Se da la paradoja de que el llamado Siglo de las Luces es uno de los más olvidados en el currículo de Literatura de Secundaria. Acuciados por la presión del tirano calendario, los profesores intentamos estudiar hasta el siglo XVII y saltamos, cual acróbatas del tiempo, al XIX al curso siguiente. De este modo, vamos cubriendo de sombras y olvido un momento histórico y literario fundamental, en el que se produjo una evolución en el ámbito ideológico que sentaría las bases de los estados modernos. En este contexto se desarrolla Hombres buenos, la última novela de Arturo Pérez-Reverte. La obra surge a raíz de un hecho autobiográfico: el hallazgo en la biblioteca de la Real Academia Española de los 28 volúmenes que conforman la famosa Encyclopédie de Diderot y D’Alembert, título que estaba incluido en el Índice de obras prohibidas. Tras varias pesquisas y entrevistas con miembros de la citada institución, el autor murciano ficcionaliza un hecho verídico y presenta al lector la aventura que dos académicos protagonizaron al viajar desde Madrid a París en busca de esa veintena de libros que recogían el pensamiento más moderno y revolucionario. Los elegidos, los hombres buenos, fueron don Hermógenes Molina, bibliotecario y latinista, y don Pedro Zárate, marino que se dedicaba a escribir sobre la técnica de la navegación. Ambos recorrieron un largo camino lleno de aventuras y peligros representados por la figura de Pascual Raposo, un mercenario contratado por otros dos académicos que se oponían a la adquisición de dicha obra: Manuel de Higueruela, crítico literario ultraconservador que veía un enorme peligro en las nuevas ideas y Justo Sánchez Terrón, filósofo que temía la errónea interpretación del nuevo pensamiento por parte de personas no preparadas para ello. Éstos simbolizan las dos Españas del siglo XVIII, dos bandos que, por unos motivos u otros, pretendían impedir la entrada de esta ideología en nuestro país, condenándonos así al inmovilismo político, social y cultural.
Nos encontramos, por tanto, ante una novela que se presenta como un homenaje a los intelectuales valientes que lucharon por traer a España la luz de ese nuevo pensamiento que en Francia sentaría las bases de la famosa Revolución. Asimismo, es una oda a la amistad- encarnada en los personajes de Hermógenes Molina y Pedro Zárate, religioso, afable y temeroso el primero, ateo y con un profundo sentido del deber el segundo, que a pesar de sus diferentes creencias son capaces de entablar una relación de admiración en la que la educación prima sobre cualquier diferencia-, al amor por los libros, a los hombres cultos, etc. Y, por supuesto, es una novela de entretenidas aventuras que presenta, además, interesantes debates sobre la monarquía, el clero, la sexualidad femenina, la educación, la libertad… en la que se mezclan personajes históricos con otros ficticios en un juego de realidad y ficción al más puro estilo de Pérez-Reverte.
Por otra parte, Hombres buenos es una metanovela puesto que el autor interrumpe la acción para comentar, con todo lujo de detalles, cómo ha sido el proceso de documentación, las dudas que le iban surgiendo al trazar la trama, los mapas que consultó para recrear el camino desde Madrid hasta París en 1781 y la ambientación de ambas capitales –con descripciones deliciosas que nos trasportan desde el reinado de Carlos III al ambiente prerrevolucionario de Francia-. Se trata de una apasionante y ardua labor de carpintería literaria que Pérez-Reverte regala al lector y que contribuye, en nuestra opinión, a enriquecer la novela.
Resulta simpática también la presentación que el escritor hace de algunos de sus compañeros actuales de la RAE, como don Francisco Rico o don Gregorio Salvador quien reconoce que “en tiempos de oscuridad, siembre hubo hombres buenos que lucharon por traer a sus compatriotas las luces y el progreso…Y no faltaron quienes procuraban impedirlo”. No hay mejor resumen para la trama de esta novela y no hay mejor homenaje para una institución que además de “limpiar, fijar y dar esplendor” a nuestro idioma, luchó por implantar en España un nuevo pensamiento, una nueva filosofía que nos liberara del yugo de la iglesia y de la monarquía y que hiciera de la educación y de la cultura las bases de la sociedad. Larga vida a la Academia y larga vida a todos esos hombres buenos que a lo largo de nuestra Historia han amado la cultura y la libertad.