Morgan Freeman de la que la obra de teatro puede considerarse su remake sobre las tablas. Por otro lado, la presencia de dos buenísimos actores como son Sacristán y Alterio para quienes el papel parecía pintiparado, completaban la promesa inicial. Sin embargo, el guión empequeñeció las expectativas. Ignoro si la representación se mantuvo fiel al texto original de Samuel Benchetrit o ha sido demérito de sus versionadores, Fernando Masllorens y Federico González Pino, pero lo cierto es que la obra desmereció bastante. Salvando el primer cuarto de hora, donde los protagonistas asumen la fatalidad de su destino con un fino sentido del humor, el resto del guión se desvanece entre la nebulosa de un pobrísimo argumento, inconsistente y muy poco elaborado, que en ningún momento dio la impresión de estar hilvanado y cuya meta nunca pareció clara. La fuga del hospital, de tanta importancia simbólica, se pierde en un anecdotario insulso, estirado como para llenar los minutos con algunos episodios que son meros parches. Qué lejos de aquella lista de “cosas que hay que hacer antes de morir” de la película de marras, tan llena de lirismo y cuyo contenido redunda en una introspección profunda de los personajes. También perdió la obra la oportunidad de crear ese contraste tan efectista que supone combinar el sentido del humor con el drama de los personajes. La sombra de la muerte casi nunca está presente en la obra, de modo que el espectador corre el riesgo de olvidarse de ella y, ni mucho menos, sentirá compasión por los protagonistas. La muerte misma de los personajes se limita a una despedida sin emoción hacia una luz de fondo proyectada sobre el escenario y se produce casi de golpe y porrazo sin transición alguna, hasta el punto de que el espectador duda sobre si ese es el final o no de la obra. Se porá reparar en el error que supone comparar la película con la obra de teatro, siendo ambas pertenecientes a géneros distintos, con sus propias pautas. Pero es inevitable pensar que por encima de los géneros está la categoría artística de quien se somete a sus leyes. De vuelta a Tarragona, como para recordar esa máxima, pusieron en el tren la película de Nicholson y Freeman. Si las comparaciones son odiosas, algún Hermes del Parnaso quiso que así fuera. Algún sentido tendrá si los dioses así lo disponen. No obstante, la obra de teatro salvó los muebles, como suele decirse, por la innegable calidad de la intepretación por parte de Sacristán y Alterio (a éste, no obstante, con problemas para oír su voz), lo que demuestra una vez más que, utilizando el símil futbolístico, son los jugadores quienes hacen bueno o malo al entrenador. En este caso, el aplauso se lo llevaron los actores, no el guión. En la novela, el fenómeno es más complejo. Los personajes que actúan en la novela dados a la vida por la propia minerva del autor, ¿pueden llegar a salvar al autor mismo? Unamuno ya trató este tema en Niebla. ¿Don Quijote salvó a Cervantes? ¿La Andrea de Nada, salvó a Carmen Laforet? ¿Podrá escribir algo más J.K. Rowling que no sea sobre Harry Potter? ¿Existen Sacristanes y Alterios que salven a sus creadores? Y si es así, ¿es metafísicamente posible que una criatura literaria pueda oscurecer incluso a quien la creó?

