En este año en
que conmemoramos la publicación de la segunda parte de El Quijote ,
llama la atención aquella frase de Unamuno que abogaba por la muerte del famoso
hidalgo en un artículo de 1898 publicado en la revista Vida nueva y titulado significativamente “¡Muera don
Quijote!” En él defendía el autor vasco la cordura de Alonso Quijano como
trasunto de la regeneración española. Un año después, Rubén Darío respondía a
Unamuno en La Nación de Buenos Aires indicando que: “Don Quijote no
puede ni debe morir; en sus avatares cambia de aspecto, pero es el que trae la
sal de la gloria, el oro del ideal, el alma del mundo. Un tiempo se llamó el Cid, y aun muerto ganó batallas. Otro, Cristóbal Colón y su Dulcinea fue la América”.”. Darío recopiló luego en Don Quijote no puede ni
debe morir todos los textos que escribió en torno al hidalgo manchego.
Uno
de esos escritos es el relato titulado “D.Q.” cuyo argumento está directamente
relacionado con la realidad histórica del momento en que fue compuesto. Nos
referimos a la derrota española en Cuba en el año 98, el llamado “desastre
colonial” que supuso la pérdida de Filipinas, Puerto Rico y la independencia de
Cuba.
Pues
bien, Rubén Darío narra en primera persona los últimos días de lucha de las
tropas españolas. El espacio elegido es un lugar “cerca de Santiago de Cuba” en
el que los soldados esperan la llegada de nuevas fuerzas provenientes de
España. Entre los refuerzos, destaca un soldado de características especiales:
no es joven, no conversa con los demás, ofrece su comida a los más hambrientos,
tiene una triste mirada y una sonrisa melancólica, ayuda a los enfermos, porta
la bandera española, es defensor de “sueños irrealizables”, va vestido con una
vieja coraza, es manchego, creyente y “algo poeta”. Se trata, por tanto, de un
personaje singular que desata las risas de algunos de sus compañeros cuyo
nombre obedece a las iniciales D.Q.
Llegados
a este punto, podemos preguntarnos por qué Darío eligió a don Quijote como
protagonista de este cuento, presentándolo como luchador infatigable y
perseguidor de un sueño: vencer a las tropas norteamericanas y conseguir que
España siga gozando de su hegemonía. El motivo es evidente. La historia de don
Quijote no es sino la historia de una derrota tras perseguir imposibles, hecho
que es trasunto de la realidad que estaban viviendo las tropas españolas en ese
momento.
Por
tanto, don Quijote se presenta como símbolo del modo de actuar que debían
seguir los españoles: luchar por los ideales, por el bien del país, pese a la
derrota. Ante la desoladora situación que estaban viviendo las tropas, D.Q. no
quiere doblegarse ante ese “gran gigante rubio” que se había hecho con el
poder. Por ello, nunca entregará su bandera ni se postrará ante el enemigo.
Preferirá arrojarse al vacío portando el pendón español. Un último acto de rebeldía
que supone la postrera manifestación de su espíritu de lucha y de entrega en
pos de sus ideales. Un suicidio con el que se dignifica al pueblo español en el
atroz momento de su derrota.
Por
otra parte, el suicidio del protagonista remite directamente a la situación que
vivía España en el 98. Como es sabido, el país estaba afectado por los llamados
“males de la patria” que tanto denunciaron los noventayochistas. El final de
siglo venía marcado por una crisis en la que una España enferma acabaría perdiendo
no sólo los territorios americanos sino también su espíritu nacional. El año
1898 suponía la destrucción de los vínculos entre España y América Latina, pero
también un acercamiento entre ellas puesto que en ambos lugares los
intelectuales intentaban redefinir sus identidades nacionales.
En
este contexto, la Generación del 98, con las reservas unamunianas de marras, defiende una filosofía que se podría
denominar “quijotesca” mientras que en América Latina los discursos sobre su
identidad también recogen rasgos de dicho quijotismo. Se trataba, por tanto, de
recuperar a ambos lados del Atlántico la imagen de don Quijote como símbolo de
los valores que tenían que renacer: el Idealismo, la Justicia, la Generosidad,
la Nobleza… El espíritu de esfuerzo y de superación de don Quijote se proponía
como modelo para transformar la realidad, para acabar con la “abulia”. El
hidalgo manchego aparecía como símbolo de la raza que debía resurgir.
En
definitiva, Rubén Darío presenta a don Quijote como personaje capaz de unir de
nuevo a España y a Latinoamérica puesto
que encarna los valores hispánicos que se habían de recuperar en ambos lugares,
bien para superar la decadente situación española o bien como materia a partir
de la cual reflexionar sobre el destino de América Latina una vez independizada
de la “madre patria”. Mas, en cualquier caso, unidas por la exaltación de un
mismo referente literario y hermanadas en su afán por modelar al hombre a
imagen y semejanza del mejor portador de los más profundos valores humanos.
Larga vida a don Quijote.