lunes, 4 de junio de 2018

406. Clavícula




“Escribo de lo que me duele”, con estas palabras se refiere Marta Sanz a Clavícula, una obra híbrida a medio camino entre la novela, el ensayo y las memorias que está formada por breves capítulos vertebrados por la omnipresencia de un dolor que la escritora madrileña comenzó a sentir en un vuelo hacia San Juan de Puerto Rico. Una “garrapata” que provocó en la narradora-protagonista no sólo un dolor físico, externo, sino también psicológico, interno. Se trata, por tanto, de una obra en la que Sanz se desnuda ante el lector mostrando un episodio amargo de su propia vida, con una autenticidad y sinceridad que aseguran la empatía del lector.
La autora no teme mostrarse débil, humana y en aras de dicha fragilidad, aborda un amplio abanico de temas colaterales que subyacen al dolor: “el miedo a enfermar y el miedo a no poder enfermar”; el sentimiento de culpa por ser la causa de la preocupación de sus seres queridos: “mi dolor me lleva a experimentar una gran culpa. Mi dolor es un fallo que no puedo permitirme”; la larga y fatigosa peregrinación por diferentes especialistas que lanzan hipotéticos diagnósticos y que acaban produciendo un descreimiento recíproco entre el paciente y el doctor: “No puedo creer al médico. Me aparto de él. Él da un paso atrás porque tampoco cree en mí”; la agotadora odisea en busca de una explicación al dolor, en la vital necesidad de ponerle nombre a esa garrapata que la corroe por dentro y por fuera: “Lo que primero necesito urgentemente es ponerle nombre a lo que me pasa y, con el nombre, sentirme parte de algo”; la sensación de soledad que, en ocasiones, se experimenta: “nadie me ayuda” y un largo etcétera. Clavícula también es una legitimación del derecho a expresar un dolor, a quejarnos, en una sociedad que ha convertido algo tan intrínsicamente humano en un tabú y que lleva a muchas personas a sentir vergüenza por no ser capaces siempre de disimular su malestar.
Ahora bien, Clavícula no es sólo un libro que versa sobre el dolor sino que también aparecen otros núcleos temáticos como la precariedad de los escritores. Marta Sanz los dibuja alejándolos de la imagen idílica que la sociedad tiene de ellos y no esconde su necesidad de autoexplotarse para subsistir en un mundo tan inestable como es el literario, hecho que agrava su miedo a enfermar pues supondría su incapacidad para ganarse la vida. De hecho, llega a enumerar las cantidades exactas de sus honorarios a lo largo de diferentes meses, una confesión que “es absolutamente impúdica, pero fundamental”.
Por encima de todo, Clavícula es una obra de amor, una hermosa declaración de amor de Marta Sanz hacia sus progenitores- no en vano se lamenta de haber alterado el orden natural, pues lo lógico es que los hijos cuiden de los padres- y hacia su esposo, su apoyo incondicional. En un ejercicio de generosidad plena hacia el lector, Sanz no duda en compartir los correos electrónicos que se intercambiaba el matrimonio durante su estancia en Colombia, en los que queda patente el amor y la admiración que sienten el uno por el otro. En definitiva, su familia es su principal sustento, la muleta sobre la que caminar cuando le flaquean las fuerzas, cuando siente que su cuerpo y su vida se están rompiendo en pedacitos –la fragmentación del libro bien podría ser metáfora de esta ruptura vital- y a la escritora le aterra preocuparles. ¿Hay, acaso, prueba de amor más irrefutable?
Este ejercicio de desnudez del alma de Sanz va acompañado por una variedad de tonos que oscilan desde la voz reivindicativa, frágil, amorosa, infantil y enfadada hasta la más humorística, como cuando describe algunas pruebas médicas a las que se sometió –no se pierdan la espirometría y la prueba de fuerza-.
En resumen, Marta Sanz nos regala un libro que rebosa autenticidad, verdad; una obra valiente que da visibilidad a temas tabú sobre la enfermedad y la mujer, pero también sobre nuestra sociedad; una poética de la fragilidad, una defensa del derecho a expresar el dolor y una gran muestra de amor. Nos ofrece un aprendizaje, un consuelo, una compañía, una sonrisa amable, una toma de conciencia sobre nuestra humanidad y un ejemplo de cómo la literatura puede ser el mejor antídoto contra el dolor.

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