domingo, 12 de enero de 2014

235. El héroe discreto



Existe entre los jóvenes escritores y, sobre todo, entre los escritores noveles (que no es lo mismo), un deseo de irrumpir en la palestra literaria con la voluntad de deslumbrar a sus lectores y, con mayor interés aún, a los críticos. Esa tendencia obedece al natural impulso de querer demostrar cuanto antes (como si la escritura fuera llegar y besar el santo) el supuesto empaque y solidez de su calidad literaria y dejar constancia de su particular voz. Tal es la obsesión por acreditarse que, al final, por lo común, los excesos reivindicativos quedan en mera exhibición pomposa y la cosa naufraga. El giro expresivo que a nuestro escritor en ciernes se le antojaba vistoso es, en realidad, un artificio impostado; la estructura argumental que estimaba original y vanguardista, ya la han cultivado otros antes y mejor que él; el desarrollo de un tema, que le parece grave y profundamente filosófico, carece de la suficiente hondura. Y así, el resultado no es más que un libro disfrazado de libro donde el autor real, que puede ser muy bueno, no aparece jamás desnudo en su labor, sin atavíos extraños y radicalmente sincero. En lugar de darse él en su libro, obnubilado por la acogida que recibirá, lo que entrega es un ente sin alma forjado a base del “qué dirán”.
Pero Mario Vargas Llosa va a cumplir 78 años y lleva más de medio siglo escribiendo. Cuando se alcanzan esas cotas de madurez literaria, imagino que las cosas se ven de otra manera. Supongo que los años dan esa serenidad que permite hallar la esencialidad de la literatura más allá de aventuras estéticas que, por lo demás, el arequipeño cultivó también y con gran maestría. Y se llega a la conclusión de que lo sustantivo de la literatura es, a la postre, contar una historia. Y eso es El héroe discreto, una buena historia y una historia bien contada. La novela se vertebra en dos narraciones paralelas que acabarán cruzándose: la de Felícito Yanaqué, un empresario amenazado por unos chantajistas (el héroe discreto); y la de Rigoberto, testigo de boda de su anciano jefe Ismael Carrera, que ha contraído nupcias con su joven sirvienta para desheredar a sus dos hijos, que habían deseado su muerte. La connivencia de Rigoberto con su jefe, le traerá  problemas con los hijos de éste. La novela, cercana al género folletinesco y al culebrón, tiene de todo: intriga, sorpresas, amores, desamores, humor, fenómenos paranormales y no faltan algunas críticas sociales como el amarillismo periodístico o el materialismo monetario que no entiende de vínculos familiares. Especialmente interesante es el tema del refugio en el arte ante la corrupción social. El estilo de Vargas Llosa es ágil y ameno, con un ritmo muy bien dosificado y un excelente tratamiento de los diálogos, ese arte tan difícil de dominar que bajo el magisterio del autor de “Conversación en la catedral” parece tan natural y creíble. Los lectores asiduos del peruano reconocerán, además, a algunos de los viejos personajes de sus novelas como el sargento Lituma, el propio don Rigoberto, doña Lucrecia o Fonchito. Todo ello en medio de un friso costumbrista muy colorido y vivo del Perú al que los americanismos léxicos contribuyen singularmente.

Y así, El héroe discreto no sólo da título a la novela y a la férrea voluntad de Felícito Yanaqué sino también al propio Vargas Llosa. Porque conjuga la discreción de una prosa sin ínfulas escrita por el mero goce de escribir, tan lejos de nuestro pretencioso escritor novel de marras. Y porque escribir así de bien es hoy una auténtica heroicidad.

5 comentarios:

Javier Angosto dijo...

Estoy muy de acuerdo con lo que comentas a propósito de los diálogos. Uno de los grandes aciertos de la novela son los diálogos, pues en ningún momento suenan a “leídos”.
Por otro lado, se diría que tras "El sueño del celta", novela desgarradora donde las haya, Mario Vargas Llosa ha querido darse un respiro y, de paso, dárselo a sus lectores. Sin duda, la lectura de "El héroe discreto" es mucho más amable que la del "El sueño del celta". Y para ello, el autor peruano no duda en utilizar recursos propios de los culebrones: amores melodramáticos, ascensos en la escala social, hijos ilegítimos, intriga, imprevisibles giros argumentales… "El héroe discreto" vendría a ser una novela policíaca con notas de culebrón o, si se prefiere, un culebrón policíaco. De manera que es de esos libros que si empiezas a leerlos, te enganchan y ya no puedes dejarlos. Animo a los lectores del blog a que se hagan con un ejemplar de "El héroe discreto".

Tisbe dijo...

El tema del arte como refugio me ha parecido muy interesante. En este sentido, también Rigoberto es un héroe, pues es capaz de no dejarse llevar por la mediocridad que impera en las sociedades actuales.
Por otra parte, la novela me ha gustado mucho, ya tenía ganas de leer una historia sencilla que atrapase al lector desde la primera página.

Lázaro Rodríguez dijo...

Otro artículo interesante, y de nuevo gracias. Resulta útil leer estos comentario

Marcelino Cortés dijo...

Efectivamente, es la obra de un escritor vacunado de toda vanidad y de toda pretensión de epatar

Angelus dijo...

Buen análisis de la obra