domingo, 26 de febrero de 2012

144. Notas al pie

Una de las mayores frustraciones que puede experimentar un lector es la de encallar en el arrecife de letras de un buen libro. Desatamos en su día las amarras de nuestro navío con la esperanza de un extraordinario periplo por aquel undoso piélago de palabras, acicateados por el testimonio de los viejos lobos de mar, que al calor del vino de la amistad y entre el humo del tabaco, cuentan con voz ebria su encuentro con las sirenas y posan su mirada nostálgica, exiliada, en cualquier punto mugriento del tugurio de la realidad. Así que partimos, pero, ya en alta mar, se adhieren a nuestra quilla la broma y la rémora, se nos resiste el timón, damos con la roca y abandonamos el barco al astillero del anaquel, náufragos de nuestra propia ignorancia.
El lector exigente se lacera cuando no alcanza a desentrañar los entresijos del libro porque cree que no tiene la sensibilidad o formación suficientes para entenderlo, más aún cuando la obra ostenta el unánime reconocimiento de los expertos. Se le hiere así su amor propio al vedársele como al neófito advenedizo los misterios que desea abrazar.
Sin embargo, existen santelmos y dioscuros que pueden ayudarnos a orientar nuestra navegación: las notas a pie de página.
No todos los libros contienen notas aclaratorias. Muchas ediciones nos presentan el texto mondo y lirondo. El fin divulgativo que estas publicaciones persiguen acaba fracasando porque es difícil divulgar lo que el vulgo no entiende; se genera, pues, el procedimiento contrario: fomentar el desinterés. Un ejemplo de estas ediciones son las colecciones de clásicos de periódicos como El País o El Mundo. Si alguien comete el error de completar la antología comprobará con resquemor cómo tiene que acudir a la biblioteca para consultar los mismos títulos en ediciones anotadas o, en su defecto, comprar éstas últimas, creando en su biblioteca doméstica una duplicidad enojosa.
No obstante, también hay que ir con cuidado si optamos por la edición anotada. Algunos insultan nuestra inteligencia aclarándonos el significado de palabras que cualquier lector medio conoce de sobra (y no me refiero precisamente a ediciones escolares) mientras que pasan por alto pasajes de marcada oscuridad para los que maldita la falta que nos hacía la notita de vocabulario de marras. A eso se le llama echarle cara. Otros estudiosos se centran en anotar las variantes textuales de una obra, generalmente antigua, como si al lector de turno le interesara mucho saber que en el manuscrito SG aparece la palabra “cuntió”, en el S figura “contió”, en el X2 “les cuntió” o en el Gb “cuntióles”. Esto tiene su valor desde el punto de vista filológico, claro está, en esa extraordinaria labor paleográfica de los especialistas, pero el lector de a pie lo que busca es la edición que el crítico considera definitiva sin necesidad de justificar las variantes de sus fuentes. El problema es que este tipo de anotación aparece ya en ediciones que han venido sujetando la palmatoria de la pedagogía, como Cátedra. Huyan también de los anotadores narcisistas que en sus notas nos remiten a otras notas suyas de otros libros también suyos; ya se sabe que los libros llevan a otros libros pero no nos pasemos. Busquen ediciones con anotaciones al pie, no al final del libro, tan engorrosas. Eviten las ediciones que abusan de la anotación: al lector también hay que plantearle el reto intelectual y así, de paso, le ahorramos el estrabismo y la interrupción demasiado repetida de su lectura que evita la degustación continuada. Es como morder una cereza y escupirla al instante para ver el hueso. Lean del tirón todo lo que puedan y comprueben el hueso después.   Finalmente, lean el Polifemo de Góngora, anotado por Dámaso Alonso; o el Cantar de Mio Cid, por Menéndez Pidal; o la poesía de Rubén Darío vista por Pedro Salinas. Por aquello de que “quien lo probó, lo sabe” (1)

Nota al pie

(1)
Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso:

  no hallar fuera del bien centro y reposo,       
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso:

  huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor süave,           
olvidar el provecho, amar el daño:

  creer que el cielo en un infierno cabe;
dar la vida y el alma a un desengaño,
¡esto es LEER! quien lo probó lo sabe.

