domingo, 10 de junio de 2012

160. ʻBlancanievesʼ

Ilustración de Benjamin Lacombe
Aunque el cine y la literatura se han nutrido desde siempre de manera recíproca, conviene recordar, arriesgando en la obviedad, que se trata de dos disciplinas artísticas diferentes y, por lo tanto, regidas por códigos creativos también distintos. El purista que se afana en desgranar cada fotograma de la película para señalar concomitancias o para castigar la deslealtad del director respecto al libro del que se parte, realiza, en realidad, una tarea banal porque la película ajusta el libro a las exigencias intrínsecas de su género y se toma unas licencias que, no solamente son legítimas, sino, en muchas ocasiones, también necesarias para que la cinta no se asfixie en el corsé del libro. Si acaso, estos análisis comparativos pueden satisfacer la curiosidad, algo “cataloguista”, del lector-espectador, pero poco más. Sí que es cierto que los cineastas debieran colocar al inicio de los créditos expresiones como “inspirada en el libro tal o cual”, o “versión de la novela X”, en lugar del habitual “basado en”, que genera la consiguiente desazón del lector entusiasta del libro; aunque, a la postre, estas sutilezas semánticas, probablemente sean también un ejercicio ocioso. Otra cosa son las biografías o las películas históricas, en las que, salvo transgresión voluntaria del cineasta, justificada artísticamente, no es tolerable que se falte a la verdad.

 Si esta flexibilidad del cine respecto al libro nos parece razonable, todavía lo es más cuando lo que se versiona es un cuento como el de Blancanieves. Cuando se dice que la película parte del cuento de los hermanos Grimm, hay que recordar que éstos sólo fijaron una de las numerosas versiones que sobre el relato había dado el folclore alemán, al igual que hicieron con el resto de cuentos, recogidos en los Kinder und Hausmärchen (Cuentos de la infancia y del hogar) y publicados entre 1812 y 1815. La prueba de que son sólo versiones es, por ejemplo, que en el “original” de los hermanos Grimm ningún príncipe besa a Blancanieves para romper el hechizo de la manzana envenenada, pasaje que nuestro imaginario acepta, en cambio, como piedra angular del relato, probablemente por el cruce con La bella durmiente. Si la película que ocupa estas semanas nuestra carteleras, transforma, pues, el cuento de Blancanieves, no está haciendo otra cosa que, al margen de permitirse las libertades propias de su género, seguir el curso natural de la tradición oral, que perpetúa en esa vida en variantes que le es congénita, la herencia secular. Se pide, eso sí, que se mantengan aspectos esenciales de esa tradición, porque el lector, el telespectador o el oyente exigen identificarse con determinados pasajes irrenunciables. Por eso, en las salas de cine que proyectan estos días Blancanieves, se oye siempre un rumor entre las butacas cuando aparecen en la pantalla los enanos. Exactamente igual que pasaba en nuestro teatro áureo cuando Lope de Vega insertaba en el parlamento de uno de sus personajes, algún romance que todo el público reconocía y que, incluso, coreaba acompañando el desarrollo de la escena.

La película gana, además, en valores añadidos. La maléfica madrastra, interpretada por una inmensa Charlize Theron, escapa del maniqueísmo del cuento al presentárnosla con un pasado tormentoso que justifica su maldad; a Kristen Stewart le viene pintiparado el papel de pureza e ingenuidad de la primera parte de la película, salpicado de cierto misticismo que vincula Belleza y Naturaleza. Por lo demás, el filme sigue el patrón de las fantasías épicas al uso: el viaje, las criaturas fantásticas y el restablecimiento del orden. Quién sabe. Tal vez dentro de varios siglos, los abuelos narren el cuento con esta Blancanieves guerrera. Y no pasará nada ni habrá que rasgarse las vestiduras. Porque nunca faltará la manzana.

Cartel de la película

5 comentarios:

RAMÓN GARCÍA MATEOS dijo...

