domingo, 29 de enero de 2012

138. La tiranía de las efemérides

Nadie duda de la utilidad de las efemérides literarias. Pretextando un aniversario cualquiera podemos rescatar del olvido a un autor, organizar congresos donde se revisen aspectos de sus obras o se planteen nuevas vías de profundización y, finalmente, reunir en torno al tótem venerado a esa vieja tribu de amigos, ya con algún neófito unido a la causa, para compartir fraternalmente su pasión incondicional.
Pero las efemérides tienen también su lado oscuro. Son campo abonado para los oportunistas, esas sombras que se deslizan sutilmente por el parasitismo literario sin más vocación que su propia medra. Algunos sacan discos, otros venden libros, el de más allá recibe alguna subvención sospechosamente gestionada, el de más acá, en un ejercicio de narcisismo, se intitula a sí propio bajo formas grandilocuentes como “comisario” de un centenario…
Y luego están las efemérides selectivas. Éstas criban las conmemoraciones en función de 3 posibles criterios: la efemérides como única vía de promoción cultural, el estupidismo numérico y el localismo excluyente. A continuación explicaré un suceso reciente que da buena cuenta de las majaderías que en virtud de esa fórmula se están produciendo. El pasado 15 de mayo de 2011 apareció en el Diari de Tarragona un artículo mío donde explicaba la visita que Pedro Salinas realizó en 1927 a la ciudad de Tarragona y la grata impresión que le causó la contemplación de la famosa muñeca de marfil, hoy expuesta en el MNAT, y por aquel entonces acabada de descubrir en la Necrópolis. A la muñeca, Salinas le dedicó un bello texto que testimonia los afectos que suscitó la pieza en su sensibilidad de poeta. A raíz de ese artículo, me pareció que podía resultar una bonita iniciativa conseguir que, junto a la vitrina donde se expone la muñeca, apareciera el texto de Salinas. El proyecto, promovido desde Facebook y desde mi blog personal, recibió una buena acogida y notables adhesiones. Conocedor como soy de la tiranía de las efemérides, le planteé la idea al director del MNAT, el Sr. Tarrats, aprovechando (ingenua estrategia) que en este 2012 se cumplen 85 años de la visita del poeta a la ciudad. Al parecer, al Sr. Tarrats, esa cifra de 85 años no le pareció lo suficientemente “redonda” porque a nuestro director lo que le pone, cual orgasmo pitagórico, son los múltiplos de 25. De modo que me instó a volver a hablar del tema dentro de 15 años, cuando se cumpliese el centenario de la visita. No me digan que no suena a broma.
Es realmente penosa esa servidumbre al número. El amor a la cultura está por encima de cifras y fechas. Es como si una pareja de novios sólo pudiera declarse su amor recíproco el 14 de febrero o el día de su aniversario. Al curioso que visite el museo le va a interesar la anécdota de Salinas siempre, no sólo el año de un centenario. Privar de esa información al visitante que acuda al museo cualquier otro año es absurdo.
Por otro lado, sobre la negativa del Sr.Tarrats se cierne la sospecha de que si el autor propuesto hubiera sido otro o en otra lengua, la iniciativa habría sido, si no aceptada, probablemente considerada de otra manera. De esta sospecha, claro está, doy la presunción de inocencia al Sr. Tarrats, de quien no conozco su ideología a este respecto, pero actúan sobre mí los prejuicios derivados de la constante obstaculización institucional a la que se enfrenta cualquier intento de promoción cultural, especialmente literaria, en lengua castellana.
En fin, esperaremos mejor suerte en el año 2027. Para entonces el Sr. Tarrats tendrá 76 años y un servidor, 48. ¡Qué lástima! Por muy poquito ni el Sr. Tarrats ni yo podremos celebrar nuestro encuentro auspiciados por una bonita y redonda edad, múltiple de 25.

