lunes, 24 de diciembre de 2018

426. La escondida senda



Estoy seguro de que mi afición por la prosa demorada, por las descripciones morosas y por la melancolía literaria proceden de los relatos que leí en mi época de escolar a través de los libros de texto de la colección SENDA. Durante la década de los 80, la editorial Santillana lanzó una colección de manuales de lectura que obtuvo la buena acogida de los centros educativos de la extinta y añorada EGB. Es difícil que alguien de mi generación no reconozca con una punzada de nostalgia las tapas marrones de aquellos libros, en cuyas portadas aparecían Pandora, el remolque Rulot o el caballo Clavileño, entre otros personajes de nuestra iconografía infantil. Creo que fue en las páginas del SENDA 4 donde hallé aquel relato de Ignacio Aldecoa que me marcaría para siempre y que se titulaba “Solar del paraíso”. En él, el escritor vitoriano se detenía en una estampa desoladora de un paisaje agreste entre dos puentes tras la crecida de un río. El texto evocaba, después, los tesoros que los niños hallaban cuando el cauce volvía a su pobre caudal, entre el cieno y los juncos. Literatura de arrabal para lectores expertos en la exploración de los descampados. Además de su calidad literaria, todo aquel relato estaba revestido de una devastadora sensación de extrarradio que pellizcaba el alma, aunque yo entonces, en mi ingenuidad infantil, no supiera ponerle palabras a aquella sensación de grisura irremediable. La misma que sentía al leer “El faro”, de George Toudouze, escritor francés hoy prácticamente olvidado. Ignoro si el antólogo de los SENDA sufría algún tipo de depresión en cuyo tamiz cribase la selección de aquellos textos, pero yo agradezco la sensibilidad de aquellas primeras lecturas, adultas antes de tiempo, porque fue allí, entre aquellas palabras de acíbar, donde eduqué el gusto literario y donde se me inoculó, como un dulce veneno, la savia medicinal de mi naturaleza melancólica, compañera tantas veces en la lectura cómplice de mis maestros más queridos. Hoy, cuando nuestros hijos están entre los algodones de una sobreprotección hedonista –siempre la felicidad como parámetro innegociable– sería impensable que un pedagogo incluyera un texto como el de Aldecoa entre las lecturas de un niño de 10 años. Como si hubiera que extirpar la melancolía a toda costa, como si ésta no formara parte, también, de la dimensión espiritual del ser humano y no tuviese, entre sus virtudes, la de recordarnos nuestra reivindicación trascendente, usurpada quién sabe en qué etapa de nuestro arcano primigenio.  Tampoco los niños lo entenderían, para qué nos vamos a engañar, igual que un adolescente no entiende ya los libros de Salgari, de Verne o de Kipling. Signo de nuestro tiempo, como lo es también que la colección SENDA se pueda obtener hoy en Internet a precios de escándalo entre los especuladores de la nostalgia, que la mercantilizan como se mercantiliza todo hoy en día. Yo, que perdí mi SENDA, –ay, tantas veces la he perdido–, en los sumideros del tiempo, me arrepiento tanto de no haber conservado aquellos libros… Pero me alivia algo pensar que viven dentro de mí, a salvo de las trituradoras, y que afloran siempre que, con Fray Luis de León, escojo la escondida senda del recogimiento, y los SENDA se hacen senda, otra vez, cubierta de hojas amarillas que crujen a mi paso, y es la página del libro que crepita entre mis manos para el frío del invierno.


2 comentarios:

Mari Carmen Moreno Mora dijo...

Yo afortunadamente conservo en perfecto estado el que has escogido en este post, y debo añadir que tienes mucha razón en todo lo que has comentado, la melancolía se abre en forma de libro cada vez que lo tengo en mis manos y sus lecturas me llenan los ojos de un querido y feliz ayer. Gracias por traernos el lindo pasado de nuestra querida EGB, ya quisieran nuestros hijos aquello...

DIEGO dijo...

Son los libros que en el área de lenguaje,desde el curso 80/81 estuvieron vigentes en todos lis cursos del Colegio Azorin de Alicante en el que coordinaba el departamento de Lenguaje.Suscribo totalmente este escrito.