domingo, 21 de octubre de 2012

177. La berlina de Prim


Aunque siempre he sentido un gran respeto por Ian Gibson, también es verdad que me causa cierta reserva ese extraordinario don suyo de la oportunidad. No hay efemérides, recordatorio u homenaje en el que el historiador irlandés no saque tajada mediante la publicación del algún trabajo muy a propósito. Y no sólo eso, sino que, además, parece formar parte de esos estudiosos omnímodos que pretenden arrogarse el monopolio de ciertos autores o temas, como si, lejos de su escritorio, tales asuntos estuvieran condenados a vagar por el yermo páramo intelectual de los usurpadores. Sin ir más lejos, aquí en Tarragona, hay algún ejemplo de “holding” literario, a propósito de Federico García Lorca. 
Por otro lado, tampoco parece legítimo reprocharle a Gibson que se gane la vida con su trabajo, sobre todo cuando nos regala deliciosos divertimentos como La berlina de Prim (Planeta), Premio de Novela Fernando Lara 2012, “casual” hallazgo que se publica justo en el año de la exhumación en Reus del cadáver del general Prim para la determinación de las causas de su muerte. El libro, ambientado en 1873, con la Primera República agonizando, narra la investigación del periodista irlandés, Patrick Boyd, hijo ficticio de aquel Robert Boyd que luchara al lado de Torrijos contra la tiranía de Fernando VII y cuya tumba se halla en Málaga. Las pesquisas del joven Patrick tratarán de dilucidar la autoría del asesinato de Prim, misterio todavía hoy sin resolver.

La investigación es verdaderamente apasionante, llena de medias verdades y de una maraña de intereses enfrentados que colocan en el punto de mira a grandes personalidades de la política de aquel tiempo, cuya ambición desmedida los convierten en serios sospechosos del magnicidio, léase el duque de Montpensier o el general regente Serrano, a los que el nombramiento de Amadeo de Saboya como rey propuesto por Prim, limitaba seriamente sus aspiraciones de poder.

Hay que advertir al lector que este libro puede leerse como una novela pero no lo es realmente. Gibson activa los resortes básicos del género novelesco pero pronto se impone la figura del historiador hasta el punto de abrumarnos con profusión de datos, algunos de ellos extraídos literalmente de las hemerotecas. La novela, entendida como artefacto artístico y literario, encalla entonces al someterse a la servidumbre de los datos. Pero ocurre lo que acontece con muchos episodios de la Historia de España; que la realidad  histórica es tan tremendamente atractiva, tan trufada de capítulos que parecen ellos mismos pasajes novelescos, que Gibson sólo debe tener la habilidad de saber ordenarlos con amenidad, algo que ocurre en la mayor parte del libro, aunque no siempre. En esto era un maestro el gran Menéndez Pidal; por eso, sus libros de Historia eran novelas sin serlo. En este sentido, el libro de Gibson es, muchas veces, un refrito de otras obras suyas, de las que se abastece cuando hace falta.

Para el amante de la Literatura, este libro será también motivo de regocijo cuando vea desfilar por sus páginas a los abuelos y padres de Antonio Machado; a Eugenio Hartzenbusch, el autor de Los amantes de Teruel, que en la novela ejerce como director de la Biblioteca Nacional; o a Benito Pérez Galdós, hablando de política en un café frente al Teatro Real.

Quizás el libro adolece de cierto maniqueísmo aunque, en descarga del escritor, hay que decir que ni Fernando VII ni Isabel II hicieron muchos méritos para resultar con ellos muy condescendientes. Sí es más discutible, desde ese punto de vista, el personaje de Patrick Boyd como trasunto del propio Gibson, sobre todo en sus diatribas nacidas del resentimiento irlandés hacia Inglaterra.

Por lo demás, La berlina de Prim es un homenaje a los grandes hombres de nuestra Historia, sepultados sistemáticamente por esa epidemia tan española llamada envidia y por la ambición sin escrúpulos. El libro rezuma, además, un profundo y doloroso amor hacia España, algo que siempre se ha percibido en los libros de Gibson y que hay que agradecerle. En eso quizás merezca la pena, esta vez sí,  pecar de oportunista. Aunque a otros importune.

5 comentarios:

Lu dijo...

Opino igual, a veces los datos son tantos que llegan a abrumar al lector pero es imposible dejar de leer ante este apasionante trozo de la Historia de España.
Saludos

Tisbe dijo...

Ian Gibson me parece un buen historiador y creo que, más allá del oportunismo que pueda tener, siente un profundo respeto y amor por España y por algunos de nuestros escritores más importantes.
Celebro que, a pesar del exceso de datos, la novela te haya gustado.

Antonio Tello dijo...

Como siempre, tus reseñas trasuntan un sano espíritu crítico.

Píramo dijo...

LU, efectivamente. La profusión de datos no merma el interés del relato. La Historia de España es verdaderamente una novela en sí misma. No entiendo cómo el cine no lo ha explotado más.

TISBE, a mí Gibson también me parece un buen historiador. Sus biografías sobre Machado y Lorca son impagables. Gibson se nacionalizó español hace algunos años, lo que da buena cuenta de su amor por nuestro país. Y sí, la novela es entretenidísima.

Gracias, amigo TELLO. Eso intentamos.

Ramón Parra dijo...

Muy bueno