lunes, 23 de enero de 2012

137. Los habitantes de la casa deshabitada

Un proyectil en forma de bomba de risa llegó el pasado fin de semana al Teatro Principal de Alicante. Se trata de la representación de Los habitantes de la casa deshabitada, obra que su autor, Enrique Jardiel Poncela, bautizó junto a Madre (el drama padre) y Es peligroso asomarse al exterior como “Tres proyectiles del 42”, por ser estrenadas en el Teatro de la Comedia de Madrid en ese año tan bélico y por ser concebidas como disparos contra el teatro tradicional que defendía buena parte de la crítica, ese teatro ñoño e insulso que tanto disgustaba a nuestro dramaturgo.
El nombre de Jardiel Poncela aparece indisociablemente unido al teatro del absurdo. De hecho, fue un revolucionario dentro del teatro humorístico,  pues en sus obras planteaba  nuevas posibilidades cómicas que no eran entendidas por todos o que, incluso, podían dañar las sensibilidades más refinadas. Hastiado del teatro “asqueroso”, como él lo llamaba, se erige como defensor de lo novedoso, de un teatro que represente conflictos diferentes de los que los espectadores pudieran tener cuando regresan a sus casas y a la cotidianeidad de su vidas, y acuña el término “teatro antiasqueroso” para referirse a su producción, un teatro cuya valía artística es superior a la del teatro convencional: “¿Pues no estaría más de acuerdo con la propia esencia del Teatro que lo que en el escenario sucediese no fuera lo vulgar y lo que les ha ocurrido a todos, sino lo extraordinario, lo imposible, lo que a ninguno le ha ocurrido ni podrá ocurrirle nunca?”
Esta intención de presentar al público lo imposible aparece en Los habitantes de la casa deshabitada, obra en la que asistimos a las aventuras que viven en una extraña mansión Raimundo y su chófer Gregorio tras estropearse el coche en el que viajaban. Los personajes acuden con la intención de desentrañar el misterio que rodea a esta casa en la que se encienden las luces misteriosamente, se escucha música de piano y se oyen gritos. Allí descubren que la mansión no está tan deshabitada como parecía, pues por ella desfilan fantasmas, esqueletos, hombres sin cabeza y otros seres extraños. La trama se complica con dos secuestros y una banda de falsificadores.
La elección de los actores que interpretan a estos personajes ha sido muy acertada, pues no hay ninguno que desentone. Destacan las actuaciones de Pepe Viyuela, espléndido chófer miedoso, y Paloma Paso Jardiel, que encarna a Rodriga, una chica un tanto cortita que aparece casi al final de la obra para complicar aún más la acción, pues se presenta como espectadora de lo que ella considera un juego teatral. En este sentido, se puede hablar del teatro dentro del teatro, pues se da un ingenioso juego de superposiciones. Así, hay personajes que fingen ser otros, como Melanio y Jacinto (por tanto, interpretan a la vez su propio papel y el de otros); Rodriga, como hemos apuntado, cree que todos están representando una farsa; y, finalmente el público real completa esta especie de "Matrioska teatral" típicamente jardialesca. Merece ser mencionado también el decorado. La ambientación de la casa está muy lograda, al igual que el coche en el que viajan los protagonistas de esta disparatada historia, que es un ejemplo de esa introducción, tan del gusto de Jardiel, de incorporar a la escena elementos propios de la modernidad (pensemos que hablamos del año 1942).
Esta obra pertenece a las denominadas “comedias sin corazón” que se caracterizan por estar “construidas bajo disciplinas artísticas exasperadamente cómicas [...] [en cuyas] entrañas no fluye ninguna corriente sentimental que fertilice su estructura, ni se hallan apoyadas en ningún cimiento psicológico, pasional, metafísico o filosófico que las preste su solidez y justificación vitales”. Jardiel Poncela señala esta característica como el único defecto de su obra, mas defiende a capa y espada que su mayor virtud es la inverosimilitud fantástica que rezuma en ella. Una fórmula que debió gustar, y mucho, al público de su época a tenor de las más de 400 representaciones que tuvo en su primer año de vida –según el autor-. En Alicante parece que pervive el público jardielista, así lo corroboraron los aplausos que sonaron con fuerza al finalizar el espectáculo y el hecho de que Jardiel repita en el Teatro Principal en menos de dos años.. Y es que nada tiene de malo buscar la distracción simple y pura en el teatro, la carcajada que nos haga olvidar estos otros momentos “bélicos” que estamos viviendo. Como afirmaba Jardiel Poncela: “La Humanidad ronca. Pero el artista está en la obligación de hacerla soñar. O no es artista”. Soñemos, pues, con el teatro para despertar con fuerza de la realidad que, ésta sí, roza ya lo inverosímil.