domingo, 19 de febrero de 2012

143. ʻMiauʼ: 6 millones de gatos

Con la crisis económica se están recuperando toda una serie de antiguas obras literarias cuyos contenidos abordan aspectos de la realidad de su tiempo que distan sólo en eso, en el tiempo, que no en las circunstancias, de nuestro oscuro presente. El pasado 20 de noviembre, yo mismo escribí un artículo sobre Luces de bohemia y hace unos pocos días hallé en El País una semblanza de Fernando Savater sobre Charles Dickens, por nombrar sólo dos ejemplos próximos. En ambos escritos se trazan paralelismos desazonadores entre las épocas de estos escritores y la nuestra propia. Y auguro que las voces del pasado seguirán acudiendo para humillar nuestro progreso y para herir el estúpido orgullo del hombre del siglo XXI y su costumbre de mirar al pasado con esa boba curiosidad de quien vuelve los ojos a algo exótico y tras la que, en realidad, se enmascara la prepotente e ignorante conmiseración hacia todo lo que se aparte de la era digital. Habrá que ser, sin embargo, prudentes y no caer en la tentación de manipular esas voces y hacerles decir aquello que no dijeron nunca con el execrable fin de amparar nuestras ideologías en la autoridad de los grandes escritores. Habrá también que moderar los ecos de esas voces para evitarle al lector el constante martilleo del “ya te lo decía yo” de nuestros antecesores y superar sus sombras. Y, finalmente, tendrán que salir a la palestra los escritores de hoy y demostrar con sus creaciones su compromiso con el tiempo que les ha tocado vivir, como hicieran otros antaño.
Miau es una de esas novelas que mantienen, por desgracia, su vigencia. Benito Pérez Galdós la terminó en 1888, en plena Restauración. Narra la tragedia de Ramón Villaamil, funcionario cesante a quien, según la ley de Presupuestos de 1876, que regulaba los sueldos y las condiciones de jubilación de los empleados públicos, sólo le faltaban 2 meses de trabajo para retirarse a los 60 años con 35 de servicios. La cesantía de Villaamil, se alarga intolerablemente hasta el punto de hacer  peligrar el sustento de la familia, pese a las maniobras de su mujer, Pura, una de las 3 hermanas “Miaus”, apodadas así por su parecido físico con los gatos, que, no obstante, intenta llevar un nivel de vida superior a sus posibilidades, con desfile por el Teatro Real incluido.
Aunque hoy la cesantía del funcionario ya no existe, el libro sí es representativo del drama del parado cualificado. Villaamil, cuya conducta intachable en su anterior puesto en la Administración se pondera a lo largo de todo el libro, ha perdido su puesto de trabajo mientras su yerno, Víctor Cadalso, un donjuán de vida licenciosa y conducta inmoral, con desfalcos públicos y expedientes disciplinarios que prescriben por arte de encantamiento, medra en los escalafones del Estado, merced a sus contactos y a los oscuros hilos de la corruptela administrativa.
Este deterioro en la imagen de la Administración, que lastimosamente llega hasta nuestros días, incluyendo injustamente a todo el funcionariado, desemboca en la novela en comentarios tan demoledores como el que sigue. Refiriéndose a los funcionarios, afirma Galdós:
“Era sin duda una honrada plebe anodina, curada del espanto de las revoluciones, sectaria del orden y la estabilidad, pueblo con gabán y sin otra idea política que asegurar y defender la pícara olla; proletariado burocrático, lastre de la famosa nave; masa resultante de la hibridación del pueblo con la mesocracia, formando el cemento que traba y solidifica la arquitectura de las instituciones”.
Los trabajadores públicos que sí tienen la admirable vocación de servir al Estado y al ciudadano con su abnegada dedicación están en la obligación de desterrar estos prejuicios generalizadores y restregar su conducta ejemplar en la cara de los que hacen todo el daño. Y dejar por una vez de ser los sufridos “sectarios del orden” y Villaamiles derrotados para inundar  los tejados y sumar nuestra voz a la de los 6 millones de maullidos, gatos enamorados de lunas mejores.

