martes, 14 de febrero de 2012

142. El perro del hortelano

La Compañía Nacional de Teatro Clásico vuelve a pisar con fuerza los escenarios españoles con el último espectáculo que dirige Eduardo Vasco: El perro del hortelano. Es, sin duda, una de las comedias palatinas más conocidas de Lope de Vega que se centra en el tema más universal de la literatura: el amor. Diana, condesa de Belflor, se presenta como una mujer que rehúye el galanteo de sus pretendientes e intenta por todos los medios frustrar la relación amorosa que existe entre su secretario Teodoro y Marcela, una dama que está a su servicio en el palacio. La comedia gira en torno al conflicto psicológico que vive Diana, pues intenta matar los sentimientos  que su subordinado despierta en ella mientras que los celos ahogan su espíritu. Es por tanto, un alma atormentada que, cual veleta, confunde y desquicia a Teodoro que ya piensa que la condesa lo ama, ya siente su rechazo. El motivo de esta actitud tan contradictoria no es otro sino la rigidez de las convenciones sociales de la época. Las diferencias sociales eran insalvables y así los reconoce la protagonista: “Teodoro fuera más, para igualarme, / o yo, para igualarle, fuera menos”. 
Dos palabras clave vertebran la acción: deseo y decoro. Diana se debate entre ambos, lo cual justifica que sea identificada con el perro del famoso refrán, que ni come ni deja comer. No se decide a proclamar y vivir su amor con Teodoro ni puede permitir que él halle la felicidad en brazos de otra. Este conflicto sigue una progresión ascendente que culmina en la bofetada que la condesa propina al secretario pues es prueba irrefutable de la pérdida de su autodominio.
Como no podía ser de otro modo, la comedia tiene un desenlace feliz gracias  a un ardid de Tristán, criado de Teodoro, pues inventa que éste  es hijo del conde Ludovico –quien perdió hace años a un vástago en un naufragio-. De este modo, desaparecen las diferencias sociales que separaban a la pareja protagonista. Diana, conocedora del engaño, mantiene su decisión de unirse en matrimonio con Teodoro. Su felicidad se sustenta, pues, en un engaño mas es la única solución posible en un momento histórico en que la mujer no podía aspirar a vivir su vida plenamente. La única manera de ser libre para amar es hacer ver que Teodoro es un igual, pues no sería verosímil que en el siglo XVII a una mujer de su clase no le importase el honor público.
El elenco de actores que dan vida a estos personajes es impecable. No defraudará al público escuchar el recitado de los versos de boca de unos intérpretes bien preparados y con una dicción deliciosa. Eva Rufo (Diana) hace una actuación brillante. Interpreta perfectamente las tribulaciones y tormentos que la condesa experimenta y consigue que el espectador se solidarice con su conflicto interior. Igualmente destacable es la actuación de David Boceta (Teodoro) y de los actores que interpretan al conde Federico y al marqués Ricardo. El director del montaje ha arriesgado en su actuación pues estos personajes aparecen en escena cantando muchos de sus parlamentos, inyectando así una fuerte dosis de comicidad a la obra y autorridiculizándose con dicha actitud.
Muy acertados son también los decorados, diferentes telones que sugieren más que representan, y el vestuario todo ello aderezado con música en directo. Estos ingredientes son la combinación perfecta para sumergirnos en el fantástico universo lopesco, para desdoblarnos y vivir aventuras y desventuras de la época dorada de nuestra literatura. Un texto del siglo XVII que consigue estos efectos –espero que no sólo en mí-  es la prueba indiscutible de que El Fénix de los Ingenios está más vivo que nunca y que somos muchos los espectadores que seguimos entonando ese profano Credo que decía: “Creo en Lope de Vega, todopoderoso poeta del cielo y de la tierra…”

3 comentarios:

Píramo dijo...

Impecable reseña, Tisbe, como siempre. Yo creo que la obra plantea un interesantísimo debate sobre las tensiones que se producen entre el amor y las convenciones sociales. El amor triunfa, sí, pero lo hace merced a un engaño que sortea los prejuicios sociales del siglo XVII. A todos nos hubiera gustado que Diana aceptase el amor de Teodoro sin tener que acudir al ardid del criado Tristán, sino enarbolando sus sentimientos por encima de las arbitrariedades sociales que sancionaban los amores entre personas de distinto rango. Por eso, el triunfo de ese amor nos deja un sabor agridulce porque no se corona con la majestad del Amor que rompe barreras ni rinde cuentas a nadie más que al alimento recíproco de las dos almas protagonistas. Quizás esa desazón que nos deja el final, la hemos heredado del Romanticismo y ciega nuestros ojos contemporáneos, que debieran ver con los ojos de los siglos áureos. Seguramente, Lope tratase de denunciar precisamente este amor sometido antes a lo social que al amor mismo.
Respecto a la apuesta arriesgada del director al hacer cantar ridículamente a los 2 pretendientes de Diana (Federico y Ricardo), me entero por Tisbe de que algún crítico ha dejado de vuelta y media esta licencia de Eduardo Vasco; yo creo que ha tratado de parodiar el lenguaje culterano de Góngora (de quien se parafrasea algún verso del inicio de las "Soledades") y dejar claro que, efectivamente, era una parodia. No sabemos qué fórmula hubiera elegido Lope (el texto apenas tiene acotaciones ni instrucciones de puesta en escena) pero creo que está claro que Lope, rival de Góngora, quería ridiculizar el lenguaje pomposo de los culteranos, atribuyéndoselo a esos pretendientes absurdos, por lo que a mí la licencia del director sí me parece acertada.
Para acabar, coincido con Tisbe en la perfección formal de esta CNTC que si no existiera habría que inventarla. Son una auténtica maravilla.

Pilar dijo...

Las adaptaciones de los clásicos siempre suponen un riesgo, y yo no soy de las más entusiastas ante determinadas licencias, pero en este caso quedé encantada. La obra de Lope recupera con este montaje su plena vigencia, no parece acartonada y de otro tiempo sino fresca, divertida, con la osadía que el autor le dio en su momento y, sobre todo, apta para un público amplio. Los actores interpretan brillantemente sus papeles sin dejar ese regusto a impostura que en muchas ocasiones he apreciado en quienes recitan versos como si rezaran, de tanta unción como el clásico les inspira. La naturalidad es absoluta y eso se nota desde la butaca. Parece que poco a poco nos vamos acercando al teatro británico y su tratamiento de Shakespeare. Ojalá.

Tisbe dijo...

Píramo, gracias por tus palabras. Coincido contigo en todas tus aportaciones. Ese sabor agridulce que nos deja el triunfo del amor obedece a que vemos la obra con ojos del siglo XXI, pero en el siglo XVII este triunfo era toda una proeza para las mujeres, pues su voluntad quedaba prácticamente anulada por la rigidez de las convenciones sociales.
Pilar, celebro que disfrutaras de la obra. Creo que la CNTC es siempre sinónimo de calidad. Esperemos que siga dejándose caer por el Teatro Principal, pues es un placer poder ver representaciones de obras clásicas que, como tú bien apuntas, no parezcan acartonadas o, peor aún, demasiado vanguardistas. Un saludo.