*Las citas han sido extraidas del prólogo de esta comedia que el mismo Jardiel Poncela escribió. 

domingo, 15 de enero de 2012

136. Ángel Guinda

Ángel Guinda nos visitó en Cambrils el pasado viernes en un Aula de Poesía a rebosar. Hubiéramos deseado que leyera un número algo más amplio de poemas pero suplió esta sed de versos del auditorio con su inagotable fuente de anécdotas, reflexiones y profunda humanidad.
El paso del tiempo y la muerte vertebran los grandes temas de la poesía de Ángel Guinda. La angustia resultante desfallece en versos nihilistas que nos recuerdan “que no somos más que briznas” ante la indiferencia del viento. La conciencia de la caducidad de la vida se hace más dolorosa en aquellos poemas en los que se comparan los años de la juventud, cuando el poeta “tenía la vida entre las manos”, y el inicio del ocaso con su “diario desencanto de vivir, / esa creciente desazón incómoda / de mantener amores con la muerte”. Otras veces, la decadencia se simboliza a través de la descripción de casas palaciegas en ruinas; mediante la devastación de un aguacero cuyo torrente se abre paso para anegarlo todo, porque “el agua, como el tiempo, busca siempre caminos donde huir”; o en estampas crepusculares o de soles vencidos por la lluvia. No obstante, hay ocasiones en las que el poeta se rebela y cree en su propia trascendencia y “ansia de infinito”; y, así, la cruda biología de los “virus patógenos” o la “cámara mortuoria de una sala de tanatorio donde tu ausencia eterna estará expuesta”, dejan paso a la “grandeza desde las constelaciones de tus pensamientos”. La vieja fórmula del “ubi sunt” se vuelve dinámica y esperanzadora: el “dónde están” se transforma en un “hacia dónde van”. La madurez consigue pequeñas victorias sobre la fogosa juventud porque “nadie puede avanzar / en medio de un bosque en llamas, / [pero] sí a través de un desierto”. E incluso, el nihilismo descorazonador que apuntábamos más arriba, puede tornarse en un refugio edénico contra el mundo. En Espectral (2011) esta tímida rebeldía adopta ya un tono de rotunda exaltación vitalista de tal intensidad que se nos antoja, precisamente por su desbordada energía, un dramático y desesperado afán de asirse a la existencia, convirtiendo el aparente optimismo de los versos en un “carpe diem” agónico.
Pero la verdadera fórmula de la inmortalidad la halla el poeta en la Poesía, una poesía que nos “contramuera”. El poeta es un visionario capaz de interpretar el mundo invisible. “¿Qué hay una palabra más allá?”, se pregunta en su búsqueda del gran arcano, sintiéndose depositario de todas las voces antiguas. Para ello, rechaza la luz, que simboliza en la poesía de Ángel Guinda todo aquello que ciega y aparta del camino. La poesía se halla en la sombra, que es la introspección: “¡Salgo del mundo para entrar en mí!”. Otros refugios o huidas ante la zozobra vital son el mar, el reencuentro con el origen ancestral (“a veces vuelvo donde nunca estuve”), y con el origen personal (el poema “Una vida tranquila” es de una sencillez deliciosa); también el amparo culturalista al que, con moderación, acuden diferentes poemas de Espectral, y los viajes, que son la búsqueda insaciable del nómada en pos de una verdad que le afirme, y cuyas descripciones son capaces de tamizar las esencias más genuinas de sus destinos, del mismo modo que hace con la Naturaleza en 3 hermosísimos poemas de La voz de la mirada (2000-01).
Notable importancia tiene el carácter social de su poesía, especialmente en Espectral, donde denuncia de manera muy sentida las guerras y la pobreza y aboga por la deconstrucción del orden establecido (“Todo lo que hay que hacer es deshacer”) y la libertad (la misma que defiende en el himno de Aragón, del que es coautor).
Poeta de gran hondura, alterna los trallazos de sus versos inflamados con la ternura de las cosas pequeñas. Grande, Ángel Guinda.