martes, 14 de febrero de 2012

142. El perro del hortelano

La Compañía Nacional de Teatro Clásico vuelve a pisar con fuerza los escenarios españoles con el último espectáculo que dirige Eduardo Vasco: El perro del hortelano. Es, sin duda, una de las comedias palatinas más conocidas de Lope de Vega que se centra en el tema más universal de la literatura: el amor. Diana, condesa de Belflor, se presenta como una mujer que rehúye el galanteo de sus pretendientes e intenta por todos los medios frustrar la relación amorosa que existe entre su secretario Teodoro y Marcela, una dama que está a su servicio en el palacio. La comedia gira en torno al conflicto psicológico que vive Diana, pues intenta matar los sentimientos  que su subordinado despierta en ella mientras que los celos ahogan su espíritu. Es por tanto, un alma atormentada que, cual veleta, confunde y desquicia a Teodoro que ya piensa que la condesa lo ama, ya siente su rechazo. El motivo de esta actitud tan contradictoria no es otro sino la rigidez de las convenciones sociales de la época. Las diferencias sociales eran insalvables y así los reconoce la protagonista: “Teodoro fuera más, para igualarme, / o yo, para igualarle, fuera menos”. 
Dos palabras clave vertebran la acción: deseo y decoro. Diana se debate entre ambos, lo cual justifica que sea identificada con el perro del famoso refrán, que ni come ni deja comer. No se decide a proclamar y vivir su amor con Teodoro ni puede permitir que él halle la felicidad en brazos de otra. Este conflicto sigue una progresión ascendente que culmina en la bofetada que la condesa propina al secretario pues es prueba irrefutable de la pérdida de su autodominio.
Como no podía ser de otro modo, la comedia tiene un desenlace feliz gracias  a un ardid de Tristán, criado de Teodoro, pues inventa que éste  es hijo del conde Ludovico –quien perdió hace años a un vástago en un naufragio-. De este modo, desaparecen las diferencias sociales que separaban a la pareja protagonista. Diana, conocedora del engaño, mantiene su decisión de unirse en matrimonio con Teodoro. Su felicidad se sustenta, pues, en un engaño mas es la única solución posible en un momento histórico en que la mujer no podía aspirar a vivir su vida plenamente. La única manera de ser libre para amar es hacer ver que Teodoro es un igual, pues no sería verosímil que en el siglo XVII a una mujer de su clase no le importase el honor público.
El elenco de actores que dan vida a estos personajes es impecable. No defraudará al público escuchar el recitado de los versos de boca de unos intérpretes bien preparados y con una dicción deliciosa. Eva Rufo (Diana) hace una actuación brillante. Interpreta perfectamente las tribulaciones y tormentos que la condesa experimenta y consigue que el espectador se solidarice con su conflicto interior. Igualmente destacable es la actuación de David Boceta (Teodoro) y de los actores que interpretan al conde Federico y al marqués Ricardo. El director del montaje ha arriesgado en su actuación pues estos personajes aparecen en escena cantando muchos de sus parlamentos, inyectando así una fuerte dosis de comicidad a la obra y autorridiculizándose con dicha actitud.
Muy acertados son también los decorados, diferentes telones que sugieren más que representan, y el vestuario todo ello aderezado con música en directo. Estos ingredientes son la combinación perfecta para sumergirnos en el fantástico universo lopesco, para desdoblarnos y vivir aventuras y desventuras de la época dorada de nuestra literatura. Un texto del siglo XVII que consigue estos efectos –espero que no sólo en mí-  es la prueba indiscutible de que El Fénix de los Ingenios está más vivo que nunca y que somos muchos los espectadores que seguimos entonando ese profano Credo que decía: “Creo en Lope de Vega, todopoderoso poeta del cielo y de la tierra…”

domingo, 12 de febrero de 2012

141. Cuando todo vale

Publicado en el Diari de Tarragona en mi columna habitual de los domingos, "El cura y el barbero".

Hace unos días alguien que llámase a sí mismo “poeta” me pidió que tratase de promocionar a través de las páginas del Diari un libro suyo que él estimaba digno de tal escaparate. Leí sus versos con ánimo bienintencionado, como hago siempre, aunque con la reserva que suscita un personaje que pondera tanto su propia obra. Y al acabar el libro pensé: “a mí la poesía de Zutano no me gusta”. Y acto seguido: “¿Y esto se podrá decir? ¿Resultará indecoroso soltarlo así, tan lapidariamente en mi artículo de los domingos? ¿Con qué autoridad doy pábulo a la hoguera inquisitorial de mis tremebundos juicios de valor? ¿Será esto arrogancia del crítico que se jacta de ser severo?”. Tales escrúpulos laceraban mi conciencia, cuando otro pepito grillo de aspecto pendenciero y voz guasona me susurró al oído: “¿A qué tanto remilgo? Más curita eres que barbero, ya se ve; menos ego te adsolvo y más trasquilones. Echa un vistazo al mundo que te rodea. ¿No ves que hoy todo vale? Aquí, cuanto más sinvergüenza te muestres, mucho mejor. Si no tienes titulación académica, ya te harán un programa sobre Ni-Nis donde te saques unos cuartos sin pegar palo al agua. O te puedes presentar a la bazofia de Gran Hermano Tropecientos, que te faculta para ¡tertuliano! en cualquier programa inmundo. Da igual que desconozcas, como la última ganadora, los nombres de los Reyes Católicos o si existe algún país en la Península Ibérica, porque siempre tendrás una Mercedes Milá que te defienda en su blog. El de ella se llama Lo que me sale del bolo, no como tu sección del Diari con esa referencia cervantina trasnochada y sin glamour. Es mucho más importante la susodicha gran hermana ésa, que un tal Manuel Elkin Patarroyo, un tipo colombiano que descubrió la vacuna contra la malaria y que asegura haber encontrado la fórmula para crear vacunas contra todas las enfermedades después de 25 años de estudio. Este no “mola”, con ese apellido Patarroyo… ¿A ti no te gusta el poeta Mengano? Pues dilo, que aquí todo vale. Si se puede hablar de sexo explícito en horario infantil, si la clase política da pena, si el sistema educativo premia al delincuente y le pone trabas al que se esfuerza, si el insulto es el campo semántico del castellano por antonomasia, si tiene razón quien más grita, si se pagan millonadas por un cuadro con un punto negro sobre fondo blanco sólo porque lo ha pintado el iluminado de turno, ¿qué importancia tendrá que un triste columnista de un periódico de provincias afirme que la poesía de Fulano no le gusta?”
 Tras la perorata de mi beligerante pepito grillo, me convencí de que en este país donde todo vale, no debía yo amilanarme ante mis propias convicciones: el libro es malo y si lo reseño diré que lo es. Porque esté como esté el mundo, para mí no todo vale. Y en poesía, tampoco. Hoy si un verso repugna a la estética o al buen gusto es que es mordaz; si no rima es que es verso libre (que es probablemente el menos libre de los versos); si rima pero rima mal, es que plantea una métrica transgresora; si es demasiado llano, es que es “poesía de la experiencia”; si no se entiende nada se jacta del hermetismo propio de un genio profundo. Pues no, no cuela.
Como la publicación del artículo que debía tratar de este libro se ha dilatado mucho en el tiempo, este “poeta”, ofendido por mi indiferencia, me ha retirado el saludo y me desprecia. No es un fenómeno nuevo. Pero prefiero este desaire a traicionar a mis lectores que, muchos o pocos (ni lo sé, ni me importa), me consta que son leales y que lo son porque siempre he sido coherente en mi compromiso con el rigor literario y porque jamás he vendido mi criterio ni al “amiguismo” ni a los favores personales.  Decidí hacer el artículo. Ya sin remordimientos, empecé a escribir: “A mí, la poesía de Zutano no me gusta”. Ya ven que me guardé de revelar el nombre del poeta. Y es que, hasta para esto, hay que saber que no todo vale.

