lunes, 8 de julio de 2019

452. Poda



Jamás he sido partidario de reseñar un libro que no me ha satisfecho, y menos aún si es una primera novela. ¿Qué utilidad tiene? Sí, quizás podamos disuadir definitivamente a un lector dubitativo, ayudarlo en esa criba ingente que es elegir una nueva lectura, hoy que la oferta literaria resulta tan atrozmente desbordante y para la que se necesita una orientación más o menos fidedigna que separe el grano de la paja. Ya se sabe, ars longa, vita brevis. Pero aparte de esta consideración práctica, ¿qué otra cosa se consigue escribiendo una crítica negativa? Por principio, prefiero invitar a la lectura. O lo que es lo mismo, prefiero el escrutinio benévolo, condescendiente y hasta entusiasta del cura y el barbero que el malsano goce de la sobrina dando con los libros en el fuego.
Pero tampoco me gusta asistir al bochornoso espectáculo de la crítica oficialista, esa que dirige como un gurú indiscutido los gustos de los lectores, que le da jabón a un libro en las páginas de los periódicos y en las emisoras de radio solo porque el libro lo ha escrito mengano. Porque, sin querer arrogarme yo, pobre crítico de provincias y diletante de las letras, autoridad alguna, no puedo comprender cómo a ningún columnista literario que se precie de tener educado el rigor, le haya parecido la primera novela de Manuel Jabois, un libro sencillamente mediocre. Y solo se me ocurre que tal evidentísima desviación del criterio obedezca simplemente a que lo ha escrito Manuel Jabois. Y, claro, pienso entonces en otros escritores noveles, que no tienen el arrimo de una columna en El Mundo o en El País, o en un espacio en la Cadena SER y que escriben infinitamente mejor que Manuel Jabois, que incluso abordan sus mismos temas con brillantez sobresaliente y que, sin embargo, deben esperar su turno, si llega, para que su libro sea aceptado por alguna editorial inteligente que, obviamente, no será Alfaguara ni ninguna de las otras gigantes. 
Todo el buen oficio que Manuel Jabois ha demostrado ya como columnista tiene su discretísimo envés en su primera novela, Malaherba. Prosa desaliñada, rayana en la agramaticalidad (pocas veces durante una lectura, he tenido que echar hacia atrás y releer las oraciones para entender el sentido de un pasaje como en este libro); falta de hondura en las evocaciones y en las impostadas reflexiones; anecdotarios superfluos; divagaciones a la deriva, como pecios desorientados de una novela que ha hecho aguas muy pronto; inseguridades estructurales; ambientación paupérrima de la década de los 80, que se nutre de cuatro tópicos dispersos por aquí y por allá, casi como una obligación contextual metida con calzador… Si acaso, algún acierto en la mirada infantil de los dos niños protagonistas, mirada limpia despojada de prejuicios que convierte a Tambu y a Elvis en alegorías roussonianas de la inocencia, antes de descubrir el reverso del mundo más allá de sus certezas y seguridades bajo la coraza de la niñez. Y también cierta fortuna en la construcción de la atmósfera de barriada que tantos escritores de la generación del 78 parecen querer recuperar ahora en sus obras.
Escribir una novela no se parece en nada a escribir una columna, salvo en el respeto reverencial por la palabra y en el interés de lo que uno tiene que decir. Por lo demás, se necesita más trabajo de marquetería, menos urgencia por publicar lo que sea y como sea, más unidad de conjunto, menos fragmentarismo disperso y pegado con cola, más sufrimiento, más material de derribo. ¿Cómo nadie se lo ha dicho a Jabois? ¿Cómo su editor no le aconsejó todo eso antes de dar por bueno lo que parece un esbozo deslavazado de novela? ¿Cómo nadie le dijo que para que su novela funcionase necesitaba que su Malaherba sufriera una buena poda y una nueva siembra?

1 comentario:

Javier Angosto dijo...

Muchas gracias por la advertencia. Estaba esperando leer alguna reseña independiente para ver si me compraba o no esta novela (no valían, claro, ni la reseña de BABELIA ni la de la barricada de enfrente).