domingo, 8 de enero de 2012

135. Jane Eyre

Hasta hace escasos días la película Jane Eyre había ocupado un puesto humilde en nuestras carteleras. Nunca se proyectó en las mayores y mejores salas; a la semana ya había reducido su horario de forma considerable; y un día, sin que nadie notase su falta, su nombre se apagó de los paneles luminosos. Yo aún pude ofrecerle la extremaunción cuando ya languidecía en un vetusto cine a pie de calle, de aquellos de toda la vida, sentado en una vieja butaca que exhibía los muñones de unos brazos mutilados por la lepra del tiempo.
En esto, la película se ha comportado igual que el personaje que le da título. Jane Eyre recorre las páginas de la novela de Charlotte Brontë con la humildad abnegada de los grandes héroes. La enorme riqueza interior de la que nos dan cuenta los pensamientos de Jane a través de su narración en primera persona, contrasta con la absoluta indiferencia y desprecio con que es tratada durante la mayoría de etapas de su vida. Su familia adoptiva la acoge como una carga y como tal la humillan y denigran; en el internado de Lowood sufre la tiranía de algunas de las maestras; y, ya adulta, como institutriz, debe soportar las observaciones clasistas de las personas de mayor rango social que ella. Sin embargo, todo lo sobrelleva con la dignidad de los justos y la sólida convicción de su proceder sin tacha. La supervivencia de Jane, pues, se cifra en la fortaleza de su moral, en su sentido de la justicia y, sobre todo, en actuar siempre de acuerdo con su conciencia, hasta edificar una vida sin fisuras en lo ético donde nada puede reprocharse a sí misma. Este diálogo entre las circunstancias externas y el mundo interior de la protagonista, es uno de los grandes atractivos de la novela, que queda diluido en la película al ser narrada ésta desde fuera; ni siquiera aparece una “voz en off” que pudiera haber compensado esta carencia pero no es algo que tengamos que poner en el “debe” del director porque probablemente tampoco hubiera sido la solución más acertada.
Por lo demás, la película es perfecta tanto en la caracterización de los personajes como en la ambientación. El modelo narrativo del inicio, mediante saltos temporales que agilizan largos pasajes argumentales de la novela, es una fórmula correcta para ajustar la trama al molde de las casi 2 horas de duración de la cinta. Si acaso, hubiéramos preferido que el enamoramiento de Jane y el Sr. Rochester se hubiera madurado con más paciencia. Aspecto éste, el de las transiciones argumentales, que es mal endémico del cine actual. La película, además, interpreta erróneamente (o versiona libremente) algunos diálogos entre Jane y el Sr. Rochester, que en la novela desprenden un sabrosísimo aroma a batalla dialéctica, de tono ligero y deliciosamente impertinente, y que en la película se tiñen de una gravedad melodramática que la autora no deseó incorporar salvo en contadas ocasiones. Desaparece de la película cualquier atisbo del contenido religioso del libro. Éste llega en la novela hasta la mojigatería misma pero no para comulgar con ella, sino para poner en entredicho el seguimiento a ultranza del puritanismo victoriano y ponerle el límite allá donde las libertades individuales se resienten o donde se constriñen sentimientos altos como el amor entre un hombre y una mujer. Por ello, Jane rechaza acompañar como esposa misionera a St.John.
La novela es un relato edificante respecto a la entereza moral. Aplaudidos el incivismo y el comportamiento deshonesto en virtud de la simpatía que siempre nos ha producido el personaje pícaro, defendemos, con Jane Eyre, la rectitud ética, cuyos depositarios, esos sí,  son los verdaderos héroes de nuestro siglo. Porque son admirables. Y porque son raros.




