domingo, 5 de febrero de 2012

140. ʻMudanzas de la vozʼ, de Enrique Villagrasa

Vaya por delante que este es el primer libro de Enrique Villagrasa que cae en mis manos, por lo que la presente reseña forzosamente ha de prescindir de consideraciones acerca de su evolución poética, temas recurrentes de su obra y otras observaciones que acostumbran las recensiones al uso. Grave laguna, tal vez, en el «debe» del crítico pero de la que emerge también el ventajoso rédito de partir sin ideas preconcebidas, con la visión limpia y aséptica de quien mira a los ojos del poema «descarnado».
A estas Mudanzas de la voz (Libros del Innombrable) me gusta aplicarles el marbete de «haikus del pensamiento», aceptando, por supuesto, todas las reservas que puedan tenerse acerca de lo adecuado de tal acuñación. Pero es que, al igual que la mínima expresión del haiku, generada a partir de una estampa lírica a medio acabar pero válida per se, desata en nuestro espíritu la sugestión evocadora de la metáfora, así los poemas de Enrique Villagrasa contenidos en este libro, nos obligan, tras cada lectura, a levantar la vista del papel, elevar la mirada y escudriñar el pálpito del instante efímero de sus versos, «espacio-tiempo contenido / como palabra mágica, / cual paisaje». Si en el kaiku es la Naturaleza la que inspira la metáfora, en estos poemas de Enrique Villagrasa, el ámbito evocador es el propio estallido fugaz del pensamiento.
El gran tema de Mudanzas de la voz es la Nada y a él se sujetan todos los demás. El poeta parte de la idea de que la Nada lo impregna todo. El poema trata de llenar ese espacio vacío pero como su materia prima y él mismo participan de ese nihilismo, «el poeta experimenta en el poema / todas las formas de la nada» que habita «concupiscente / el no ser /» de los versos. La escritura constituye, pues, un ejercicio baldío contra la angustia existencial porque las palabras han sido robadas a «la estirpe del silencio» y la legitimación de la misma sólo obedece a la presencia del miedo, motor del mundo al que el poeta dedica un sobrecogedor poema, que es, significativamente y en contraste con el resto, el más largo de los recogidos en el libro; el miedo es «la fuerza negra de mi poesía», «un inmenso pánico en cada poema». Por eso el poeta, intérprete demasiado lúcido del arcano de la existencia, «nunca tendrá paz» y la poesía es «[…]el pebetero / donde arde [su] pavor: / incienso de [su] religión». El mismo miedo que descarta el asidero esperanzador de la religión porque «el hombre inventa a Dios / escribe rezos para sustentarlo. / El miedo es su apoyo». El culmen de este nihilismo, así como del carácter sugestivo reducido a la mínima expresión, es el poema en el que aparece sola la palabra “coda”. Inserta así, tan exigua en la inmensidad de la página en blanco, esta única palabra es una cruel ironía de la Nada, porque la coda, esos versos que se añaden como remate de un poema, lo que rematan aquí es la página yerma.
Sólo la amistad y el amor, «quicial sobre el que gira» la poesía, parecen, aunque tímidamente, paliar, y no siempre, la crisis metafísica.
La segunda parte del poemario, plantea el tema de la nostalgia de lo no vivido, seguido de una serie de poemas cromáticos con explosión de rojos representados en la rosa, la cereza y el atardecer, que parecen adquirir una unidad hasta el «frío azul» de la rosa, que simboliza la muerte. El tono de este grupo de poemas es más vitalista (aspiración a la belleza),  pero parecen boqueadas agónicas que no pueden desasirse del «fracaso trágico del Verbo», ante los «pasmados vitrales» de la existencia. Por eso, en la tercera parte se insta a «dejar de morir en el poema / [para vivir] en el verso de la vida». La infancia, con Burbáguena (Teruel) de fondo como refugio último, y un tono próximo a la rendición, cierran el libro.
A Enrique Villagrasa le invitamos, pese a todo, y egoístamente, a seguir muriendo en el poema. Fogonazos del pensamiento, («pienso luego existo»), sus poemas nos hacen sentir el verso de la vida.

viernes, 3 de febrero de 2012

139. Tres años de "Cesó todo y dejéme". Manifiesto literario.


Hoy nuestra bitácora literaria cumple 3 años. Lo celebramos con nuestro primer manifiesto literario. Gracias a todos los que nos han seguido durante este tiempo y han contribuido con su cariño y sus aportaciones a que continuemos con la misma ilusión que el primer día. Y si hay perros que ladran, eso es que cabalgamos.

