Ya ha llegado a la gran pantalla la película
El baile de la Victoria, basada en la novela homónima de Antonio Skármeta. El argumento del libro se sitúa tras la dictadura de Pinochet, cuando se concede una amnistía en Chile de la que se benefician el famosísimo ladrón de cajas fuertes Vergara Grey y el joven Ángel Santiago. Este último había sufrido las vejaciones sexuales de Santoro, el alcaide de la prisión, "un acto de amor" le dice en la última tensa entrevista que mantienen ambos el día en que Ángel queda en libertad. Santoro, que intuye que Ángel le buscará para vengarse, juega sus cartas y ofrece a otro preso, el asesino Marín, condenado a cadena perpetua, una semana de vacaciones a cambio de matar a Ángel. El destino querrá que Vergara Grey y Ángel Santiago crucen sus caminos fuera de la cárcel. Al primero se le derrumbará su mundo al comprobar que su mujer y su hijo le repudian; Ángel Santiago encontrará el amor en Victoria, una estudiante que ha sido expulsada del liceo (como llaman en Chile al instituto) por su bajo rendimiento académico, y que aprende
ballet en una modesta academia. Allí prepara una coreografía basada en
Los sonetos de la muerte, de Gabriela Mistral, que quiere ser el homenaje a su padre, asesinado durante la dictadura. Desengañado Vergara por su suerte; entusiasmado Ángel por darle un futuro a Victoria; el plan trazado por el enano Lira en la cárcel. Todo confluye para que Vergara Grey y Ángel den el gran golpe: robar el dinero de Canteros, antiguo general de Pinochet.
La gran dificultad para llevar al cine este libro era, fundamentalmente, conseguir respetar la magnífica caracterización que Skármeta hace de sus personajes. Éstos adquiren voz propia y personalísima. Skármeta consigue desaparecer como narrador y deja que sus protagonistas cobren identidad autónoma. Skármeta evita las injerencias de ese narrador molesto que pone en boca de sus criaturas las frases que el mismo narrador quiere que digan. Procedimiento no exento de dificultades que prueba la enorme calidad del escritor chileno. Pero el temor a que se vulnerase ese espíritu en la película se convirtió en esperanza al comprobar que, entre la nómina de actores, figuraba Ricardo Darín (Vergara Grey). De Abel Ayala (Ángel Santiago) conocía menos su trayectoria profesional pero le escuché hablar para la televisión sobre su personaje y su declaración me reforzó en la idea de que el actor se había empapado de Ángel Santiago y de que cumpliría con creces. Dijo: "Una persona como Angel Santiago sólo puede vivir dentro de las películas, no se puede ser tan vitalista e ilusorio en la vida real". Creo que no se puede decir mejor. Efectivamente, Ricardo Darín encarna a la perfección la figura melancólica, escéptica e introvertida de Vergara Grey, así como su paulatino deshielo en su humanísima actitud hacia Ángel; por su parte, Abel Ayala borda su papel interpretando con sumo acierto la emocionante candidez e ingenuidad de Ángel Santiago.
Aunque Fernando Trueba se basa en el libro de Skármeta para su película, no sigue a la novela en multitud de pasajes, aunque estas modificaciones sobre el argumento original no merman en absoluto el alma de la historia. Por ejemplo, Victoria Ponce (Miranda Bodenhöfer) no es muda en la novela. Al contrario, algunos de los pasajes más amenos de la lectura son los diálogos entre Victoria y Ángel; sin embargo, en la película, Victoria ha perdido la voz a consecuencia del trauma que le produce el asesinato de sus padres por los secuaces de Pinochet (en la novela sólo muere el padre). Así, Ángel asume el protagonismo de esos diálogos, mientras que la mudez de Victoria permite centralizar su manera de comunicarse en la danza, el movimiento hecho verbo.
