Más allá del carácter subversivo, provocador,
irreverente y cuantos calificativos quieran aplicársele a este Libro libre (Arola)
que hoy se presenta en Cambrils, lo cierto es que el interés de la obra radica,
sobre todo, en un posicionamiento muy particular ante el hecho literario. No
voy a decir que la parte más interesante del libro sea su prólogo porque no
quisiera verme entre los “20 sonetos de escarnio y maldecir” de Alfredo Gavín,
uno de los 5 poetas que junto a Ramón García Mateos, Juan López-Carrillo, Vicente
Llorente y Eduardo Moga, ha participado en la elaboración de este poemario.
Pero es verdad que el prólogo es especialmente interesante por lo que tiene de
manifiesto literario. Libro libre reivindica la voluntad de que todas
las palabras quepan en la literatura, también aquellas que el decoro léxico ha
desterrado del lenguaje poético. No creo que se trate, como podrían pensar
ciertos sectores de la mojigatería literaria, de una exhibición gratuita de la
palabra soez. Y no lo creo porque al libro le asiste un principio irrefutable:
el de la verdad, el de la sinceridad sin ambages ni cortapisas. No hay
gratuidad en ello; al contrario, se paga alto el precio de darse tal cual se es
en los versos que se escriben. Es cierto que la riqueza del idioma español y su
incuestionable belleza hacen prescindibles del arte literario aquellas palabras
que sonrojan o violentan la sensibilidad y “el buen gusto”. Pero no es menos
cierto que un escritor que desee describir un pasaje sórdido o una baja pasión
o la indignación ante una injusticia necesita “ensuciar” su expresión, hacer
jirones la púber tela de la palabra, indignar el vocablo para que supure la
hiel con que se indigna. Ocultar esa verdad expresiva por simple recato es una
traición literaria y el impoluto traje sólo cubre un cuerpo vacío y, lo que es
peor, una mentira. “O todas o ninguna, -dice el prólogo-: eso creemos los que
suscribimos este libro, cuyo único propósito es ser libre: libre de los códigos
que nos constriñen, libre de la hipocresía que devalúa el lenguaje que nos
constituye, libre de la urbanidad que hace tiempo que se ha convertido en
gazmoñería, libre de la sátira que el sistema es capaz de deglutir, libre de la
estulticia y la pasividad y la indiferencia”.
Aunque el mismo credo vertebra la aportación de cada
uno de los cinco poetas, el tono de cada uno de ellos es distinto. García
Mateos acude a la literatura popular para rescatar del recuerdo al viejo
Argimiro, “el último coplero”, que entonaba de día sus milagros de santos y de
noche “seguidillas obscenas y jotas procaces”; el tono es, pues, festivo. Los
sonetos “de escarnio y maldecir” de Alfredo Gavín tienen, en cambio,
reminiscencias quevedescas y andan a medio camino entre la sátira jocosa y la
indignación; López-Carrillo mantiene la descarnada y agridulce expresión de la
cotidianeidad que ya nos regaló con Los muertos no van al cine
(Candaya, 2006); en la misma línea está Vicente Llorente, aunque con una
predilección por los juegos de palabras y la imagen sorpresiva; finalmente,
Eduardo Moga es el más críptico de los cinco poetas y su poesía transita por
una metafísica pesimista que reivindica un yo diluido entre la maraña obscena
de la realidad.
La presentación del libro tendrá lugar hoy a las ocho
de la tarde en el Nou Espantall de Cambrils (Plaza Francesc Macià, 5) “porque
las tabernas han sido siempre lugar propicio para el exabrupto y, si fuera
menester, la blasfemia”. Absténganse pusilánimes y bienpensantes.