Los relatos de Pedro Ugarte
constituyen la demostración palmaria de que no son necesarios el despliegue de
juegos pirotécnicos ni la exhibición del prurito vanguardista para sostener la
honorabilidad del género. Muy al contrario, el corte clasicista de su prosa
apaciguada, sin estridencias, que fluye con caudal sereno, lejos de ser una
opción acomodaticia, representa la forma más honesta de contar historias y de
que éstas calen con su verdad en la experiencia lectora. Un lugar mejor (Páginas de Espuma) recoge doce cuentos distribuidos
en cuatro secciones, que el autor llama «estaciones». Los títulos de las tres
primeras resumen los temas recurrentes a ellas asociadas: memoria, soledad y
mentira; la tercera, titulada «Cuentos de la última estación», aunque incluyen
temas de las secciones anteriores, parecen elaborados con materiales de
acarreo, muy a propósito para el mundo en ruinas que representan sus
personajes. La mirada de Ugarte se posa sobre sus criaturas con enorme ternura:
el matrimonio de un pueblo castellano que quiere sobrevivir vendiendo revistas
y bombillas; el miembro de un viejo club deportivo, anclado todavía a un pasado
consumido, que porfía por reunir cada año a los antiguos compañeros, hoy
despegados, que lo integraron; el hombre fracasado que recibe las migajas de
atención de los que un día se llamaron sus amigos; o el estremecedor cuento del
hombre que se enamora cada día de una mujer en el vagón del metro porque todas
de las que elige prendarse le recuerdan a su esposa en estado vegetativo.
Algunos de los relatos cargan las tintas sobre determinados representantes de
extracciones sociales altas, afeándoles su superficialidad o su elitismo
clasista. Y hay espacio para otros temas, como la parodia del lenguaje
burocrático o de las convenciones literarias, que le sirve al autor para
analizar la soledad de determinados oficios (el gris oficinista o el escritor);
el mundo de las falsas apariencias; así como la extinción de la inocencia y de
la infancia, cuyos últimos estertores se mancillan en los lugares donde un día
aquella se enseñoreó luminosa y pura. La familia es también retratada con todas
sus aristas: el adulterio, la separación, los vínculos paterno-filiales o la
comunión familiar en torno a la desgracia son algunos de sus prismas. El sintagma
«un lugar mejor», que da título al libro, se repite sistemáticamente en todos
los cuentos recordándonos que los personajes aspiran o sueñan con esa
entelequia que dista mucho de ser conquistada en mitad de sus vidas cenicientas
y vulnerables. Los protagonistas de la mayoría de los cuentos se llaman Jorge,
aunque sus existencias no tengan nada que ver entre sí: el nombre, como las
vicisitudes de una vida, es un mero accidente y ninguno de nosotros está exento
de encarnar cada uno de los Jorges que desfilan por estas páginas. Mención
aparte merecen las digresiones que el narrador intercala con admirable
naturalidad a propósito de los lances argumentales de sus cuentos, si es que
cabe hablar de argumento en estas estampas de vida que Ugarte recrea con maestría.
Muchas de esas reflexiones enriquecen la narración y establecen, a la manera
cervantina, un diálogo con los lectores, a través del cual, ambos, lector y
autor, toman distancia respecto a la historia narrada para convertirnos, a la
par, en observadores que comparten, a través del cristal, los avatares de los
personajes. Tal vez todos tengamos un lugar mejor donde estar. Mientras lo
hallamos, leer a Ugarte puede ser un buen lugar donde reposar del polvo del
camino o donde quedarnos si, definitivamente, hemos perdido el tren.