  • La foto que encabeza el artículo corresponde a una edición de Penguin Classics de Jane Eyre. El retrato que figura en la portada es de la propia autora Charlotte Brontë. Y es que Jane Eyre es un trasunto clarísimo de la biografía de Brontë. Para un resumen de las concomitancias entre el personaje y su autora, recomiendo la edición de Cátedra de María José Coperías, con una magnífica traducción de la novela a cargo de Elizabeth Power.
  • La foto que cierra el artículo es el cartel de la reciente versión cinematográfica.

lunes, 2 de enero de 2012

134. La imprenta en Tarragona (II). El Quijote de Avellaneda


En 1588 el rey Felipe II emitió una Real Cédula mediante la cual declaraba centro oficial universitario a la Universidad de Tarragona que, no obstante, ya había sido fundada, aunque todavía sin este privilegio, en 1572 por el Cardenal Cervantes de Gaeta e inaugurada en 1577 por el arzobispo Antonio Agustín, que fue su primer rector.  La Universidad, así consolidada, impartiría los estudios de Gramática, Artes y Santa Teología, amparada por los mismos derechos que el resto de universidades españolas. Esta importantísima concesión real aseguraba la supervivencia de la imprenta en Tarragona, imprescindible en este nuevo contexto de efervescencia humanística. El gran impresor de estos años será Felipe Roberto, a quien debemos, entre otros títulos, la estampación de la General Història del Cavaller Partinobles (1588), novela anónima de caballerías; La Celestina (1595); el Guzmán de Alfarache (1603) y, sobre todo, el Segundo tomo del ingenioso hidalgo don Quixote de la Mancha, compuesto por un tal Alonso Fernández de Avellaneda (1614).
No podemos hablar aquí sobre la identidad real parapetada tras ese seudónimo de Avellaneda. Baste decir que sigue siendo uno de los grandes misterios de nuestra historia literaria y que la crítica ha ido abonando el campo de investigación con una heterogénea nómina de candidatos, algunos de ellos justificados de forma tan peregrina que hasta se ha llegado a decir que fue el propio Cervantes el autor del Quijote apócrifo como reclamo para la segunda parte de la obra por llegar. Otros críticos, llevados por un afán algo chovinista, pretenden que la paternidad de la obra se asigne a escritores locales, como ocurre con la teoría de Juan Serra Vilaró, que sostiene que el autor del libro en cuestión es el tortosino Francisco Vicente García (1582-1623), más conocido como Rector de Vallfogona, con argumentaciones que declaran una portentosa imaginación y escaso juicio, y que ofenden a la honesta y durísima labor de los investigadores.
Es posible que el Quijote de Avellaneda se imprimiera en la Casa de Nazaret, contigua a la Iglesia de Nazaret situada en la Plaça del Rei. Esta casa estaba ocupada desde el siglo XIV por la Cofradía de la Purísima Sangre y parece ser que el espacio de la Sala de Juntas fue el que ocupó el impresor Felipe Roberto para la estampación del libro, algo que no debe resultarnos extraño si recordamos que Felipe Mey también había ocupado el palacio arzobispal hacía 37 años para sus trabajos tipográficos y que las dificultades económicas del taller de Felipe Roberto, bien documentadas, le obligarían a solicitar el amparo, una vez más en la historia de la imprenta tarraconense, de las autoridades eclesiásticas correspondientes, verdaderas mecenas en nuestra ciudad del arte y la cultura.
Algunos sectores del cervantismo han colocado un estigma sobre Tarragona por engendrar ésta la obra sobre la que abominó Cervantes. Así lo pensaron los miembros del Ateneo Tarraconense que desde 1872 y durante cerca de una década, si bien de forma espaciada, organizaron una serie de fiestas y certámenes literarios en honor a Cervantes para la reparación de la ofensa que la ciudad le había infligido por publicar el falso Quijote. No obstante, el Quijote apócrifo es obra de mérito literario y no sería descabellado pensar que, gracias a ella, hoy podemos leer el Quijote de Cervantes íntegro. Cuando el genial escritor supo de la publicación de Avellaneda, se apresuró a terminar su segunda parte para desmentir al otro. Cervantes publicó esta segunda parte en 1615. Y murió al año siguiente. Sin esa aceleración final a cuya carrera se entregó acicateado por el Quijote de Tarragona, quién sabe si hubiéramos quedado huérfanos de nuestro libro más universal.



(1)











                                                                                             (2)

  • (1) Casa de Nazaret, contigua a la iglesia del mismo nombre (Plaza del Rey, Tarragona). Aquí, probablemente, se imprimió el Quijote de Avellaneda en 1614
  • (2) Detalle de la parte superior del pórtico.