jueves, 23 de abril de 2009

6. El Día del Libro

Cuando en 1995 la UNESCO decidió convertir el 23 de abril en el Día Mundial del Libro, tomó como referencia simbólica para tal resolución los decesos de Cervantes, Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega. Añade además, esta institución, los nacimientos y muertes de otros escritores sucedidos ese mismo día. Y cita a Maurice Druon, K. Laxness, Vladimir Nabokov, Josep Pla o Manuel Mejía Vallejo. Hoy sabemos que las dos figuras cimeras que lideran esa lista, Cervantes y Shakespeare, no murieron tal día como hoy. Cervantes lo hizo el viernes 22 de abril de 1616 y fue enterrado el sábado 23; mientras que Shakespeare murió el 2 de mayo de ese mismo año y la asociación de su muerte a la fecha elegida por la UNESCO se debe únicamente a la confusión derivada de la utilización del calendario juliano, hoy en desuso, pues el vigente, como se sabe, es el gregoriano. Refiriéndose al enterramiento de Cervantes del día 23, el historiador José Enrique Ruiz-Domènec en un reciente ciclo de conferencias celebrado en Tarragona (Las artes del diálogo. Literaturas peninsulares en conexión), organizadas por La Caixa, y en alusión a la condición de judío converso del autor del Quijote, contaba las macabras pullas que recibió el escritor por parte de quienes le querían mal, pues, Cervantes, que había defendido su ascendencia de cristiano viejo durante toda su vida, demostraba su origen judío al cumplir escrupulosamente con la religión hebrea, ya que nadie podía negar que el día sagrado del sabbath, efectivamente, descansó.

Roto el romántico sortilegio de este día, sin desmerecer por ello al Inca Garcilaso, que tantas y tan curiosísimas concomitancias vitales tuvo con Cervantes, ni al resto de la lista, nos queda seguir celebrándolo con la mejor predisposición posible. Es cierto que la fecha en cuestión ha favorecido el abuso mercantilista del libro. Las editoriales en sus contraportadas nos venden la mejor obra del siglo. Un ligero vistazo por esas contraportadas y pensaremos que nos hallamos en pleno Siglo de Oro de las letras universales: "los estallidos de comicidad más inteligente que ha producido la literatura" ; "nunca una obra de ficción ha desvelado tantas verdades ocultas"; "la novela total"; "el portentoso talento creativo del autor"; "un bisturí manejado por la mano maestra del autor";" todo un hito en la novelística del siglo XX" ; "incomparable agudeza y brillantez". Encomios literarios hiperbolizados que convierten cualquier novela en un clásico sin salir siquiera de la imprenta. Unas críticas que al espíritu, maltrecho como está de escepticismos, se le antojan paradójicas. Y es cierto que las ferias de libros con su brutal excedente abruma al lector exigente que se pierde entre la maraña de títulos insulsos, muchos de los cuales son la negación del propio libro, porque " libro es aquel, como decía Kafka, que te golpea, que te araña, que te despierta en el sentido duro, pero también gozoso. El No libro es aquel producto transgénico y clónico, que aunque tenga forma de libro, lo que hace es repetir y es un hábito de consumo para ocupar espacio comercial". Son palabras de Manuel Vicent, uno que sí escribe libros.

Pero también es cierto que sería un error que, llevados de lo dicho anteriormente, despreciásemos el único día en el que se garantiza que se va a hablar de libros. Eso ya es mucho. En la Tarragona de Píramo, más que hablarse de libros, son los libros los que hablan. Resucitan de sus nichos epitafiados de etiquetas que los clasifican y se dan a las gentes en las calles sin más atavío genérico que el de su universal aspecto. El libro es entonces ya libro y hasta los No libros lo parecen al lucir en las paradas de la Rambla. Sant Jordi mata al dragón tantas veces como princesas portan la rosa nacida de su sangre y estos Sant Jordis redivivos, reciben a cambio uno de esos libros. El paseo se impregna de aromas a rosa y tinta; del dulzón olor del papel nuevo o del rancio del viejo; y, sugestionado, el caminante a quien flanquea esa orgía de volúmenes hacinados, cree que Cervantes y Shakespeare murieron el 23 de abril.