Solemos tener una visión deformada de los cuentos folclóricos porque estos han llegado hasta nosotros en versiones facticias de los folcloristas del XIX, en recreaciones de autores cultos o en edulcoradas mixtificaciones de algunas productoras cinematográficas.
Los cuentos populares recogen arquetipos (sería redundante recordar aquí a Vladimir Prop)comunes y viven, al igual que los romances o las canciones tradicionales, en versiones (todas únicas, cada una válida en si misma)que recogen la idiosincrasia del entorno que las acoge. Sería interesante acudir a las compilaciones más serias de cuentos orales (las de Espinosa, padre e hijo; las del profesor Luis Cortés; las de Joaquín Díaz; o las más divulgativas, aunque excelentes, de Rodríguez Almodóvar)para saber de la verdadera esencia de estos relatos.
Aunque bien es cierto que la tradición no es otra cosa que sumas y recreaciones asumidas como propias por la memoria colectiva.
Gracias, Píramo y Tisbe, por vivir en literatura.
RAMÓN GARCÍA MATEOS

Tisbe dijo...

Estoy totalmente de acuerdo con lo que apuntáis Ramón García Mateos y tú, Píramo. Hay una tendencia a pensar que la versión de los hermanos Grimma de los cuentos tradicionales es la única y definitiva. No hemos de olvidar que fueron meros recopiladores y fijadores, por tanto, de una de las muchas versiones que había de estos relatos. El estado de gestación constante en que se encuentran los textos orales me parece algo maravilloso, pues están vivos y viven ajenos a los corsés que la escritura y la autoría conocida imponen. Anidan en el imaginario colectivo de los pueblos, quienes garantizan su pervivencia más allá de los límites del papel impreso.
Ojalá los niños de las generaciones venideras puedan disfrutar de estos relatos tradicionales y sueñen como lo hacíamos nosotros, con esa ingenuidad infantil que nos hacía creer en príncipes, princesas y malvadas brujas.
Enhorabuena por tu artículo, me ha gustado mucho. Tus apreciaciones sobre la versión cinematográfica me parecen muy acertadas.

Píramo dijo...

Efectivamente, Ramón. A mí el fenómeno de la tradición oral me parece uno de los milagros más maravillosos de la literatura; y España, sobre todo con su Romancero, es un ejemplo increíble de cómo se puede perpetuar el patrimonio literario de una nación, a través de la oralidad (aunque, evidentemente aquí tienen mucho que decir también los recopiladores y los refundidores y, en ese sentido, quiero recordar con enorme cariño la labor de Menéndez Pidal y Diego Catalán). Muy bien traída la ya clásica alusión a Propp, al igual que tu reflexión acerca de la deformación que ha sufrido la tradición folclórica. Yo añadiría, además, el error de la asunción de mucha gente de las versiones "definitivas". Es como pensar que el Cantar de Mio Cid que ha llegado hasta nuestros días es una obra definitiva en lugar de pensar que sólo es una de las tantas versiones (quizás, quién sabe, no la mejor) que debieron circular por la España medieval. A esta individualización que se hace del primer monumento literario español, aunque no haya más remedio, me parece que habría que matizarla en su justa medida, atendiendo a su vida en variantes. Gracias por tu comentario, Ramón.

Gracias, Tisbe. Por cierto, que algunos de estos cuentos no son tan ingenuos. Hay algun un tanto "gore", que se sale de la dulce versión disney. ¿Para cuándo otra peli?

Anónimo dijo...

BLANCANIEVES ES MI PRINCESA FAVORITA!

Anónimo dijo...

YO CONOZCO ESTAS BLANCANIEVES Y ESTAS MALVADAS MADRASTRAS DE BLANCANIEVES:
DISNEY(1937).
JETLAG PRODUCTIONS Y GOODTIMES ENTERTAINMENT(1995).
TARYN DAVIS,MONICA KEENA Y SIGOURNEY WEAVER(1997).
LILY COLLINS Y JULIA ROBERTS(2012).
KRISTEN STEWART Y CHARLIZE THERON(2012).
ELIZABETH MCGOVERN Y VANESSA REDGRAVE(1984).
KRISTIN KREUK Y MIRANDA RICHARDSON(2001).
DIANA RIGG,NICOLA STAPLETON Y SARAH PATTERSON(1987).