MANIFIESTO LITERARIO
"LA LITERATURA ES UN ARTEFACTO A PUNTO DE EXPLOTAR"
  • La Literatura es un artefacto (arte factus: hecho con arte), al arte sirve y del arte se vale y no se entiende sin ese valor, que no es añadido, sino intrínseco. Su materia prima es la palabra precisa, la palabra dicha y la no dicha, la palabra a medio decir y la palabra que esconde otra palabra, y la palabra que contiene a todas las demás. Pero siempre la palabra artística. Rechazamos, pues, la literatura de usar y tirar, aquélla que atiende sólo al mero entretenimiento, al consumo efímero y caduco sobre el que no se vuelve nunca más la mirada. La Literatura debe entretener, sí, pero no puede limitarse a esa servidumbre banal. Exigimos la Literatura que se paladea, la que nos mece en la cadencia del acento exacto, la que suscita la emoción lírica, el reto intelectual, la que mueve conciencias.
  • Como la Palabra es el sagrario de la Literatura, nuestros ojos pisan sobre sagrado al penetrar  el atrio del Libro. Rechazamos, pues, la palabra soez y malsonante, sacrílega de la belleza, e invitamos a quienes se sirven de ella, a que la escupan en los tabernáculos donde se reúnen los "transgresores" del idioma, pobres ignorantes que no saben que hoy, cuando prima lo mediocre y lo feo, la mayor transgresión es la del artesano.  Pero también despreciamos la palabra vacía, insulsa y artificiosa sin más, e invitamos a quienes se sirven de ella a que la asperjan en cualquier sillón del Parlamento.
  • La Literatura es una vocación. Guárdense de ella los mercenarios del verso, los que batallan en la palestra literaria buscando la aprobación de la galería, los aduladores en busca de su hueco parásito, los aduladores de sí mismos, los iluminados, los vanguardistas que llaman arte a un calcetín colgado de un bocadillo de tocino. Acudan los que sangran sus versos, los que sobreviven en la palestra de la vida gracias a que se encontraron en las palabras que sangraron, los admiradores de la belleza, los humildes, los que no prostituyen la literatura ataviándola con ropajes extraños.
  • La Literatura es un artefacto a punto de explotar en la cara de los poderosos, de los insolidarios, de los explotadores, de los ingratos, de los analfabetos voluntarios, de los que excluyen por razón de raza, sexo, cultura e idioma. Detonará metralla de palabras en sus caras satisfechas de miseria, los mandaremos a todos al Hades de las heces y será el mundo Parnaso de Castalias en cada esquina para todos los sedientos.
Píramo y Tisbe

