lunes, 10 de julio de 2023

615. El libro de Azorín que los críticos evitan

 

Azorín en 1942, saliendo de la casa de Zuloaga

Coincidiendo con la celebración del 150.º aniversario del nacimiento de Azorín, se están escribiendo estos días numerosas semblanzas sobre la vida y la obra del maestro de la generación del 98. Sin embargo, cuesta hallar entre todos esos homenajes a un solo estudioso o crítico que se detenga o que cite siquiera uno de los libros más valiosos del autor de Monóvar. Me estoy refiriendo a El escritor, publicado en la Colección Austral en 1942. Hay en esa omisión un loable deseo de proteger la figura de Azorín, que alguien puede sentir enlodada por lo que quedó escrito en algunos pasajes de ese libro. Por eso, ese mismo alguien pudiera reprocharme que, al dedicar yo este artículo monográficamente a la obra de marras, y al hacerlo, además, en el año de los fastos conmemorativos, esté obrando de mala fe. Nada más lejos de la realidad. Mi deseo de reivindicar este libro incómodo es justamente por el motivo contrario: demostrar su enorme mérito literario y, sobre todo, su estremecedor valor testimonial.

El escritor se publica tres años después de terminada la Guerra Civil. Durante la contienda, Azorín ha permanecido retirado en Francia y su regreso es bendecido por Serrano Suñer, a la sazón ministro del Interior de Franco. Azorín tiene entonces 66 años y es poco menos que una pieza de museo perteneciente a una España que ya no existe. Pero la principal fuente de ingresos de Azorín siguen siendo sus libros y estos no parecen encajar ya entre la nueva literatura que cultivan, sobre todo, los jóvenes escritores falangistas. Azorín, además, se ha mostrado muy tibio y cauteloso respecto a su adscripción al Régimen, por lo que se le observa con cierto recelo. Es significativo que Azorín le dedique, precisamente, El escritor a Dionisio Ridruejo, en ese intento de hallar un espacio entre la nueva intelectualidad. Ese es el contexto del libro que nos ocupa. En la novela aparecen dos personajes principales, ambos escritores: Antonio Quiroga, trasunto inequívoco del propio Azorín, y Luis Dávila, representante de la nueva generación de escritores. Quiroga siente por Dávila una inicial antipatía (divertida e irónica), cuya aspereza va limándose conforme va conociendo las aptitudes de este y la admiración va ejerciendo su diplomacia. Lo mismo ocurre al revés: Dávila, incluso, escribe un libelo contra Quiroga antes de la definitiva reconciliación. El libro está dividido en dos partes. En la primera toma la voz Quiroga y en la segunda lo hace Dávila, en un interesante juego de perspectivismo. Es en esa segunda parte cuando aparece el pasaje más comprometedor para Azorín. Se titula «A los jóvenes» y en él Dávila propone a Quiroga que dé un discurso a un grupo de amigos reunidos en su casa. La disertación termina con un «Jóvenes: ¡En pie y arriba España!» y el consabido gesto de estos con el brazo en alto.

Causa tristeza encontrar al viejo maestro, hasta no hace mucho modelo indiscutible de tantos, casi mendigando complicidades con los representantes de la nueva era. Pero hay un capítulo donde se ve a Quiroga discutiendo vehementemente con alguien que le pide pagar las facturas: Azorín-Quiroga tiene que comer. Y antes de emitir juicios de valor (ya conocemos cómo el Régimen instrumentalizó la figura de Azorín –pero ¿cómo hablar de connivencia?) debiéramos comprender la tesitura en la que se halla un español en plena posguerra. El escritor, en ese sentido, es un ejercicio desesperado, conmovedor y terrible de autojustificación  que más que condenar absuelve a Azorín a poco que el juez atesore una pizca de comprensión y discernimiento sobre los límites entre principios y supervivencia. También es un libro reivindicativo. El propio Dávila, imbuido del lenguaje patriótico del momento, reconoce en Quiroga a alguien que también ha ofrecido su servicio a España desde los postulados del 98.

