domingo, 27 de mayo de 2012

158. Bibliotecas domésticas

Por fin. Sacudo el polvo de mis manos, coloco los brazos en jarra, doy un gran resoplido y contemplo el resultado con esa ufana complacencia del bricomaniático (sonrisa ancha de autosuficiencia y movimientos afirmativos de cabeza ratificando lo satisfactorio de la obra concluida). Ante mí, forma en posición de firmes el batallón de volúmenes. Soy el gran capitán de mis libros. A todos he pasado revista. Conozco sus corazones, aunque todavía hay alguno díscolo que se me resiste. Pero ahora todos me miran, solícitos, desde el venerable pedestal del anaquel que he dispuesto para ellos, prestos a abandonar la trinchera para servir, palabra en ristre, en las batallas del espíritu.

Criterios cronológicos y alfabéticos
No ha sido fácil montar la estantería (uno es algo inútil en estas lides) pero aún ha sido más complicado decidir el criterio para ordenar los libros. Finalmente, he seccionado las baldas por épocas históricas y he seguido el criterio cronológico hasta el siglo XIX, mezclando los géneros literarios. Una vez llegados al siglo XX, he aplicado el criterio alfabético, separando los géneros en novela, poesía, teatro y ensayo. También he buscado acomodo a las literaturas extranjeras, distinguiendo los principales países con algún “souvenir” de mis viajes; los demás están en una especie de miscelánea internacional. Y he dejado un estante aparte para la madre literatura, la greco-latina (el casco de colección de Aquiles y una columna emeritense presidiendo el umbral del mausoleo).

El criterio alfabético me ha dado algunas satisfacciones. Recuerdo aquel día que tuve que hacer un artículo de urgencia sobre Josefina Aldecoa, que acababa de morir. Entonces releí Historia de una maestra. Una vez finalizado el artículo, devolví a su lugar el libro en cuestión y, al colocarlo, advertí que el espacio de al lado lo ocupaba Con el viento solano, de Ignacio Aldecoa. No pude evitar sentir una triste ternura al dejar a Josefina e Ignacio, juntos en la muerte y juntos en los libros. También me reconforta comprobar cómo las casualidades antroponímicas hermanan en el estante a los amigos que aprecio con los grandes nombres de la literatura; así, Ramón García Mateos se halla al lado de Federico García Lorca, y la carambola me hace sonreír porque yo sé que Ramón se siente honrado de estar ahí.

 Por colecciones
Otros prefieren ordenar sus bibliotecas siguiendo la pauta de las colecciones. Queda mucho más estético y geométricamente regular. Entonces aparece el negro ejército de arqueros de la editorial Cátedra (blanco, si no son españoles) y, en el ademán de disparar sus saetas, quizás pretendan darle caza a la cabra montés de la editorial Gredos. Ésta ha parado a beber en las fuentes de la editorial Castalia y, saciada la sed, levanta orgullosa su cornamenta al cielo ibérico, en el firmamento de cuyo espejo cree reflejarse en las viejas constelaciones de la editorial Austral. En el universo de mi biblioteca, Planeta es sólo un planeta y mi voluntad el demiurgo de todos los “Big Bangs” literarios.

 Ha caído la noche y extraigo de mi flamante biblioteca la próxima lectura. El libro velará mis sueños y durante algunos días reposará sobre la mesita de noche. La oquedad que ha dejado en la estantería, provoca que algunos libros pierdan el equilibro y se vuelquen sobre los otros. En el silencio de la madrugada, el ruido me sobresalta. Los libros siempre quieren llamar la atención. Sienten celos del elegido. Agarro la almohada y vuelvo a dormirme. En la estantería, los libros volcados reposan los unos sobre los otros como cuando en el banco de un parque donde conversan dos enamorados, ella abandona dulcemente la cabeza sobre el hombro de él. Al amanecer, me doy cuenta de que el libro de Josefina Aldecoa ha caído del lado izquierdo y descansa sobre el libro de Ignacio


