No podría haber hallado Iria
Fariñas mejor prologuista para su nuevo libro que Solange Rodríguez Pappe. Aún
recuerdo con gusto la lectura de La
primera vez que vi un fantasma, aquella colección de relatos inquietantes
de la autora ecuatoriana cuyo efecto perturbador procedía de naturalizar lo
insólito o lo anómalo en el contexto de la cotidianidad. De ese modo, al asumir
lo cotidiano la injerencia de lo inusitado, el libro nos concitaba a
reflexionar sobre la verdadera naturaleza de aquello que consideramos normal y
a reformular nuestra percepción del mundo en que vivimos. Los 23 relatos que
conforman Ruido de cicatriz, de Iria
Fariñas (InLimbo), comparten, aunque con diferentes registros y focos
temáticos, aquel extrañamiento de la realidad y, de ahí, la pertinencia por
parentesco de su prologuista.
Algunos de los personajes de Ruido de cicatriz mantienen una relación
conflictiva con sus propios cuerpos. Hay un chico sin brazos, una mujer con
escoliosis o un niño sin dedo meñique. Además de las circunstancias que rodean
a estas deformaciones o amputaciones y que el lector irá descubriendo con la
lectura, estas parecen apoyar cierta tendencia a la autorrenuncia, que es
también, a veces, un deseo de redención en el propio holocausto de sí mismo,
ofrecido en sacrificio al ara de un nuevo comienzo o de la negación definitiva.
Así, en «Ligera como un estremecimiento», se aborda el tema de la anorexia, que
no deja de ser, simbólicamente, un lento desaparecer de la propia corporeidad;
o el relato del loco que evita verse reflejado porque, al contrario que en el
mito de Narciso, rechaza su propia imagen o, mejor dicho, la del «otro» que
todos somos, herencia filosófica y literaria del Doppelgänger. La renuncia culminante, claro, es el suicidio del
último relato. Otras veces, en cambio, el cuerpo es refugio, como en «Sistema
digestivo», uno de los relatos que más me han gustado y que narra los tormentos
de un misántropo que busca huir del ruido de la sociedad cobijándose en el
útero de sí mismo; o en «El hogar es un tipo de geometría», donde la redondez
de la madre ampara al niño de las aristas cuadrangulares de su padre
maltratador.
Algunos de los relatos están
narrados desde una perspectiva infantil, que otorga a las historias un mayor
contraste entre la ingenuidad de la voz narrativa y la truculencia de lo que
allí se describe: abusos, pérdida, soledad. También hay una significativa
presencia de las personas invisibles, aquellas que apenas imprimen la grisura
de sus vidas en la desvaída página de sus existencias y que, justamente por
eso, vemos a veces en los telediarios. Así, aunque no podamos comulgar con sus
actos, quizás podamos comprender por qué alguien decide matar a otra persona solamente
porque pone boleros en la radio. En ese mismo sentido, el relato «Planos del
deseo» narra la historia de una mujer que, como otra Isidora de La desheredada de Galdós, fantasea y
hasta se cree poseedora de una vida que no tiene. Por el libro desfilan otros
temas o géneros como una reflexión sobre el tiempo, el amor, el peligroso
constructo de las redes sociales, el género negro y hasta cierto flirteo con lo
paranormal, aunque siempre leído como trasunto de temas de mayor calado.
Especialmente interesantes son dos relatos metaliterarios: «Principios de
continuidad», donde se asiste a la labor creativa desde la original perspectiva
de las palabras que cobran vida; o «Por dónde se mete el miedo», que además de
tratar el tema de una violación infantil, reflexiona sobre el abrigo que supone
la ficción como realidad alternativa. Hay otros temas y planos interpretativos
que pueden enriquecer la lectura y que sería prolijo enumerar en el espacio del
que disponemos. Estén atentos también al estilo literario. Los títulos, que son
ya de por sí pequeños trallazos líricos, solo son la antesala de auténticos
hallazgos poéticos cuya originalidad, a la manera del simbolismo francés,
consiste en diseñar asimetrías semánticas donde se contorsionan los referentes
lógicos.
En definitiva, Ruido de cicatriz confirma la frescura
de una voz como la de Iria Fariñas, que lleva ya tiempo demostrando el valor
cauterizante de su literatura necesaria.