El escritor es, además, un artefacto literario de originalísima estructura; aún hoy, acostumbrados al hibridismo de la novela, llama la atención su apuesta vanguardista, en la que asistimos al concepto de «novela en marcha» con muy interesantes reflexiones metaliterarias. Genial es el cuestionario que hace Quiroga a Dávila, que deja a la famosa entrevista capotiana en un ejercicio de escolar. Quizás fue en esas digresiones sobre Literatura (la única y verdadera identidad) donde Azorín halló algo de certidumbre en mitad del desconcierto que debió de ser para él aquella España en la que no podía reconocerse.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Que bien lo expresas !!!

Anónimo dijo...

Gracias. Me gustó mucho Antonio Azorín. Un saludo.

Javier Angosto dijo...

¡Magnífico artículo, Píramo! Da gusto leer aproximaciones como la tuya al maestro Azorín, a quienes algunos escritores y críticos literarios parece que le perdonen la vida. Ya me hubiera gustado verlos, tan valientes ellos a toro pasado, en las circunstancias en las que se encontró el viejo Azorín al acabar la guerra civil.

Respecto a la escena del brazo alto, es totalmente coherente. No hay que olvidar que el libro es de 1941. Que lo levanten, los personajes, por cierto, no significa que lo levantara el autor. Y no lo digo por ti, Píramo, que sabes distinguir perfectamente entre narrador y autor, sino por los calumniadores de Azorín como, por ejemplo, Francisco Umbral. Sostenía Umbral que Azorín entraba en la redacción del periódico "Arriba" saludando con el brazo en alto. Pues bien, en 1996 asistí a un congreso internacional en la Universidad de Murcia dedicado a Azorín, y allí pude hablar con don Manuel Muñoz Cortés. Él me aseguró que Azorín no pisaba la redacción del periódico (luego, mal podía saludar ni con el saludo falangista ni con el puño comunista). Además, en "Arriba" publicó poquísimos artículos.

El libro, que es una pena que no se reedite, es una joya azoriniana. Me gustan especialmente sus reflexiones sobre cuestiones estéticas y del estilo. Y, también en estas cuestiones, aflora la tolerancia y el eclecticismo de Azorín, conciliador en todo: "Cada cual que tenga su estética" (página 19).

De "El escritor" dejó escrito Guillermo Díaz-Plaja, azorinista de pro, que era "una de las producciones de más alta madurez del maestro". Y es que "El escritor" ha tenido buenos valedores: José María Valverde, Dionisio Ridruejo, Raúl Castagnino e Inman Fox son algunos de ellos.

En fin, Píramo, tu artículo es una grata invitación a releer -una vez más- "El escritor" de Azorín.

Anónimo dijo...

Está bien el artículo y todo lo que se escriba sobre Azorín debe ser bienvenido. Alguna bibliografía hay sobre el libro. Incluso yo mismo publiqué un ensayo sobre él donde comparaba algunos fragmentos con Borges, decía que era una suerte de reescritura de La Voluntad e incluía una carta de Ridruejo a quien yo le había pedido que me aclarara algunos aspectos. Es una novela muy importante, pero es que Azorín es el mejor prosista español del siglo XX. Jorge Urrutia

Javier Angosto dijo...

Muy buenas, profesor Urrutia:

Entiendo que el ensayo es el que publicó usted en la revista "Archivium" en 1976, ¿no? Se lo pregunto porque veo que está colgado en internet y que se puede imprimir y leer con toda comodidad.

Un cordial saludo.
Javier Angosto

Javier Angosto dijo...