martes, 22 de mayo de 2012

157. El tipo de la tumba de al lado

La literatura sueca pisa con fuerza últimamente sobre el panorama literario español. Basta comprobar cómo un sinfín de títulos de novela negra inunda las estanterías de nuestras librerías. Pero su influencia no sólo se limita al citado subgénero sino que traspasa los límites de la narrativa y llega hasta las tablas de la mano de El tipo de la tumba de al lado, adaptación teatral de la homónima novela de Katarina Mazetti. El director José María Pou nos presenta la historia de dos seres aparentemente opuestos, pertenecientes a mundos muy diferentes entre los que nace el amor. Laura es una joven bibliotecaria apasionada de la cultura que visita con frecuencia la tumba de su esposo y Pablo es un rústico y práctico granjero que diariamente cuida de la sepultura de su madre. Los dos jóvenes coinciden en el camposanto y poco a poco surge una chispa entre ellos.
Ambos ven en el otro la posibilidad de realizarse como personas pues son capaces de sentirse vivos en la soledad que les acompaña. Pese a sus diferencias, deciden luchar e intentar acoplarse, mas hay detalles que son insalvables: ¿qué hace un granjero en la ópera?, ¿qué hace una refinada señorita ordeñando vacas o preparando albóndigas?
Con apariencia de comedia, el espectáculo nos presenta una reflexión profunda: ¿es posible el amor entre dos personas tan distintas?, ¿puede una lectora de Schopenhauer llegar a interesarse por  la Guía de la cría de ganado vacuno? Los espectadores son testigos de la lucha de estos dos seres por ser felices, por intentar superar las barreras que los separan y afianzar los sentimientos que los unen. Una ardua tarea que no siempre será fácil.
Los actores que dan vida a estos personajes son Maribel Verdú y Antonio Molero. Ambos interpretan bien su papel y consiguen captar la atención del público desde el primer momento. La fuerza de la obra recae en la palabra; no hay cambios de decorado y cuando los hay son los mínimos para la correcta interpretación de las transiciones de escena. Son los intérpretes con su palabra los que van guiando al público por los diferentes escenarios en los que transcurre la acción. La obra presenta una estructura circular anclada en el presente de los personajes que se remontan al pasado para mostrar al público los hechos acaecidos que les han llevado a la situación actual.
En definitiva, El tipo de la tumba de al lado es una buena opción para pasar un rato ameno en la que no faltan los toques de humor junto con alguna dosis de reflexión sobre las diferencias sociales. ¿Son insalvables para Laura y Pablo o el amor es una fuerza más poderosa que cualquier barrera social? Vean y decidan, el final está abierto a cualquier interpretación.

domingo, 20 de mayo de 2012

156. ʻEl árbol de la cienciaʼ, hoy.

Los estudiantes que este año se presenten a la Selectividad catalana deberán haber preparado durante el curso la lectura de El árbol de la ciencia, de Pío Baroja.
Los criterios utilizados por el comité de sabios correspondiente a la hora de decidir las lecturas prescriptivas del Bachillerato, siempre han constituido para mí un enigma de difícil interpretación. Pero como hace ya tiempo que dejé de creer en la asepsia de la Administración, imagino que habrá de por medio alguna motivación de esas que en la vacua palabrería pedagógica (o peor aún, psicopedagógica) llamarían “transversal”. O tal vez sea una cuestión de efemérides.

Veneno abúlico
Sea como fuere, siempre que se acuda a un clásico como Pío Baroja, no podrá parecerme mal. Pero la revisión de la novela del escritor vasco puesta ante los ojos de unos estudiantes de 17 años y a la luz de nuestra dramática situación social, nos obliga, al menos como profesores, a plantearnos la conveniencia de inyectar sobre el alumno el veneno abúlico noventayochista. Que nadie malinterprete mis palabras. No estoy proponiendo cribar nuestra historia literaria en función de aquellas obras que hacen felices a los alumnos, como defenderían esos imbéciles circenses del “greenpeace educativo”. De entre las más gratas lecturas que he hecho en mi vida están las de los autores de la Generación del 98 y decir lo contrario es anatema. A esa pléyade extraordinaria de escritores insuperables hay que conocerla y admirarla. Pero ni Andrés Hurtado en el Árbol de la ciencia ni, por ejemplo, Antonio Azorín en La voluntad (título, por otro lado, tan significativo), me parecen personajes ejemplares en el actual contexto de crisis económica y social. El análisis de su profunda vida interior despierta nuestra solidaridad y empatía; entendemos sus frustraciones, comprendemos su condición de víctimas de un país inmovilista que los fagocita en el abismo de la inacción. Andrés Hurtado encuentra su estado ideal de existencia en la ataraxia, una suerte de serenidad artificial que le aleja de todo y de todos y que no es más que una aceptación camuflada de su astenia, de su abulia, de su apatía, de su falta de iniciativa para cambiar la realidad. Y, como no podría ser de otra manera, acaba fracasando. No necesitamos estos modelos.

El 15-M
La mejor versión del Movimiento 15-M (no, por tanto, la de los vagos perrifláuticos colocados de marihuana, ni la de los vándalos, ni la de los ignorantes que enarbolan emblemas que ni ellos mismos entienden) tiene mucho del regeneracionismo que defendía el 98, con la ventaja de que la preocupación por la mejora del país ya no se reduce a un grupo de intelectuales sino a muchas de las capas de nuestra sociedad. Iturrioz, el tío de Andrés Hurtado, en un momento de sus apasionantes diálogos filosóficos, defiende que la Naturaleza “no se contenta sólo con dividir a los hombres en felices y desdichados, en ricos y pobres, sino que da al rico el espíritu de la riqueza, y al pobre el espíritu de la miseria”. Y, tras el desastre de Cuba, Andrés se sorprende de que la gente siga yendo indiferente a los toros y al teatro. Hoy las personas no asumen ya, por defecto, su condición de víctimas determinadas de antemano, y hay un interés por la gestión de nuestros gobernantes. La Generación del 98 con toda su extraordinaria calidad literaria pecó siempre de quejarse de todo en el marco de un pesimismo demoledor. Pero nunca tuvo un programa real, como sí lo tuvieron, por ejemplo, los ilustrados del siglo XVIII (aunque creo que literariamente no tienen comparación). El profesor que explica a Baroja y a Schopenhauer y observa la mirada perdida de sus alumnos en quién sabe qué rincón de su pensamiento, necesita dar una esperanza a estas generaciones, que son las que tienen que sacarnos del atolladero. Y descanse en paz, Andrés Hurtado.

