lunes, 8 de enero de 2024

634. Viajes literarios: la Tortosa de Despuig.

 


En Los col.loquis de la insigne ciutat de Tortosa (1557), Cristòfol Despuig se queja, en boca de uno de sus personajes, de la escasa atención que el obispo de la ciudad, Fernando de Loazes, otorga a la lenta construcción de la catedral. Efectivamente, Loazes, natural de Orihuela, se mostraba mucho más generoso financiando el convento de Santo Domingo, en su ciudad natal (donde luego estudiaría Miguel Hernández) que la sede catedralicia de su propio obispado. Si 450 años después de su muerte, Despuig volviera a pasear por su amada Tortosa, se rasgaría las vestiduras al comprobar que la catedral sigue inacabada. Qué manía nos ha dado en la provincia de Tarragona de dejar las catedrales desmochadas. En Los col.loquis, uno de los interlocutores, don Pedro, procedente de Valencia, se maravilla, no obstante, de cómo luce el jaspe rosa tortosino en la fachada en ciernes de la Seu. Es el mismo jaspe, dice Lívio, que fue utilizado en el Palau de la Generalitat de Barcelona y en San Pedro del Vaticano. Hoy resulta difícil encontrar en las joyerías tortosinas la preciada piedra, ni siquiera como souvenir. Pero otra piedra, aparte del jaspe, merece la pena contemplarse en el museo catedralicio: la lápida trilingüe, esculpida en griego, hebreo y latín, que sirvió de epitafio a la joven judía Meliosa, hija de Yehudá y Miriam, del siglo VI. Y debe servir de acicate al viajero para adentrarse por el sugestivo barrio judío.

A Despuig, sin embargo, amante de las artes como era, no le habría desagradado saber que su palacio se ha convertido hoy en un conservatorio de música. En ese mismo palacio debió de desarrollarse el quinto coloquio de su libro, cuando los tres interlocutores que pasean por Tortosa inician el espinoso tema de la guerra civil catalana contra Juan II de Aragón, y prefieren conversar con mayor seguridad en un espacio privado.

Durante el paseo, en el que el vehemente Lívio y el ciudadano Fàbio, describen las maravillas de Tortosa a don Pedro, se citan otros enclaves interesantes, que el visitante actual aún podrá toparse en su itinerario. Tal es el caso de los imprescindibles Reales Colegios o del Portal del Romeu, cuyo origen relata Lívio al evocar la memorable hazaña de las mujeres tortosinas en la defensa contra los musulmanes del Castillo de la Suda, ayudadas por un misterioso romero que algunas versiones de la leyenda identifican como Santiago Apóstol (no es el caso de Despuig que, aunque algo obnubilado por su chovinismo, se ajusta bien al caballero renacentista que dialoga con elegancia, respeto y mesura casi científica). Un ejemplo literario de la leyenda lo podemos hallar en el propio castillo, hoy Parador Nacional, en cuyo vestíbulo luce, dentro de una vitrina, la novela de la escritora Verónica Martínez Amat, El juramento de Tortosa. Desde el castillo se divisan las mejores vistas de la ciudad, del Ebro y del impresionante Parque Natural de Els Ports, de cuyos bosques, asegura Fàbio en Los col.loquis, se extraía la madera para fabricar las galeras reales.

Otros muchos tesoros hallará el lector en el libro de Despuig, que arrojan algo de luz sobre la actualidad catalana. Por ejemplo, cómo Lívio se queja de esa Castilla que se arroga la representatividad de toda España, siendo los catalanes –dice Lívio– tan españoles como los castellanos, afirmación que hoy sorprendería algo pero que explicaría una desafección cocida a fuego lento durante siglos. También se queja Lívio de la adopción del castellano, en detrimento del catalán por parte de los nobles tortosinos, inicio de una diglosia basada en el prestigio político y que poco tiene que ver con las lenguas.  Disfrutaremos, en fin, en delicioso catalán, del diálogo reposado y respetuoso que se establece entre los personajes, a pesar de sus diferencias, lo que debería darnos alguna lección a los contertulios de nuestra crispada era digital.

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