domingo, 3 de abril de 2016

318. 'Medea': bastaba con Eurípides



Cuando Juan Ramón Jiménez dijo aquello de “no la toques ya más, que así es la rosa”, estaba poniéndole veto a su obsesión, casi enfermiza, por los retoques del poema en su aspiración de alcanzar la “perfección viva”. Sin embargo, como apunta Ricardo Gullón, el poeta aclaraba después que si tal decía era “después de haber tocado el poema hasta la rosa”, es decir, sólo después de conseguir esa aspiración última y definitiva.
Vicente Molina Foix ha tenido la noble intención de alcanzar también la rosa del mito de Medea y, para ello, ha acudido a sus tres principales fuentes greco-latinas (Eurípides, Séneca y Apolonio de Rodas) en una suerte de síntesis troncal del mito que permitiera ingresar en la pura esencialidad de la leyenda y hasta en su antropología telúrica. Después introdujo pasajes de su propia minerva con amoroso respeto al espíritu griego y de toda esa mezcolanza surgió el texto definitivo –la rosa– de esta nueva Medea que dirige José Carlos Plaza y que protagoniza Ana Belén.
Sin embargo, a Molina Foix se le ha pasado por alto pensar que la rosa ya la había escrito Eurípides y que no hacía falta tocarla ya más. El autor ilicitano navegó con valentía y tesón en el piélago bibliográfico del mito pero ya había quien había llegado a la Cólquide antes que él para hacerse con el vellocino de oro. El resultado de todo ello es un texto que, en su disolución, en su obligación de dividirse entre sus fuentes, pierde la fuerza del texto original de Eurípides, que se resiente, sobre todo, en los potentes monólogos de Medea, reducidos aquí en su intensidad, pese al encomiable esfuerzo de Ana Belén, que está espléndida y que se desvive fervorosamente por otorgarle al texto el realce que no tiene. Sólo ella salva la obra.
Otro punto en el debe del texto es la excesiva inversión de tiempo dedicada a explicar el mito de Jasón y el vellocino de oro. Si el público que acude al teatro no viene leído desde casa es un problema que no atañe al dramaturgo. Hay en ese pasaje un tufo a didactismo algo sonrojante y un tanto ofensivo que sólo podría exculparse si creyéramos que el autor pensaba utilizarlo para homenajear al maravilloso milagro de la oralidad a través de la cual se han ido perpetuando en el imaginario colectivo las historias antiguas. También se podría indultar al autor si lo que pretendía era justificar la actitud vengativa de Medea quien, como sabemos, ayudó a Jasón en aquella aventura y renunció a su patria, y que después se vio pagada con la traición de su marido. En todo caso, el exceso de celo en las explicaciones y justificaciones de las tramas argumentales, siempre me han parecido un punto débil del ejercicio narrativo, al que se le ven demasiado las solduras.

Punto y aparte merecen los actores masculinos del reparto que están francamente horribles, especialmente Adolfo Fernández (Jasón), que deambula patéticamente por el escenario con una dicción tabernaria y aguardentosa con el que, –vuelta a las justificaciones– quizás se pretendía contribuir a la degradación del héroe en particular y a los hombres en general, pues su egoísmo machista es el responsable de los males que sobrevienen; ello comulgaría bien con la reivindicación feminista del propio Eurípides (injustamente llamado misógino por algunos críticos) y explicaría la inconcebible actuación de los personajes masculinos. Pero llegados a este punto, ¿no es un tanto sospechoso que el cronista de una obra de teatro como este que escribe estas líneas, en su afán absolutorio, sea quien tenga que salvar los muebles del espectáculo? 

4 comentarios:

Tisbe dijo...

Efectivamente, Píramo, el texto de Eurípides hubiese bastado para presentar una obra redonda. Los monólogos de Medea tienen una fuerza y una crudeza que en este espectáculo sólo quedan esbozadas suavemente.
También me pareció demasiado prolijo el relato que se hace de la aventura de los argonautas en busca del vellocino de oro. Es demasiado didáctico. Prefiero pensar que quien compra una entrada para ver MEDEA tiene la curiosidad suficiente para averiguar quiénes son los personajes y qué aventuras vivieron, en caso de desconocerlo.
Para terminar, la interpretación de Jasón deja mucho que desear. Ana Belén actúa muy bien, pero ella sola no consigue evitar el seminaufragio que la obra es en conjunto.

Agustín Pérez Leal dijo...

Pues sí, una pena

Marilyn von Presley dijo...

Eurípides fue la rosa, el vellocino y la fuente Castalia. Qué valor tuvo Foix tocándolo...

PEDRO GOMILA dijo...

El olvido de los mitos, el haber sido relegados por una posmodernidad obsesionada por romper los vínculos con el pasado, por hacer tabula rasa de nuestro legado, provoca a la postre estos dislates, por muy bienintencionados que sean los propósitos de ciertos autores por recuperar el aliento trágico de los clásicos.