lunes, 15 de abril de 2024

645. Bronce y sueño, los gitanos

 


Raúl Quinto ha quedado finalista del Premio Andalucía de la Crítica con su último libro, Martinete del rey sombra (Jekyll & Jill), aunque la excelente calidad literaria de la novela, así como el indudable interés y oportunidad del tema abordado, podrían haberlo aupado con toda justicia hasta la consecución del galardón. Sí obtuvo, en cambio, el prestigioso Premio Cálamo que otorga la famosa librería zaragozana. (Adenda de urgencia: al acabar esta reseña, acabo de enterarme de que Raúl Quinto ha ganado el Premio de la Crítica a nivel nacional. ¡Bravo!)

Nada más ingresar en las páginas de Martinete, uno toma conciencia inmediata de que está atravesando el atrio de la gran literatura. Una preciosa estampa del rey Fernando VI en su lecho de muerte, repleta de imágenes líricas y sugestivas, bordadas con la solemnidad de una prosa elegíaca, adelantan el tono general del libro, insobornable a la palabra precisa, al hallazgo poético y al cuidado, en suma, del lenguaje literario, sintagma este último que en los tiempos que corren ha pasado de resultar una obviedad –la que constata que la literatura debiera preocuparse por elevar las palabras a categoría artística– a convertirse en una rara y pertinaz muestra de supervivencia de una forma de entender el hecho literario.

El principal tema de la novela es la crónica novelada del execrable episodio conocido como La Gran Redada, que tuvo como objetivo el exterminio de la etnia gitana en España durante la segunda mitad del siglo XVIII. El plan, auspiciado por Zenón de Somodevilla,  ministro de Fernando VI, más conocido como marqués de la Ensenada, persiguió y reprimió a familias enteras de gitanos, separando a hombres de mujeres con la voluntad genocida de que no pudieran reproducirse. Es imposible soslayar el parentesco entre el segundo capítulo de la novela y el «Romance la Guardia Civil Española» de Federico García Lorca, cuando las autoridades entran a saco en los poblados gitanos para iniciar la represión. Los guiños intertextuales no son solo evidentes, sino un emocionante homenaje a la poesía lorquiana. El propio título del libro evoca, como evoca el género romancístico, la veta popularizante del martinete, palo flamenco procedente de los forjadores, que se acompañaban del martillo para su cante (el herrero, por cierto, es símbolo gitanesco por antonomasia en la poesía de Federico). Pero más allá del género, entronca con el ideario del propio Raúl Quinto y su compromiso ideológico, siempre del lado de las clases menos favorecidas o marginales.

A partir de ahí, el libro narra con descarnado lirismo y pasajes naturalistas, las terribles vicisitudes de los represaliados, alternando estos capítulos con aquellos en los que se retrata con acerada ironía las semblanzas de los personajes de alto copete que habitan la corte, las connivencias e intereses, y sus intrigas palaciegas, con especial atención a la subida y caída del marqués de la Ensenada. Singular interés suscitan los análisis psicológicos de Fernando VI y de su esposa consorte, la reina Bárbara de Braganza, títeres del poder de terceros y humanizados en su vulnerabilidad.

Raúl Quinto, que sabe que no está escribiendo un tratado histórico sino una novela, reduce la parte documental a su mínima expresión, lo que le obliga a veces a comprimir sobremanera los marcos contextuales de carácter historicista con una acumulación algo atropellada de los datos (no siempre necesarios) que lastran un tanto la lectura, pero que tampoco estorban del todo al conjunto.

Martinete del rey sombra es una novela necesaria, en lo literario y en lo colectivo, porque dispone la conciencia estética al servicio de la conciencia ética y social, y pocas veces como en estos tiempos oscuros y mediocres que vivimos, ambas premisas habían sido tan necesarias. Que suene, pues, alto y grande,  el quejío de Raúl Quinto.

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