domingo, 29 de enero de 2012

138. La tiranía de las efemérides

Nadie duda de la utilidad de las efemérides literarias. Pretextando un aniversario cualquiera podemos rescatar del olvido a un autor, organizar congresos donde se revisen aspectos de sus obras o se planteen nuevas vías de profundización y, finalmente, reunir en torno al tótem venerado a esa vieja tribu de amigos, ya con algún neófito unido a la causa, para compartir fraternalmente su pasión incondicional.
Pero las efemérides tienen también su lado oscuro. Son campo abonado para los oportunistas, esas sombras que se deslizan sutilmente por el parasitismo literario sin más vocación que su propia medra. Algunos sacan discos, otros venden libros, el de más allá recibe alguna subvención sospechosamente gestionada, el de más acá, en un ejercicio de narcisismo, se intitula a sí propio bajo formas grandilocuentes como “comisario” de un centenario…
Y luego están las efemérides selectivas. Éstas criban las conmemoraciones en función de 3 posibles criterios: la efemérides como única vía de promoción cultural, el estupidismo numérico y el localismo excluyente. A continuación explicaré un suceso reciente que da buena cuenta de las majaderías que en virtud de esa fórmula se están produciendo. El pasado 15 de mayo de 2011 apareció en el Diari de Tarragona un artículo mío donde explicaba la visita que Pedro Salinas realizó en 1927 a la ciudad de Tarragona y la grata impresión que le causó la contemplación de la famosa muñeca de marfil, hoy expuesta en el MNAT, y por aquel entonces acabada de descubrir en la Necrópolis. A la muñeca, Salinas le dedicó un bello texto que testimonia los afectos que suscitó la pieza en su sensibilidad de poeta. A raíz de ese artículo, me pareció que podía resultar una bonita iniciativa conseguir que, junto a la vitrina donde se expone la muñeca, apareciera el texto de Salinas. El proyecto, promovido desde Facebook y desde mi blog personal, recibió una buena acogida y notables adhesiones. Conocedor como soy de la tiranía de las efemérides, le planteé la idea al director del MNAT, el Sr. Tarrats, aprovechando (ingenua estrategia) que en este 2012 se cumplen 85 años de la visita del poeta a la ciudad. Al parecer, al Sr. Tarrats, esa cifra de 85 años no le pareció lo suficientemente “redonda” porque a nuestro director lo que le pone, cual orgasmo pitagórico, son los múltiplos de 25. De modo que me instó a volver a hablar del tema dentro de 15 años, cuando se cumpliese el centenario de la visita. No me digan que no suena a broma.
Es realmente penosa esa servidumbre al número. El amor a la cultura está por encima de cifras y fechas. Es como si una pareja de novios sólo pudiera declarse su amor recíproco el 14 de febrero o el día de su aniversario. Al curioso que visite el museo le va a interesar la anécdota de Salinas siempre, no sólo el año de un centenario. Privar de esa información al visitante que acuda al museo cualquier otro año es absurdo.
Por otro lado, sobre la negativa del Sr.Tarrats se cierne la sospecha de que si el autor propuesto hubiera sido otro o en otra lengua, la iniciativa habría sido, si no aceptada, probablemente considerada de otra manera. De esta sospecha, claro está, doy la presunción de inocencia al Sr. Tarrats, de quien no conozco su ideología a este respecto, pero actúan sobre mí los prejuicios derivados de la constante obstaculización institucional a la que se enfrenta cualquier intento de promoción cultural, especialmente literaria, en lengua castellana.
En fin, esperaremos mejor suerte en el año 2027. Para entonces el Sr. Tarrats tendrá 76 años y un servidor, 48. ¡Qué lástima! Por muy poquito ni el Sr. Tarrats ni yo podremos celebrar nuestro encuentro auspiciados por una bonita y redonda edad, múltiple de 25.

lunes, 23 de enero de 2012

137. Los habitantes de la casa deshabitada

Un proyectil en forma de bomba de risa llegó el pasado fin de semana al Teatro Principal de Alicante. Se trata de la representación de Los habitantes de la casa deshabitada, obra que su autor, Enrique Jardiel Poncela, bautizó junto a Madre (el drama padre) y Es peligroso asomarse al exterior como “Tres proyectiles del 42”, por ser estrenadas en el Teatro de la Comedia de Madrid en ese año tan bélico y por ser concebidas como disparos contra el teatro tradicional que defendía buena parte de la crítica, ese teatro ñoño e insulso que tanto disgustaba a nuestro dramaturgo.
El nombre de Jardiel Poncela aparece indisociablemente unido al teatro del absurdo. De hecho, fue un revolucionario dentro del teatro humorístico,  pues en sus obras planteaba  nuevas posibilidades cómicas que no eran entendidas por todos o que, incluso, podían dañar las sensibilidades más refinadas. Hastiado del teatro “asqueroso”, como él lo llamaba, se erige como defensor de lo novedoso, de un teatro que represente conflictos diferentes de los que los espectadores pudieran tener cuando regresan a sus casas y a la cotidianeidad de su vidas, y acuña el término “teatro antiasqueroso” para referirse a su producción, un teatro cuya valía artística es superior a la del teatro convencional: “¿Pues no estaría más de acuerdo con la propia esencia del Teatro que lo que en el escenario sucediese no fuera lo vulgar y lo que les ha ocurrido a todos, sino lo extraordinario, lo imposible, lo que a ninguno le ha ocurrido ni podrá ocurrirle nunca?”
Esta intención de presentar al público lo imposible aparece en Los habitantes de la casa deshabitada, obra en la que asistimos a las aventuras que viven en una extraña mansión Raimundo y su chófer Gregorio tras estropearse el coche en el que viajaban. Los personajes acuden con la intención de desentrañar el misterio que rodea a esta casa en la que se encienden las luces misteriosamente, se escucha música de piano y se oyen gritos. Allí descubren que la mansión no está tan deshabitada como parecía, pues por ella desfilan fantasmas, esqueletos, hombres sin cabeza y otros seres extraños. La trama se complica con dos secuestros y una banda de falsificadores.
La elección de los actores que interpretan a estos personajes ha sido muy acertada, pues no hay ninguno que desentone. Destacan las actuaciones de Pepe Viyuela, espléndido chófer miedoso, y Paloma Paso Jardiel, que encarna a Rodriga, una chica un tanto cortita que aparece casi al final de la obra para complicar aún más la acción, pues se presenta como espectadora de lo que ella considera un juego teatral. En este sentido, se puede hablar del teatro dentro del teatro, pues se da un ingenioso juego de superposiciones. Así, hay personajes que fingen ser otros, como Melanio y Jacinto (por tanto, interpretan a la vez su propio papel y el de otros); Rodriga, como hemos apuntado, cree que todos están representando una farsa; y, finalmente el público real completa esta especie de "Matrioska teatral" típicamente jardialesca. Merece ser mencionado también el decorado. La ambientación de la casa está muy lograda, al igual que el coche en el que viajan los protagonistas de esta disparatada historia, que es un ejemplo de esa introducción, tan del gusto de Jardiel, de incorporar a la escena elementos propios de la modernidad (pensemos que hablamos del año 1942).
Esta obra pertenece a las denominadas “comedias sin corazón” que se caracterizan por estar “construidas bajo disciplinas artísticas exasperadamente cómicas [...] [en cuyas] entrañas no fluye ninguna corriente sentimental que fertilice su estructura, ni se hallan apoyadas en ningún cimiento psicológico, pasional, metafísico o filosófico que las preste su solidez y justificación vitales”. Jardiel Poncela señala esta característica como el único defecto de su obra, mas defiende a capa y espada que su mayor virtud es la inverosimilitud fantástica que rezuma en ella. Una fórmula que debió gustar, y mucho, al público de su época a tenor de las más de 400 representaciones que tuvo en su primer año de vida –según el autor-. En Alicante parece que pervive el público jardielista, así lo corroboraron los aplausos que sonaron con fuerza al finalizar el espectáculo y el hecho de que Jardiel repita en el Teatro Principal en menos de dos años.. Y es que nada tiene de malo buscar la distracción simple y pura en el teatro, la carcajada que nos haga olvidar estos otros momentos “bélicos” que estamos viviendo. Como afirmaba Jardiel Poncela: “La Humanidad ronca. Pero el artista está en la obligación de hacerla soñar. O no es artista”. Soñemos, pues, con el teatro para despertar con fuerza de la realidad que, ésta sí, roza ya lo inverosímil.