Invito a nuestros visitantes a incluir en el apartado de comentarios de este artículo aquellos libros que hayáis recibido o regalado hoy. Montaremos así nuestra paradita también.

jueves, 16 de abril de 2009

5. El Quijote en América

De todos es conocida la fama universal de la que goza El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Cualquier persona mínimamente instruida guarda en su imaginario personal la figura de un hidalgo viejo y enjuto enloquecido por la lectura de libros de caballería que protagoniza las más osadas aventuras en pos de un ideal acompañado por su fiel escudero Sancho Panza. Ambos personajes protagonizan una historia que gozó de éxito y reconocimiento absoluto al poco tiempo de publicarse la primera parte de la obra; un éxito al que alude el propio Cervantes en la segunda parte de la misma. Se trata, por tanto, de una novela que fue capaz de traspasar fronteras tanto geográficas como idiomáticas. Como muestra baste decir que en 1896 se realizó en Tokio una versión de la obra en japonés, una lengua tan distante a la nuestra.

Por tanto, don Quijote y su escudero supieron cabalgar desde muy temprano para conquistar otros países y territorios. Dicha conquista llegó incluso al continente americano, puesto que en 1605 un librero de Alcalá de Henares - Juan Sarriá- envió sesenta y un bultos a su socio americano que contenían setenta y dos ejemplares de la obra que nos ocupa. Una vez surcaron el Atlántico, estos ejemplares fueron recogidos por Juan Sarriá hijo, quien recibió el encargo de llevar algunos de esos libros a las altas sierras del Perú. De modo que a finales de 1605 estos ejemplares desembarcaron en Portobelo, atravesaron el istmo de Panamá hasta llegar a Lima y desde allí, algunos, ascendieron por los Andes para acabar en el Cuzco. Una travesía arriesgada y peligrosa de la que don Quijote salió vencedor, tal y como relata Leonard Irving en Los libros del conquistador.

Si esta llegada tan temprana de la obra de Cervantes al Nuevo Mundo resulta gratamente sorprendente, igualmente impactante es el hecho de que sólo dos años después del nacimiento literario de don Quijote y Sancho, en 1607, estos personajes formaran parte de un texto literario genuinamente peruano. Nos referimos a la Relación de las fiestas que se celebraron en la corte de Pausa, un documento que fue conocido gracias a la labor del cervantista Francisco Rodríguez Marín. Dichas fiestas se organizaron con motivo de la llegada de un nuevo virrey al Perú, el marqués de Montesclaros, y suponían la celebración de una mascarada (diversión que consistía en representaciones alegóricas y recreaciones de temas históricos en las que cada participante interpretaba un papel). Concretamente, se organizó el juego de la sortija, en el que los caballeros montados a caballo debían pasar su lanza a través de un anillo. En este juego participaban numerosos caballeros con diferentes pseudónimos. Aquí radica la importancia de este texto puesto que uno de los participantes no era sino el Caballero de la Triste Figura acompañado por su escudero Sancho:

A esta ora asomó por la plaça el Cauallero de la Triste Figura don Quixotte de la Mancha (...) Benia cauallero en vn cauallo flaco muy pareçido a su rrozinante, (...) Aconpañabanle el Cura y el Barbero (...) y su leal escudero Sancho Panza, graçiossamente bestido, cauallero en su asno albardado y con sus alforjas bien proueydas y el yelmo de Manbrino (...) y presentandosse en la tela con estraña risa de los que miraban, dio su letra, que dezia: Soy el avdaz don Quixó-, / y maguer que desgraçiá-/ fuerte, brabo y arriscá-. Su escudero, que era vn hombre muy graçiosso, pidio licençia a los jueçes para que corriesse su amo y pusso por preçio vna dozena de çintas de gamussa, y por benir mal cauallo y azerlo adrede fueron las lanças que corrio malisimas, y le ganó el premio el dios Baco.

