lunes, 22 de abril de 2024

646. Actores de reparto en el teatro de la vida

 


En la página 93 de la nueva novela de Luis Landero, el autor extremeño escribe: «Hay muchas historias que, cada una a su manera, cuentan siempre la misma historia: el caso singular de un vano intento, de un sueño que tarde o temprano acaba desembocando en la inmisericorde realidad». El pasaje de marras podría sintetizar, aunque parcialmente, el argumento de este último trabajo suyo, La última función (Tusquets), pero atiendan bien a que digo «parcialmente» porque, aunque las aspiraciones más o menos idealistas de los personajes que desfilan por sus páginas se dan, efectivamente, de bruces con el prosaísmo de la vida común, en modo alguno puede hablarse de fracaso, pues el camino trazado por cada uno de ellos nace de la propia iniciativa y la libre voluntad, y el resultado final, aunque no sea de relumbrón, certifica, a su manera, la hazaña de ser y de estar en el mundo porfiando por la coherencia personal y los principios de un estilo de vida elegido por ellos mismos. Así, el principal protagonista, Tito, se rebela contra la disposición de su padre de trabajar en la asesoría jurídica que éste regenta, y renuncia a la vida acomodada –pero también gris y mecánica de ese empleo– para lanzarse a la aventura de ser actor, aprovechando las portentosas cualidades de su voz, que a todos maravilla. Paula, por su parte, que es la otra protagonista del libro, es una muchacha desnortada, apasionada por las Bellas Artes, pero sometida, sin saber muy bien cómo, a la inercia de una existencia sin incentivos; será el azar quien ponga a su disposición el vuelco que su vida necesita y que ella, íntimamente, anhela. Es el azar, precisamente, otro de los asuntos de la novela, el mecanismo inescrutable de sus hilos y la tabula rasa que su inopinado advenimiento regala a los personajes para superar su estancamiento vital.

La novela está narrada por una primera persona del plural que se identifica con los viejos habitantes de San Albín, uno de tantos pueblos perdidos de la España rural. El retorno de Tito a San Albín, tras muchos años de ausencia, y envuelto aquel en un falso halo de prestigio debido a sus discretos éxitos artísticos, espolean el ánimo de sus habitantes que, recordando la memorable interpretación que Tito hizo de una leyenda local cuando era niño, le invitan a rescatar la historia y dirigir su representación con la esperanza de convertir el evento en un atractivo turístico para un pueblo que está próximo a la desaparición. La aparición fortuita de Paula completará los designios. Al hilo de lo expuesto anteriormente, hay que destacar el tema de la despoblación de la llamada España vaciada que, en la novela, se aborda con la desesperanza de lo que está abocado a la extinción.

Pero más allá de los dos personajes principales, la novela es un precioso repertorio de figurantes, cada cual con sus propias peculiaridades, y todos vinculados por su papel secundario en el teatro de la vida, que es, a la postre, el papel que desempeñamos el común de los mortales. Hay en el tratamiento de estos personajes una ternura, una compasión y un respeto, que entronca con el mejor humanismo filantrópico, a la manera machadiana con que el poeta sevillano se autorretrataba en su famoso poema. Este enfoque fraterno, indulgente y conmiserativo me ha parecido, junto a la habitual elegancia de la prosa, el aspecto más meritorio de la novela. Personas anónimas que viven su vida y comen su pan y no hacen daño a nadie, y que un día mueren sin dejar rastro de su paso por el mundo tras interpretar la última función.

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