*Las citas han sido extraidas del prólogo de esta comedia que el mismo Jardiel Poncela escribió. 

domingo, 15 de enero de 2012

136. Ángel Guinda

Ángel Guinda nos visitó en Cambrils el pasado viernes en un Aula de Poesía a rebosar. Hubiéramos deseado que leyera un número algo más amplio de poemas pero suplió esta sed de versos del auditorio con su inagotable fuente de anécdotas, reflexiones y profunda humanidad.
El paso del tiempo y la muerte vertebran los grandes temas de la poesía de Ángel Guinda. La angustia resultante desfallece en versos nihilistas que nos recuerdan “que no somos más que briznas” ante la indiferencia del viento. La conciencia de la caducidad de la vida se hace más dolorosa en aquellos poemas en los que se comparan los años de la juventud, cuando el poeta “tenía la vida entre las manos”, y el inicio del ocaso con su “diario desencanto de vivir, / esa creciente desazón incómoda / de mantener amores con la muerte”. Otras veces, la decadencia se simboliza a través de la descripción de casas palaciegas en ruinas; mediante la devastación de un aguacero cuyo torrente se abre paso para anegarlo todo, porque “el agua, como el tiempo, busca siempre caminos donde huir”; o en estampas crepusculares o de soles vencidos por la lluvia. No obstante, hay ocasiones en las que el poeta se rebela y cree en su propia trascendencia y “ansia de infinito”; y, así, la cruda biología de los “virus patógenos” o la “cámara mortuoria de una sala de tanatorio donde tu ausencia eterna estará expuesta”, dejan paso a la “grandeza desde las constelaciones de tus pensamientos”. La vieja fórmula del “ubi sunt” se vuelve dinámica y esperanzadora: el “dónde están” se transforma en un “hacia dónde van”. La madurez consigue pequeñas victorias sobre la fogosa juventud porque “nadie puede avanzar / en medio de un bosque en llamas, / [pero] sí a través de un desierto”. E incluso, el nihilismo descorazonador que apuntábamos más arriba, puede tornarse en un refugio edénico contra el mundo. En Espectral (2011) esta tímida rebeldía adopta ya un tono de rotunda exaltación vitalista de tal intensidad que se nos antoja, precisamente por su desbordada energía, un dramático y desesperado afán de asirse a la existencia, convirtiendo el aparente optimismo de los versos en un “carpe diem” agónico.
Pero la verdadera fórmula de la inmortalidad la halla el poeta en la Poesía, una poesía que nos “contramuera”. El poeta es un visionario capaz de interpretar el mundo invisible. “¿Qué hay una palabra más allá?”, se pregunta en su búsqueda del gran arcano, sintiéndose depositario de todas las voces antiguas. Para ello, rechaza la luz, que simboliza en la poesía de Ángel Guinda todo aquello que ciega y aparta del camino. La poesía se halla en la sombra, que es la introspección: “¡Salgo del mundo para entrar en mí!”. Otros refugios o huidas ante la zozobra vital son el mar, el reencuentro con el origen ancestral (“a veces vuelvo donde nunca estuve”), y con el origen personal (el poema “Una vida tranquila” es de una sencillez deliciosa); también el amparo culturalista al que, con moderación, acuden diferentes poemas de Espectral, y los viajes, que son la búsqueda insaciable del nómada en pos de una verdad que le afirme, y cuyas descripciones son capaces de tamizar las esencias más genuinas de sus destinos, del mismo modo que hace con la Naturaleza en 3 hermosísimos poemas de La voz de la mirada (2000-01).
Notable importancia tiene el carácter social de su poesía, especialmente en Espectral, donde denuncia de manera muy sentida las guerras y la pobreza y aboga por la deconstrucción del orden establecido (“Todo lo que hay que hacer es deshacer”) y la libertad (la misma que defiende en el himno de Aragón, del que es coautor).
Poeta de gran hondura, alterna los trallazos de sus versos inflamados con la ternura de las cosas pequeñas. Grande, Ángel Guinda.

