Una de las mayores frustraciones que puede experimentar un lector es la de encallar en el arrecife de letras de un buen libro. Desatamos en su día las amarras de nuestro navío con la esperanza de un extraordinario periplo por aquel undoso piélago de palabras, acicateados por el testimonio de los viejos lobos de mar, que al calor del vino de la amistad y entre el humo del tabaco, cuentan con voz ebria su encuentro con las sirenas y posan su mirada nostálgica, exiliada, en cualquier punto mugriento del tugurio de la realidad. Así que partimos, pero, ya en alta mar, se adhieren a nuestra quilla la broma y la rémora, se nos resiste el timón, damos con la roca y abandonamos el barco al astillero del anaquel, náufragos de nuestra propia ignorancia.
El lector exigente se lacera cuando no alcanza a desentrañar los entresijos del libro porque cree que no tiene la sensibilidad o formación suficientes para entenderlo, más aún cuando la obra ostenta el unánime reconocimiento de los expertos. Se le hiere así su amor propio al vedársele como al neófito advenedizo los misterios que desea abrazar.
Sin embargo, existen santelmos y dioscuros que pueden ayudarnos a orientar nuestra navegación: las notas a pie de página.
No todos los libros contienen notas aclaratorias. Muchas ediciones nos presentan el texto mondo y lirondo. El fin divulgativo que estas publicaciones persiguen acaba fracasando porque es difícil divulgar lo que el vulgo no entiende; se genera, pues, el procedimiento contrario: fomentar el desinterés. Un ejemplo de estas ediciones son las colecciones de clásicos de periódicos como El País o El Mundo. Si alguien comete el error de completar la antología comprobará con resquemor cómo tiene que acudir a la biblioteca para consultar los mismos títulos en ediciones anotadas o, en su defecto, comprar éstas últimas, creando en su biblioteca doméstica una duplicidad enojosa.
No obstante, también hay que ir con cuidado si optamos por la edición anotada. Algunos insultan nuestra inteligencia aclarándonos el significado de palabras que cualquier lector medio conoce de sobra (y no me refiero precisamente a ediciones escolares) mientras que pasan por alto pasajes de marcada oscuridad para los que maldita la falta que nos hacía la notita de vocabulario de marras. A eso se le llama echarle cara. Otros estudiosos se centran en anotar las variantes textuales de una obra, generalmente antigua, como si al lector de turno le interesara mucho saber que en el manuscrito SG aparece la palabra “cuntió”, en el S figura “contió”, en el X2 “les cuntió” o en el Gb “cuntióles”. Esto tiene su valor desde el punto de vista filológico, claro está, en esa extraordinaria labor paleográfica de los especialistas, pero el lector de a pie lo que busca es la edición que el crítico considera definitiva sin necesidad de justificar las variantes de sus fuentes. El problema es que este tipo de anotación aparece ya en ediciones que han venido sujetando la palmatoria de la pedagogía, como Cátedra. Huyan también de los anotadores narcisistas que en sus notas nos remiten a otras notas suyas de otros libros también suyos; ya se sabe que los libros llevan a otros libros pero no nos pasemos. Busquen ediciones con anotaciones al pie, no al final del libro, tan engorrosas. Eviten las ediciones que abusan de la anotación: al lector también hay que plantearle el reto intelectual y así, de paso, le ahorramos el estrabismo y la interrupción demasiado repetida de su lectura que evita la degustación continuada. Es como morder una cereza y escupirla al instante para ver el hueso. Lean del tirón todo lo que puedan y comprueben el hueso después. Finalmente, lean el Polifemo de Góngora, anotado por Dámaso Alonso; o el Cantar de Mio Cid, por Menéndez Pidal; o la poesía de Rubén Darío vista por Pedro Salinas. Por aquello de que “quien lo probó, lo sabe” (1)
Nota al pie
(1)
Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso:
no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso:
huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor süave,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso:
no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso:
huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor süave,
olvidar el provecho, amar el daño:
creer que el cielo en un infierno cabe;
dar la vida y el alma a un desengaño,
¡esto es LEER! quien lo probó lo sabe.
creer que el cielo en un infierno cabe;
dar la vida y el alma a un desengaño,
¡esto es LEER! quien lo probó lo sabe.