domingo, 13 de junio de 2010

51. Manifiesto elegíaco por el libro impreso

Hace rato que cayó la noche. Es hora ya de acostarse. Entro en mi habitación sorteando las pilas de libros que aquí y allá se disputan el espacio del suelo. En lo alto de cada pequeña atalaya, desde la portada del libro que corona la torre, vigila el retrato de Quevedo o el de Cervantes o el de Lorca y se me antojan centinelas atentos a la amenaza de las polillas o, peor aún, a la del olvido. Pienso entonces que debería comprar de una vez las estanterías que necesito o acabaré convirtiendo mi cuarto en aquel salón de los Briones que inmortalizara Jardiel Poncela. Al fondo, la cama tiene parte de la colcha deliberadamente abierta, dejando a la vista una porción de almohada, y parece con ello que me hiciera una graciosa reverencia convidándome a su cobijo. Acepto la invitación y me acomodo bajo la muelle caricia de las sábanas. Sustituyo la clara luz del techo por la mortecina que proyecta la lamparilla de mi mesita de noche. Es que voy a leer. Y necesito el silencio cómplice de una luz discreta. Abro el libro, y la página doblada por una de sus esquinas me recuerda que anoche estuve yo ahí mismo, en esa doblez que es el rastro de mis dedos sobre el papel, al igual que alguna otra página rebelde contendrá tal vez restos de mi saliva. A veces, el punto de libro es la carta que ella me dedicó al regalarme ese mismo volumen, o la flor, ya seca, que me la recuerda. Pronto el silencio invade la estancia y sólo se oye el arrullo del papel en su tránsito, que muere en el último renglón y nace en el primero de la página siguiente: esperma de tinta que preña la hoja y la sobrevive. De repente, un maravilloso pasaje, un verso que embelesa, una idea que subyuga; y cierro los ojos para mejor saborear su belleza, quizás para repetir las palabras musitándolas; y en el paroxismo del paladeo literario, me vence el sueño y el libro reposa sobre el pecho y se eleva a cada golpe de respiración y late con el pálpito de mi propio corazón. El alba me sorprenderá así, dulce guerrero vencido en la lid nocturna de la belleza vestido con el peto blasonado por la eterna heráldica del Libro.

Al día siguiente, me visita un buen amigo. Viene a buscarme para dar un paseo. Le invito a entrar antes en casa. Observa irónico la pila de libros en el suelo y me encarece que debo modernizarme. Con el “iPad” podría ahorrarme tamaño desorden. Caben en el aparatito miles de libros, se ahorra uno estanterías, su iluminación permite prescindir de la lamparilla, él mismo te recuerda en qué parte de la lectura te has quedado sin necesidad de doblar las hojas, ni utilizar esas cartas o flores como puntos de libro. Pero, ¿aún escribes cartas en la era del e-mail? Con el “iPad”, el libro siempre está nuevo, desaparecen las marcas del uso continuado, se pasan las páginas con un simple “clic” o deslizando los dedos de derecha a izquierda sobre la pantalla. Incluso, para los nostálgicos del libro impreso, el “iPad” imita el sonido de las hojas al pasar. No huele a rancio con el paso del tiempo, se acabó el concepto de libro de segunda mano: ya no hallarás anotaciones a lápiz escritas por algún desaprensivo que quiso apuntar al margen algún pensamiento que le sugirió la lectura. Yo concedo. Yo asiento con la cabeza y contesto: “ya, sí, pero no sé…”. Nunca un “no sé” estuvo tan lleno de convicción. Mi amigo me da unas palmaditas en las espaldas como compadeciéndose. Al salir de mi cuarto para dirigirnos a la calle, mi amigo tropieza sin querer con una de las pilas de libros que, cayendo sin estrépito, quedan desparramados como despojos en el suelo de la habitación.

3 comentarios:

Tisbe dijo...

Un texto muy lírico en el que se ve claramente una diferencia de estilo entre la primera parte y la segunda. Me gusta mucho el cariño con el que hablas de los libros y comparto contigo esa sensación tan bonita. Quizás los libros electrónicos sean útiles pero el encanto de un libro de papel no lo tienen. Orednarlos en estanterías, poner el nombre y la fecha, escribir anotaciones en los márgenes, ver cómo las páginas van adquiriendo un tono amarillento con el paso de los años... Por todo ello prefiero el libro de toda la vida ¿soy una nostálgica o una inadapatada a las modernidades?

Píramo dijo...

Gracias, Tisbe. Quise hacer un texto un tanto más literario porque las exequias del libro impreso no merecen el prosaísmo de un artículo puramente informativo. Celebro que te gustase.

Verónica Padilla dijo...

Precioso manifiesto Píramo. La primera parte, tan literaria, me ha transportado a las noches sin fin de mi adolescencia, devoradora de historias y de sueños bajo la mínima luz de un flexo pinzado a la cabecera la cama. La segunda parte, tan... periodística, me ha devuelto al presente. En la pantalla de mi blackberry puedo leer tus hermosas palabras a pesar de que ningún editor haya descubierto aún tu talento. La tecnología nos permite escribir para muchos y que muchos nos lean y es algo mágico, maravilloso que un aparato abra el canal a un debate tan interesante como este. Un beso.