domingo, 13 de mayo de 2012

155. Romancero de mayo

“Por fin trajo el verde mayo/correhuelas y albahacas/a la entrada de la aldea/y al umbral de las ventanas”. Así empezaba Quintín su romancillo de mayo en El labrador de más aire, de Miguel Hernández. Y es que al Romancero y a la poesía popular en general, les gusta mayo. Quizás porque el verso corto y ligero del octosílabo palpita como el corazoncillo de la calandria o porque en su molde encuentran acomodo el brote de las flores y el nacimiento del amor.

“Era por el mes de mayo,/que los calores hacía”, cuando el príncipe Paris descansaba en medio de una arboleda. Y allí durmiendo le vino un sueño en que se le presentaron tres hermosas damas que litigaban por ver quién era la más bella. Decidieron que fuera el príncipe quien juzgara tal porfía prometiéndole cada una un don a cambio de su juicio favorable. La una le prometió ventura en armas; la segunda riquezas; la tercera le prometió la más linda doncella que en el mundo hubiera. Paris decidióse por esta última. Ignoraba que las tres damas eran las diosas Atenea, Hera y Venus. Y que la mujer que le prometiera Venus era Helena. Sin saberlo todavía, acababa de dar inicio a la guerra de Troya.

 “El Padre Santo de Roma/tiene una hija bastarda”, a quien encierra en una sala. “Y con las calores de mayo/manda abrir una ventana”. Abajo tres segadores siegan paja y cebada. Al verlos, la hija del Papa les dice: “Dios os guarde, segadores,/¿queréis segarme un haza?”. Cuando éstos le preguntan por el haza, la dama responde que la tiene “entre cerro y cerro/en una honda cañada/que las espigas eran negras y la tierra colorada”. El Papa siente ruido de cama. Es que los segadores han entrado para segar su haza.

Y es en el mes de mayo cuando Gerineldo, secretario del rey Carlomagno, mientras da de beber a su caballo, entona un cantar que, escuchado por la infanta, provoca su enamoramiento. Esa misma noche ambos yacen juntos. A la mañana siguiente los amantes se despiertan hallando la espada del rey en mitad del lecho.

Guarinos, héroe de Roncesvalles apresado por el rey moro Marlotes, sufre tortura al negarse a convertirse al Islam. El rey escoge los días más señalados de las fiestas cristianas, como la Pascua de Mayo.

Es en mayo cuando Belardo venga a su primo Valdovinos, al hallarlo moribundo al pie de una fuente fría a causa de las heridas sufridas por un moro jactancioso.

Alfonso XII le llama “flor de mayo” a su Mercedes y otro Alfonso, el Sabio, perdió “todo el reino de Castilla/hasta allá al Guadalquivir” durante el mes de mayo en que se subleva su hijo don Sancho, el Bravo.

“En mil novecientos veinte/, día dieciséis de mayo/fue herido por un toro/ el más joven de los Gallos”. En el romance, el torero le pide a Manolete que sea él quien traslade su cadáver a Sevilla.

Otro romance hace ejecutar el 2 de mayo (posible cruce con el levantamiento antifrancés) a Juan de Oliva Mancusí, el anarquista de Tarragona que intentó asesinar al rey Alfonso XII.

En mayo, “cuando canta la calandria/y responde el ruiseñor”, el anónimo prisionero más famoso del Romancero lleva la cuenta de los días en su celda gracias a una “avecilla que [le] cantaba al albor”. Un día se la mata un ballestero: “déle Dios mal galardón”.

Y es que ya lo decía Rosalía de Castro: “Maio longo, maio longo/todo cuberto de rosas/para algús telas de morte;/para outros telas de vodas”.

Pero, en cualquier caso, “ya ha venido mayo/bienvenido sea,/que con su venida/las flores se alegran/porque los galanes/cumplan con doncellas”. Que campee, pues, mayo amoroso, que “el amor ronda majadas, ronda establos y pastores, ronda puertas, ronda camas, ronda mozas en el baile/ y en aire… ¡ronda faldas!

 A Carmen Silva que ya lleva a mayo en su vientre.