El paraíso en la otra esquina es una biografía novelada de dos personajes reales
que, por diferentes motivos, han alcanzado una gran relevancia histórica. Se
trata de Flora Tristán (1803-1844) y Paul Gauguin (1848-1903). Mario Vargas
Llosa va desgranando en capítulos alternos sus vidas y los acontecimientos que
marcaron sus caracteres y personalidades.
Flora
Tristán dedicó todos sus esfuerzos a luchar por los derechos de las mujeres y
de los obreros, pues concebía que la verdadera revolución social sólo se
lograría aunando las fuerzas de las capas de la sociedad más oprimidas. Tuvo
una vida desdichada, marcada por un matrimonio sin amor del que escapó tras
maltratos físicos, la violación de su hija y una bala que llevaría consigo
cerca del corazón hasta el fin de sus días. Su periplo para huir de las garras
de su esposo y de una justicia que desamparaba totalmente a las mujeres, la
llevó a conocer Perú, donde residía la familia de su padre. Allí comenzó a
tomar conciencia de las injusticias sociales y cuando regresó a Francia empezó
a desarrollar sus ideas revolucionarias. Este proceso culminaría con un viaje a
Londres en el que realizó un vasto trabajo de campo visitando fábricas,
prostíbulos y otros espeluznantes escenarios que confirmarían rotundamente su
deseo de luchar por la justicia social. Este compromiso para con los demás
supondría el abandono familiar –su instinto materno era prácticamente
inexistente- e, incluso, la renuncia a la única felicidad que halló en los brazos
de Olympia Maleszewska, quien le descubrió el lado amable del sexo que, para
Flora, era considerado como un instrumento de dominio masculino que le producía
gran rechazo. Su misión era lo más importante: “Redimir a los explotados, unir
a los obreros, conseguir la igualdad para las mujeres, hacer justicia a las
víctimas de este mundo tan mal hecho, era más importante que el egoísmo
maravilloso del amor (…)”. Sus ideas quedaron reflejadas en La Unión Obrera,
obra que dio a conocer ella misma realizando un viaje por diferentes lugares de
Francia con el objetivo de reunirse con obreros y mujeres para conseguir que se
sumaran a su causa. Durante este recorrido, la protagonista va desgranando su
historia a través de recuerdos y anécdotas con saltos temporales al pasado y al
presente que nos conducen hasta el final de los días de Flora.
Por
otra parte, Paul Gauguin, nieto de Flora Tristán, abandona su cómoda vida
burguesa como agente de bolsa para dedicarse a su verdadera pasión: la pintura.
Dicha decisión supone el ocaso de su vida familiar y el comienzo de una
existencia marcada por las penurias económicas y los anhelos frustrados. El
pintor decide marcharse a Tahití para buscar la verdadera inspiración en una
tierra no contaminada por las convenciones sociales y las rígidas normas
morales y estéticas de una Europa que no terminaba de comprender su concepto
del arte. Allí parece sentirse libre y da rienda suelta a su creatividad y a su
pasión sexual, motor indispensable para su trabajo artístico. Tras idas y venidas
a Francia y a la citada isla, “Koke” se va desencantando de ese paraíso
terrenal en el que ha vivido pues comprueba que allí también está llegando la
corrupción colonial, por lo que decide instalarse en las islas Marquesas, donde
muere. Especialmente interesante es conocer el proceso creativo de algunas de
las pinturas más importantes de Gauguin y la relación de amistad que mantenía
con Vicent Van Gogh, que se truncaría definitivamente a raíz del famoso episodio
de la oreja del holandés.
Pudiera
pensarse que los protagonistas de esta novela son seres antagónicos, una
totalmente altruista y otro, decididamente egoísta, que sólo están unidos por
el parentesco familiar. Mas ambos comparten la búsqueda de un mundo mejor que
el que les ha tocado vivir, se rebelan contra lo establecido y osan desafiar
las normas sociales. Otros muchos paralelismos comparten en sus vidas: sufren
dificultades económicas, abandonan a sus familias para alcanzar sus objetivos,
padecen graves enfermedades –Flora, cólicos y dolores fortísimos en la matriz-;
Gauguin, la impronunciable sífilis-, mueren en una soledad relativa, etc.
Vargas
Llosa, a través de una narración en tercera persona en la que intercala pasajes
en segunda persona con los que dialoga directamente con sus personajes, presenta
la trágica vida de estos seres cuyo principal anhelo era hallar un lugar mejor
en el que existir. El título de la obra remite a un juego infantil en el que se
pregunta por el paraíso y la respuesta indica que siempre está en la otra
esquina, trasunto de lo que les ocurrió a Tristán y a Gauguin. Cuando parecían
hallar su paraíso, se les escapaba de las manos y ambos murieron sin conocerlo.
En
definitiva, El paraíso en la otra esquina es una obra que se puede
encuadrar en la biografía, pero también es un tratado de arte, un compendio
filosófico de las utopías socialistas del siglo XIX, un valioso documento
realista de reminiscencias dickenianas
de la explotación obrera que supuso la Revolución Industrial, una
defensa a ultranza de la valía de las mujeres que se atreven a pensar y se
rebelan ante el marginador papel de madre y esposa a que las relega una
sociedad machista e injusta… Es decir, una gran obra que permite al lector
conocer a dos personajes tan diferentes y, a la vez, tan iguales, que ahora sí
viven en el paraíso del recuerdo inmortal.