Muy buenas, de nuevo, profesor Urrutia:

He leído con sumo agrado e interés su artículo dedicado a "El escritor". Su análisis político me parece muy mesurado. Y, en el plano más literario, me ha parecido acertadísima la relación que establece usted entre Borges y Azorín. De hecho, el fragmento que voy a copiar para los visitantes del blog se puede leer con acento argentino, y ya no sabemos, ciertamente, si es un texto de Azorín o de Borges, pues el tono es, en efecto, el del poema "Borges y yo": "No sé si ese libro mío aparecido antaño realmente me pertenece. Forzado a leer alguna vez sus páginas, o leídas de grado, paréceme que leo algo escrito por mí sin darme cuenta. Antes era yo uno, y ahora soy otro.¿Podría escribir hoy del mismo modo?

Un cordial saludo.
Javier Angosto

Anónimo dijo...

Qué sería de nosotros sin su arrojo y valentía. Otro menos sencillo que usted lo hubiera dicho sin rodeos: “Yo soy el único que se atreve a hablar de este libro de Azorín”. Pero a usted le da pudor fanfarronear a las claras y da rodeos. Además, nadie mejor que usted para hablar de los “límites entre principios y supervivencia”. Cuando se caga en los pantalones pocos principios quedan, ¿verdad? Usted que es tan pedante, quiero decir que sabe tanto, ha olvidado mencionar que grandes escritores como, por ejemplo, Vargas Llosa reivindican a Azorín, o grandes estudiosos como Andrés Amorós también lo hacen sin descanso. Maravilloso el último artículo de Amorós sobre el autor de “El escritor”. Escrito desde el conocimiento, la inteligencia y la sensibilidad. Baje del pedestal.

Píramo dijo...

Por alusiones, respondo al último comentarista anónimo.
Ya se ve que su comentario está escrito con el único objetivo del ataque personal, nacido quizás de algún oscuro rencor o más bien de algún complejo, que suelen ser las causas más frecuentes de donde proceden estas invectivas gratuitas. Claro que, solo ofende quien puede. Usted a mí no me ha ofendido, solo se ha ofendido a sí mismo al retratar la catadura moral que atesora. Habría aceptado cualquier crítica desde un debate lúcido y sosegado pero usted ha preferido la bronca porque sí. Azorín tendría en muy bajo concepto a un tipo de su calaña. Y, lo más grave: no ha entendido ni una sola coma de mi artículo, lo que tampoco habla bien de su capacidad para la comprensión lectora. Yo no he dicho en ningún momento que exista un vacío bibliográfico sobre el Azorín de los años 40 ni me he arrogado la capitanía de ninguna cruzada solitaria para reivindicar a Azorín. Yo lo único que he dicho es que cuando se trata de realizar semblanzas generales sobre Azorín, por ejemplo ahora, cuando se conmemora su efemérides, hay mucha gente que se guarda de citar "El escritor" justamente por el amor que le profesan al autor de Monóvar, pues Azorín ya ha sufrido la instrumentalización del franquismo y mucha gente le ha afeado injusta y falsamente una connivencia con el régimen de Franco que no era tal. Eso es lo que he dicho. Y como "El escritor" incluye algunos pasajes que pueden ser comprometedores, los azorinianos (por amor, repito), prefieren soslayar ese título. Y yo lo único que pretendía decir es que hay que superar ese recelo porque "El escritor" justamente es un testimonio de la incertidumbre de muchos escritores que se vieron abocados a vivir en el marco incómodo de una dictadura y que es muy fácil tener prejuicios a toro pasado. No entendí muy bien su alusión personal a mis "límites entre principios y supervivencia". Yo tengo la conciencia muy tranquila respecto a mi coherencia personal. Y respecto a lo de cagarse en los pantalones, creo que es a usted mismo a quien está retratando, pues alguien que escribe una diatriba como la suya desde el cobarde parapeto del anonimato define perfectamente la categoría del cagón de manual. Yo no ando en ningún pedestal. Suba usted del cieno.

Javier Angosto dijo...

Anónimo comunicante: No entiendo la acidez que destila su comentario. Como veo que es usted de los que gustan de derribar caballo y picador, le diré que no es este blog el espacio en el que se sentirá usted más a gusto. Pruebe mejor en otros foros, en donde estoy seguro de que estará usted en su salsa. Un saludo.