Como sucedía en la novela, Don Quijote fracasa en sus intentos puesto que es Baco quien gana el juego. Asimismo, Sancho aparece perfectamente caracterizado sin olvidar su tendencia a ensartar coplillas y refranes. Esto es, en Perú no sólo se había leído la obra en 1607 sino que se habían captado los rasgos esenciales de los protagonistas, quienes formaban parte de la cultura popular. El carácter novedoso que presentaban estos personajes en el país andino queda patente en que el caballero que interpretaba a don Quijote ganó el premio de la invención, puesto que provocó la risa al público presente. Así, los lectores allende los mares dieron la misma interpretación paródica que se daba a la obra en España; algo lógico puesto que no será hasta más adelante cuando los estudiosos comiencen a entrever otros significados mucho más profundos en las aventuras del hidalgo manchego. Este hecho no desmerece en absoluto la importancia de que en fecha tan temprana, 1607, los personajes de la novela cobraran vida propia al margen de su padre literario en las mascaradas de América. Más mérito tiene, si cabe, el hecho de que la primera aparición -el debut en textos literarios americanos- se produjera en esta remota región del Perú de difícil acceso.
He aquí una prueba más de la genialidad de unos personajes que pronto realizaron su particular colonización del continente americano, haciendo efectivo el deseo frustrado de Cervantes de ir a América y dejando una profunda huella en las letras americanas que queda patente hasta nuestros días. Una estela cervantina que nunca se apagará y en la que don Quijote seguirá cabalgando más allá del espacio y del tiempo.

