Confieso que yo quería hacer un artículo bonito sobre Gil de Biedma en este 2010 que conmemora el décimo aniversario de su muerte. Se trataba, simplemente, de releer su poesía completa, recogida en Las personas del verbo y acercarme también al hombre, a través de la biografía que preparase Miguel Dalmau en 2004. Y tanto he tardado en decidirme, que casi se me pasa el año de la efeméride. Y es que yo quería hacer un artículo bonito sobre Gil de Biedma. Y, tras muchos meses, no he podido, o no he sabido.
Bastaba con que Gil de Biedma pasara a la historia de la literatura como un buen poeta, renovador y principal valedor de las nuevas tendencias de la poesía española en la segunda mitad del siglo XX. Pero no. Tenía que pasar como mito, como leyenda, rodeado desde siempre, en vida y tras su muerte, por esa aureola protectora que todavía persuade y, lo que es peor, convence como dogma de fe, de las supuestas indiscutibles virtudes del poeta. Con Gil de Biedma pasa como con esos otros poetas tocados por el “malditismo” literario. Aunque su obra no resulte del todo satisfactoria, se engrandece y exagera merced a una vida original, disoluta, transgresora, bohemia, provocadora. Es lo que le ocurre a Leopoldo María Panero, la lectura de cuyos poemas resulta insufrible pero que cuenta con el culto de muchos por el mero hecho de haber pasado por un sanatorio mental, situación que ha acrecentado la visión de iluminado que se tiene de él. Y es que hay poetas que son intocables. Últimamente Sánchez Dragó se ha convertido en un renegado social tras hacer públicos sus escarceos sexuales con unas menores japonesas; pero nadie le reprocha a Gil de Biedma lo propio con menores filipinos durante su estancia en aquel país con motivo de los negocios de la empresa tabacalera de su padre. Y uno de sus poemas más hermosos, el “Himno a la juventud”, está inspirado en la hija de Carlos Barral, Yvonnette, “que a los 12 años eran una nínfula no sólo capaz de poner cachondo a Nabókov, sino incluso a un cadáver”. Gil de Biedma cultivó la poesía social y, para ello, renegó de la clase a la que pertenecía, como si para él fuera un cargo de conciencia pertenecer a ella (“a vosotros pecadores/como yo, que me avergüenzo/de los palos que no me han dado,/señoritos de nacimiento/por mala conciencia escritores de poesía social”) pero nunca abandonó sus costumbres aristocráticas y despreciaba a quienes no se comportaban upper class como él mismo decía, copiando la expresión de una obra de Mitford; quizá los que no eran upper class no habían tenido la posibilidad de acceder a una educación como él, pero parece que eso se escapaba a su “conciencia” social. Hasta el gran filósofo comunista Manuel Sacristán rechazó el ingreso de Gil de Biedma en el Partido por su frivolidad elitista. Su producción poética es, además, escasa. Eso se puede perdonar en Garcilaso pero tengo mis dudas sobre la calidad de esa poesía de la experiencia que muchos sobrevaloran y que, salvo algunos ejemplos francamente felices, no es más que prosa con pinta de verso que reproduce la trivialidad sin atisbo de emoción lírica.
Pero resulta que un día en Víznar, visita junto a unos amigos un palacio abandonado; alguien suelta unos perros porque cree que han entrado ladrones y todos huyen despavoridos entre risas; ya a salvo, Gil de Biedma dice: “¿Os habéis fijado? Las hojas secas del jardín sonaban con un tono metálico bajo los zapatos”. Es el poeta puro despojado del molesto prurito. Y resulta que veo a Gil de Biedma debatiéndose entre la poesía redentora y el instinto oscuro que le enferma y le anula; y resulta que hay poemas donde late el alma verdadera de su drama. Y es entonces cuando me planteo que, tal vez, soy incapaz de no querer a mis poetas, pese a todo.
3 comentarios:
Estupenda crítica, el remate amoroso al poeta es pura poesía
Me ha gustado mucho tu artículo. Se nota que te documentas bien. La parte final es muy bonita. Un beso.
CAPITÁN, gracias por sus palabras. Mi remate amoroso es una enfermedad poética, no lo puedo evitar.
TISBE, gracias por tus consejos antes de escribirlo. Conocías de antemano mis reticencias.
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