domingo, 8 de enero de 2012

135. Jane Eyre

Hasta hace escasos días la película Jane Eyre había ocupado un puesto humilde en nuestras carteleras. Nunca se proyectó en las mayores y mejores salas; a la semana ya había reducido su horario de forma considerable; y un día, sin que nadie notase su falta, su nombre se apagó de los paneles luminosos. Yo aún pude ofrecerle la extremaunción cuando ya languidecía en un vetusto cine a pie de calle, de aquellos de toda la vida, sentado en una vieja butaca que exhibía los muñones de unos brazos mutilados por la lepra del tiempo.
En esto, la película se ha comportado igual que el personaje que le da título. Jane Eyre recorre las páginas de la novela de Charlotte Brontë con la humildad abnegada de los grandes héroes. La enorme riqueza interior de la que nos dan cuenta los pensamientos de Jane a través de su narración en primera persona, contrasta con la absoluta indiferencia y desprecio con que es tratada durante la mayoría de etapas de su vida. Su familia adoptiva la acoge como una carga y como tal la humillan y denigran; en el internado de Lowood sufre la tiranía de algunas de las maestras; y, ya adulta, como institutriz, debe soportar las observaciones clasistas de las personas de mayor rango social que ella. Sin embargo, todo lo sobrelleva con la dignidad de los justos y la sólida convicción de su proceder sin tacha. La supervivencia de Jane, pues, se cifra en la fortaleza de su moral, en su sentido de la justicia y, sobre todo, en actuar siempre de acuerdo con su conciencia, hasta edificar una vida sin fisuras en lo ético donde nada puede reprocharse a sí misma. Este diálogo entre las circunstancias externas y el mundo interior de la protagonista, es uno de los grandes atractivos de la novela, que queda diluido en la película al ser narrada ésta desde fuera; ni siquiera aparece una “voz en off” que pudiera haber compensado esta carencia pero no es algo que tengamos que poner en el “debe” del director porque probablemente tampoco hubiera sido la solución más acertada.
Por lo demás, la película es perfecta tanto en la caracterización de los personajes como en la ambientación. El modelo narrativo del inicio, mediante saltos temporales que agilizan largos pasajes argumentales de la novela, es una fórmula correcta para ajustar la trama al molde de las casi 2 horas de duración de la cinta. Si acaso, hubiéramos preferido que el enamoramiento de Jane y el Sr. Rochester se hubiera madurado con más paciencia. Aspecto éste, el de las transiciones argumentales, que es mal endémico del cine actual. La película, además, interpreta erróneamente (o versiona libremente) algunos diálogos entre Jane y el Sr. Rochester, que en la novela desprenden un sabrosísimo aroma a batalla dialéctica, de tono ligero y deliciosamente impertinente, y que en la película se tiñen de una gravedad melodramática que la autora no deseó incorporar salvo en contadas ocasiones. Desaparece de la película cualquier atisbo del contenido religioso del libro. Éste llega en la novela hasta la mojigatería misma pero no para comulgar con ella, sino para poner en entredicho el seguimiento a ultranza del puritanismo victoriano y ponerle el límite allá donde las libertades individuales se resienten o donde se constriñen sentimientos altos como el amor entre un hombre y una mujer. Por ello, Jane rechaza acompañar como esposa misionera a St.John.
La novela es un relato edificante respecto a la entereza moral. Aplaudidos el incivismo y el comportamiento deshonesto en virtud de la simpatía que siempre nos ha producido el personaje pícaro, defendemos, con Jane Eyre, la rectitud ética, cuyos depositarios, esos sí,  son los verdaderos héroes de nuestro siglo. Porque son admirables. Y porque son raros.




















  • La foto que encabeza el artículo corresponde a una edición de Penguin Classics de Jane Eyre. El retrato que figura en la portada es de la propia autora Charlotte Brontë. Y es que Jane Eyre es un trasunto clarísimo de la biografía de Brontë. Para un resumen de las concomitancias entre el personaje y su autora, recomiendo la edición de Cátedra de María José Coperías, con una magnífica traducción de la novela a cargo de Elizabeth Power.
  • La foto que cierra el artículo es el cartel de la reciente versión cinematográfica.