Uno de los capítulos más memorables de la novela es cuando Victoria se presenta en su instituto ante un tribunal de profesores para examinarse de los conocimientos necesarios que la alumna necesitaba superar para su reingreso en el centro. La prueba marcha muy bien y Victoria responde con seguridad a todas las preguntas del tribunal hasta que la profesora de Literatura le pregunta sobre las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique "momento en que Victoria Ponce se iluminó porque era ése su poema favorito de la historia mundial de la literatura, incluidos los de Neruda". Su exposición apasionada del poema choca con el empeño de la señorita Petzold de que enumere metáforas, aliteraciones, metonimias e hipérboles; de que determine si la actitud del hablante lírico es carmínica, apostrófica o enunciativa. Victoria, que no concibe que la literatura pueda someterse a tales bisturíes, no sabe responder. Cuando la señorita Petzold le pide que indique quién es el hablante lírico, Victoria responde que es el poeta: "Señora, es Jorge Manrique mismo quien habla de la muerte de su padre don Rodrigo [...] Lo siento, señora Petzold, pero yo llevo llorando la muerte de mi padre desde hace años y no me calma la angustia ninguna metáfora, ni ningún ritmo yámbico, ni ninguna metonimia. Cuando Jorge Manrique se entera de la muerte de su padre, abandona la corte y se encierra en un castillo, donde escribe el poema desde un profundo dolor." La señora Petzold le reprocha: "Mijita, todo eso está muy bien, ¡pero es pura copucha historiográfica! Yo le pido un análisis literario". Y acaba Victoria: "Perdone, profesora, pero yo no voy a hacer ninguna mierda de análisis del hablante lírico. El poema es demasiado hermoso para esa canallada". Desde luego, muda no es, no, nuestra Victoria.
Del mismo modo que en la novela, en la película, Victoria se examina ante un tribunal de profesores, pero para ingresar como bailarina en el Teatro Municipal. Allí, su lenguaje es el baile, pero los profesores vuelven, como la señorita Petzold, a quedarse en la superficie del arte: critican su vestuario y el desaliño de su físico; hasta su mudez es motivo de desprecio. Nadie ha pensado en observar la plasticidad de sus movimientos y la carga emotiva de éstos. El pasaje pasa, pues, de lo literario, lo cual conviene a la novela, a lo visual que es más propio del cine. El traslado del episodio de un género a otro plantea el imperativo de modificar el marco pero no la esencia. El pasaje es, también, un guiño al espectacularizado tribunal de los Óscar.
Otro motivo de la novela que no aparece en la película y cuya inclusión habría resultado satisfactoria, es el del secuestro del Teatro Municipal. En realidad, toda la trama para organizar el momento de gloria de Victoria es mucho más complicada. En ella colabora el cabo Zúñiga, miembro de la policía chilena, que se siente heredero institucional de los abusos, torturas, violaciones y desapariciones que sus antecesores habían cometido durante la dictadura. Depositario de ese cargo de conciencia, pese a no haber participado en esas atrocidades ("hace treinta años tú no habías nacido", le consuela su esposa Mabel) necesita resarcirse ayudando a Victoria, una de las víctimas de la represión. El simbolismo de este cabo Zúñiga es lo suficientemente significativo como para haber encontrado un hueco en la película.
Fantástico es también el contraste que ejerce la imagen de Ángel sobre su caballo en mitad de la urbanizada Santiago. Algo hay en esa imagen de reivindicación del ancestro indígena.
Intensas son las escenas del cine donde Ángel descubre a Victoria prostituyéndose y la posterior huida frenética de ésta para lavarse en una fuente helada. La novela describe esos instantes con verdadero vértigo.
Otras diferencias entre novela y película son menos importantes y no las voy a recoger aquí. Cada género responde a sus pautas artísticas y no soy partidario de aquellas posturas inflexibles que se escandalizan cuando una película no ha seguido punto por punto a la novela en la que se basa.
En definitiva, tras la primera sorpresa de la mudez de Victoria, la película capta perfectamente las sensaciones que el lector de Skármeta experimentó con la lectura de la obra y, salvo algún desacierto esporádico (como aquel, algo ñoño, en que Vergara Grey se encuentra con su esposa Teresa Capriatti (Ariadna Gil) y con voz en off, ambos deslizan sus pensamientos en diálogos silenciosos) la obra de Fernando Trueba está a la altura. El final que, por supuesto, no desvelaré aquí, es la coda grandiosa al baile. Final previsible y no por ello menos efectista. Final de silencios desgarradores que dicen más que la más detallada de las descripciones.
Un último apunte. Las librerías vuelven a llenar sus anaqueles estos días con la obra de Skármeta. La reflexión resultante tiene doble filo. Si el cine ayuda a recuperar obras preciosas como esta, alabado sea el cine. La otra cara de la reflexión es que mal vamos si para conocer a Skármeta necesitamos al cine. Yo pensaba que sólo necesitábamos a Skármeta.