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Estatua de Federico Muelas en las ruinas de la iglesia de San Pantaleón |
Entre las ruinas de la iglesia de San Pantaleón, una de las más antiguas de Cuenca, el poeta Federico Muelas se ha convertido en piedra por mor de la enésima sorpresa, también de piedra, de su ciudad natal. Dicen que una parte de la sangre de San Pantaleón mártir, conservada en un relicario de la iglesia de la Encarnación, en Madrid, sufre la víspera de la festividad del santo una inexplicable licuefacción para volver a condensarse dos días después, estado en el que permanece el resto del año. Fabulo y pienso que quizás quien colocó la estatua de Federico enclaustrada entre los muros de este solar, lo hizo sugestionado por la leyenda y creyó con ello que también por los intersticios pétreos del escritor pudiera fluir su sangre enamorada de Cuenca. De lo contrario, no se explica esta prisión que resulta inconcebible para los que hemos leído los poemas de Federico Muelas y conocemos su pasión por el vértigo conquense, “pedestal de crepúsculos soñados”, “aventura de cielos despeñados”, Cuenca, “de peldaño en peldaño fugitiva”. Tal vez a Federico le hubiera gustado perder la vista desde el mirador situado al final de la calle del Trabuco, nombre, por cierto, que nos recuerda los años convulsos del siglo XIX que, en el caso de Cuenca, tan bien supo mostarnos Benito Pérez Galdós en uno de sus Episodios Nacionales (De Cartago a Sagunto) con la toma de Cuenca por los carlistas como telón de fondo y todo un itinerario conquense todavía hoy reconocible en sus edificios y calles. Cerca, se encuentra otra estatua, la de Fray Luis de León. El viajero que llegue a Cuenca desde el sur, debe detenerse en Belmonte, ciudad natal del ilustre agustino, donde se halla su pila bautismal y el impresionante castillo en el que Charlton Heston, transformado en nuestro Cid Campeador, se reta en duelo por la ciudad de Calahorra, una de las muchas inexactitudes de la famosa película de Anthony Mann, que no debió hacer demasiado caso del asesoramiento de Menéndez Pidal. Antes, nuestro peregrino literario habrá dejado atrás los quijotescos molinos de Mota del Cuervo. Cuenca aparece en el Quijote en varias ocasiones. En el capítulo XXXIII de la 2ª parte, Sancho pondera ante la duquesa los paños conquenses y antes, en el capítulo XXV, el escudero utiliza la expresión “voto a Rus”, en referencia a la devoción por la Virgen de Rus, patrona de San Clemente y de Santa María del Campo Rus, localidad en que muriera Jorge Manrique, frente al castillo de Garcimuñoz y donde algunos sitúan el lugar de cuyo nombre no quiso acordarse Cervantes.
Más nombres literarios se unen a Cuenca: fue tierra natal de Alfonso y Juan de Valdés; Sebastián de Covarrubias fue allí canónigo catedralicio; la ciudad dio asilo a Tirso de Molina, desterrado en 1640 por el Conde Duque de Olivares; Azorín, supo entender su embrujo en La hechicera de Cuenca y Camilo José Cela le dedicó un bello texto en su “Cuenca abstracta, la de la piedra gentil”, recogido en su Cajón de sastre. Gerardo Diego, como Federico Muelas, vio a Cuenca como la dama “de puntillas” sobre el Júcar, mientras que Jesús Munárriz insiste en el vértigo conquense en su fantástico soneto a la ciudad, que tanto comparte en su espíritu con el de Muelas.
Desde este nuevo mirador en que hemos instalado a Federico Muelas, el poeta observa esta ciudad inverosímil, de casas suspendidas en el aire, de calles tortuosas que desembocan en voladizos abisales, “sueños de un dios en celestial deriva” y en su vocación por alcanzar las alturas, hay un algo de desesperación épica por trascender. Por un momento, Federico, ha creído ver una columna de humo elevarse al cielo desde la Ciudad Encantada. Son las cenizas de Viriato ascendiendo desde el Tormo Alto.
SONETO A CUENCA
«Alzada en limpia sinrazón altiva
–pedestal de crepúsculos soñados–,
¿subes orgullos? ¿Bajas derrocados
sueños de un dios en celestial deriva?
¡Oh, tantálico esfuerzo en piedra viva!
¡Oh, aventura de cielos despeñados!
Cuenca, en volandas de celestes prados,
de peldaño en peldaño fugitiva.
Gallarda entraña de cristal que azores
en piedra guardan, mientras plisa el viento
de tu chopo el audaz escalofrío.
¡Cuenca, cristalizada en mis amores!
Hilván dorado al aire del lamento.
Cuenca, cierta y soñada, en cielo y río».
(Federico Muelas)
CUENCA
Aparición que a un santo desmesura,
brusca explosión de veinte mil barrancos,
castillo matamoros sobre zancos,
copón divino recobrando altura,
laberinto con visos de locura,
babel de pasadizos cojitrancos,
partenón horadado por los flancos,
ornitorrinco de la arquitectura,
babilonia del sueño de un asceta,
desgarradura de la piel de toro,
calavera del dios de la meseta,
hecatombe del agua y de la piedra
cubierta por la historia poro a poro
como un muro cegado por la hiedra
(Jesús Munárriz)
ÁLBUM DEL VIAJE
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Con el busto de Fray Luis de León, en Belmonte |
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Casa natal de Fray Luis de León (Belmonte) |
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Castillo de Belmonte |
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Fotograma de la película El Cid, de Anthony Mann |
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Mota del Cuervo |
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Mota del Cuervo |
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Estatua de Fray Luis de León (Cuenca ciudad) |
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Plaza Mayor, tan nombrada por Galdós y Baroja |
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Con Federico Muelas |
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Catedral de Cuenca donde ejerció Covarrubias como canónigo. Dentro, existe un sepulcro de uno de sus primeros obispos: don Juan Yáñez, pariente del Cid. |
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"Callejas empinadas, estrechas, torcidas [...] callejas que van, vuelven angustiadas, suspiran aliviándose en las plazuelas, se cruzan, se pierden sorprendidas ante una pared con alta hiedra, se asoman al río entre ortigas y escombros de un arruinado lienzo de muralla [...] Callejas que desoladas se adentran y profundizan entre miradas expectantes de ventanas pequeñas con verdosos vidrios emplomados que dan a interiores sombríos, a húmedos huecos de escalera donde gotea una fuente, a enrejados tragaluces de cegada alambrera. Alocada, la ciudad que dos ríos estrechamente ciñen, trepa, se empina, pretende para huir del brillante cerco una imposible fuga vertical. Sus casas son como hiedra pegada a roca. La imagen hace el milagro: la ciudad, alzada de puntillas, al reflejarse en el río queda montada al aire [...]. Calles, pasadizos, zaguanes, misteriosas escaleras, destartaladas estancias, fantasmales voladizos".
(Federico Muelas) |
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Torre Mangana |
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El Tormo Alto, en la Ciudad Encantada. El imaginario popular quiere ver en este monumento natural el lugar donde fue incinerado Viriato. |
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El vértigo conquense |