viernes, 13 de marzo de 2009

4. Don Ramón Menéndez Pidal


Si nuestro blog hubiera nacido el año pasado, podríamos haber dedicado la presente entrada al cuadragésimo aniversario de la muerte de Don Ramón Menéndez Pidal. Así, habríamos satisfecho, con un bonito número redondo, la voluntad un tanto febril de los amantes de las efemérides. Pero es el caso que el presente espacio de no más de un mes y medio de vida, quiso ver la luz en 2009. Y hete aquí, que para regocijo de aquéllos, también el 2009 nos va a servir. Tal día como hoy del año 1869, nacía nuestro filólogo más insigne. Así que hoy celebramos el 140 aniversario de su venida al mundo. Casi es mejor efemérides ésta que la otra. ¡Qué obsesión por recordar las muertes de los grandes que nos dejaron! Como si eso fuera una buena noticia. ¿No es mejor rememorar la fecha mesiánica en la que la ciencia y la cultura reciben a un nuevo guía? En realidad todo esto es ocioso. A Pidal no le hace falta una fecha para que se hable de él. Y el caso es que a mí, admirador apasionado como soy del maestro, ya hacía tiempo que me apetecía dedicarle unas palabras, de las que quisiera se destilara sólo agradecimiento hacia su figura. El primer sentimiento que se genera dentro de mí al hablar de Menéndez Pidal es el de un apabullante acomplejamiento. Uno se empequeñece ante su alargadísima sombra y cree que sólo va a decir naderías. Naderías o no, asumiré el riesgo. Lo que inicialmente llama la atención cuando uno quiere aproximarse a la faceta humana de don Ramón es que la mayoría de sus biógrafos o personas que tuvieron la oportunidad de entrevistarle, apenas consiguen extraerle alguna declaración que se refiera a su más profundo fuero interno. El único momento, si el biógrafo o entrevistador es avezado, en el que Pidal menciona algún acontecimiento más personal, más íntimo, es cuando habla de su propia obra. Y es que en Menéndez Pidal es donde mejor se percibe esa fusión perfecta entre la obra y el hombre, inseparables la una del otro. Así, si sus recuerdos infantiles le remiten a la Naturaleza y a las excursiones por el puerto de Pajares, es para rememorar los romances asturianos con los que solazaba la caminata o los que su hermano Juan, en esas mismas salidas campestres, recogía de las gentes; si habla de su madre es para destacar su relación indirecta con el romancista Durán; si lo hace del padre, es para recordar la canción que escuchó de boca de unos niños el día de la muerte de aquél sobre el puente burgalés de San Pablo, que luego acogería las figuras del Cid, su Cid. Y así, desfilan amigos, profesores, anécdotas, sentimientos, satisfacciones, todas vinculadas siempre a su pasión científica. Rehúye las preguntas más personales o las despacha con rapidez y enseguida cambia de tercio para enfrascarse en largos monólogos sobre tal o cual punto referente a su labor. Es como si su vida no le pareciera interesante fuera de su centro intelectual, pese a vivir experiencias tan exóticas como la de arbitrar en un conflicto de fronteras entre Perú y Ecuador; pero también entonces se dedica a asediar a los diplomáticos hispanoamericanos para que le recojan romances de sus países; o el asesoramiento para el rodaje de la película El Cid, dirigida por Anthony Mann, de cuya experiencia se conservan documentos gráficos ya manidos, pero curiosos, donde Don Ramón conversa ufanamente con Charlton Heston. Cuando se le pide que relate una de las emociones mayores de su existencia, Menéndez Pidal nos sorprende con la anécdota (que luego no lo será tal) del día en que halló sobre su mesa de trabajo el manuscrito del Poema de Roncesvalles, rescatado y dejado allí silenciosamente por Amado Alonso, que lo había encontrado convertido en bolsa, cosida por un archivero que guardaba allí sus útiles de escritura. Hasta su viaje de novios con María Goyri no puede clasificarse entre las estampas típicas de una luna de miel. Conoció Don Ramón a su futura esposa en un Congreso Pedagógico de Acción Católica donde se ponían en tela de juicio las ideas feministas de Concepción Arenal. Salió valiente en su defensa, con la vehemencia de los 18 años, María, y su intervención mereció el aplauso del público, entre el cual estaba Emilia Pardo Bazán quien se acercó para abrazarla. El viaje de novios, como dije, no es de los que se estila hoy día. No hay fotos de los novios subiendo en camello el Teide ni tostándose en cualquier playa caribeña. Ellos eligieron la ruta del Cid. En ese mismo viaje, a María se le ocurre cantar ante una aldeana de Osma el romance de la Boda estorbada, que ésta cree reconocer en otra versión, de modo que lo canta junto a otros romances con los que distraía su labor de lavandera. Don Ramón y Doña María, que habían prolongado su luna de miel en Osma para contemplar el eclipse de sol que allí se iba a producir, olvidaron la conjunción astral porque ya poco significaba para nosotros ante el sol de la tradición castellana que allí alboreaba tras una noche de tres siglos, desde que Juan de Ribera publicó el último pliego suelto de romances orales en 1605. Uno de los romances cantados por la lavandera remitía a la desgraciada muerte del príncipe don Juan, primogénito de los Reyes Católicos e inédito hasta entonces, publicado y estudiado después por la misma María Goyri. La empresa de Pidal en su búsqueda de romances de tradición oral fue ingente y nos ofrece una nota curiosa al conocer que, emprendida esta labor en tierras de Granada, Federico García Lorca ejerció de cicerone del maestro. Podríamos encontrar innumerables ejemplos de vivencias relacionadas con su propia obra que es una prolongación o todo su ser realmente, el más auténtico suyo, a decir de su biógrafa Carmen Conde. Pero cualquiera puede acudir a esta u otras biografías y artículos relacionados.
Yo deseo hablar de lo que a mí me produce leer a Menéndez Pidal. En los últimos meses ando en el estudio de la épica medieval española, sobre todo en el ámbito de las gestas perdidas; y es imposible caminar sin las obras de Pidal. No voy a hablar del contenido de las mismas, que merecería interesantísimo aparte. Pero, independientemente de éste, lo que llama la atención es el enorme amor que Pidal deposita en todos sus estudios, la sentida emoción que se desprende de sus escritos. Esto sorprende en un texto científico, sobre todo porque el sentimiento mencionado no actúa en menoscabo del indiscutible rigor que ostentan y que es requisito indispensable en este tipo de obras. A Pidal difícilmente se le puede rebatir una afirmación científica porque sus construcciones teóricas no tienen fisuras. Es una elaboración orgánica perfecta. Y cuando la justificación falta, por carencia de argumentos documentales, y tiene que acudir a la intuición, la exposición de ésta es tan lúcida, tan sujeta, que algo tan subjetivo como una intuición, se convierte en dogma por puro credo de la palabra. Rigor y amor. De modo que cuando uno lee a Pidal tiene la sensación de estar leyendo ciencia de autoridad y, al mismo tiempo, esa emoción derrama sobre las palabras placer literario, lirismo. Decía Spizzer que Menéndez Pidal dice las cosas más estupendas con la mayor sencillez y esa sencillez brota del equilibrio de la emoción. El mismo Pidal reconoce que para su labor es imposible prescindir del amor: ¿Cómo sería posible que alguien trabajase sobre historia de España, a no ser superficialmente, sin tener un sentimiento vivo e intenso de todo cuanto constituye el espíritu de nuestro pueblo? Su amor a España, utilizado de forma maniquea por los que caminan por otros vericuetos menos aconsejables que los de la cultura, es un amor sano y apolítico. En su magisterio, Pidal ha creado una conciencia nacional científica que faltaba en España y los estudios medievalistas no habrían alcanzado la sólida trabazón que requerían sin su luz. La lástima es que ella se apagase y nos dejase a oscuras como en el eclipse de Osma.

domingo, 8 de marzo de 2009

3. A José Perona

Hace unos días, leyendo un obituario escrito por Arturo Pérez-Reverte, conocí la triste noticia del fallecimiento del catedrático de la Universidad de Murcia José Perona. Quizás algunos de los que leáis estas torpes palabras no sepáis quién era pese a haber publicado numerosos estudios, algo lógico puesto que es casi imposible conocer a todos los ilustres profesores que pueblan las universidades españolas. En mi caso, yo sí conocí a Pepe, como le llamábamos quienes fuimos alumnos de una academia murciana que preparaba las oposiciones para Secundaria. Recuerdo el primer día que apareció por clase dispuesto a instruirnos en la práctica del comentario filológico-literario: "olvídense de los conciertos de Sabina y de los novios", nos dijo tratando de remarcar que debíamos esforzanos hasta la extenuación para alcanzar nuestra anhelada plaza. Tenía aspecto de buena persona, era cercano a los alumnos y sus comentarios estaban cargados de una fina ironía que nos solía hacer esbozar una sonrisa. Más allá de los conocimientos que nos transmitió, lo que recuerdo hoy, tras leer el periódico, son los debates que se establecían en aquella pequeña aula sobre la educación y la cultura en general. Era un hombre un tanto escéptico en cuanto al futuro de la cultura occidental y un gran amante de los libros. Asimismo, era capaz de hacer reaccionar a unos profesores/alumnos que a esas horas de la tarde de los viernes pensábamos más en irnos a nuestras casas que en las sibilantes alfonsíes.
No quiero resultar demasiado nostálgica al evocar la figura de alguien que no fue más que mi profesor durante unos meses, pero ante tales nuevas he sentido la necesidad de plasmar, de algún modo, la congoja que se instaló en mi garganta. Una mezcla de rabia, pena e indignación ante esta injusta vida. Las parcas han cortado con demasiada celeridad el hilo de la vida de un hombre -estoy segura- lleno de proyectos, inspirador del personaje de Néstor Perona de La carta esférica de su amigo Reverte.
Soy consciente de la caótica ordenación de estas líneas mas únicamente deseaba rendir un humilde homenaje a este catedrático del cual, pese a los años transcurridos desde que abandoné dicha academia, guardaba un grato recuerdo. Si como se suele decir, las personas que desaparecen siguen vivas mientras permanecen en la memoria de alguien, confío en que el recuerdo de Perona perdurará en muchos de los alumnos que bebieron de sus conocimientos. Supongo que, entre otros aspectos, esto supone un éxito en la vida de cualquier docente.
Hasta siempre, maestro de gramática.